Un paisaje urbano, no un monumento

Hace unos años, en la primera discusión sobre el acierto y los desaciertos de la continuación de la Sagrada Família, salieron una serie de temas que se formulaban a partir de consideraciones culturales, políticas, económicas, religiosas, tecnológicas, pero que acababan resumiéndose en las dificultades operativas y en la imposible fidelidad a un gaudinismo que no era explícito en los documentos de los que se disponía y a unos métodos de creación formal imposibles de seguir después de la muerte del maestro y la desaparición de su entorno cultural. La reciente inauguración de una buena parte de la nave central del templo como una maqueta a tamaño natural, muy acabada para que el Papa la consagrara, podría ser una ocasión para volver a analizar los argumentos de la vieja polémica. Supongo que esto irá haciéndose desde varios puntos de vista, sobre todo cuando se hayan superado las vibraciones de los entusiasmos populares, demasiado inmediatos, de los apoyos partidistas y de la aureola heroica de un esfuerzo realmente insólito.

Uno de los temas polémicos, no obstante, ya se puede empezar a analizar a partir de los problemas detectados en la ceremonia de la visita del Papa, y principalmente en los inútiles itinerarios del papamóvil. Una discusión de la antigua polémica era si tenía sentido construir ahora un espacio cerrado y específico para acoger acontecimientos populares con una gran masa de asistentes. Algunos opinábamos que no tenía sentido y que en pleno siglo XX había que pensar en espacios abiertos, flexibles y adaptables. Era mejor organizar toda la explanada del entorno del fragmento de edificio inacabado -la única obra auténticamente gaudiniana- y convertirla en un espacio al aire libre, destinado a acciones multitudinarias diversas que podrían modificar y adaptar el contenido funcional. O sea, era mejor dejar un espacio abierto que realizar una construcción tradicional masiva, monumental y cerrada. Así se habrían resuelto las dificultades de uso de un espacio demasiado especializado y se habría convertido en un punto central y plurifuncional de la vida colectiva del barrio. Y, además, habría evitado el compromiso de realizar una arquitectura falsamente adaptada a un pretendido gaudinismo. En vez de ser un edificio monumental y agobiante, habría sido simplemente un paisaje urbano. Pues bien, en la visita del Papa se confirmaron estos problemas. A pesar de que hubo menos multitudes de las previstas, el inmenso espacio eclesiástico interior fue claramente insuficiente y fue utilizado casi como un simple complemento privilegiado de los grandes espacios protagonistas que ocupaban calles, plazas, aceras y calzadas y que obligaban a interrumpir la vida cotidiana en una parte sustancial del Eixample. Con menos edificio monumental y con más paisaje urbano todo habría funcionado mejor y, sobre todo, se habría conseguido una total flexibilidad porque el espacio abierto urbano permite siempre grandes cambios con los modestos instrumentos de la arquitectura efímera: la riqueza de la modestia.

Además, esto lleva a pensar en una derivación del mismo problema: la abundancia excesiva de espacios demasiado grandes destinados a unas funciones específicas que los justificaban y que ahora tienen menos público si no se alternan con otras concentraciones. La Sagrada Família es una exageración excepcional, porque debe ser la iglesia más voluminosa construida en el último siglo. Pero también son muchas las iglesias -incluso las tradicionales más discretas- que ofrecen grandes espacios construidos que no acaban nunca de llenarse. Es evidente que mientras que el uso masivo de las iglesias va disminuyendo por falta de asistentes, cada vez hay más construcciones de gran capacidad sin usos continuos y significantes.

Algún día habrá que fijar unos criterios de reutilización de esos espacios cada vez menos utilizados. Ya hay en todo el mundo una tendencia a usarlos como salas de conciertos o de reuniones, de instalaciones museísticas e incluso de entidades tan híbridas como las oficinas de información turística, las discotecas, los centros de juventud, etcétera. Pero deberemos pensar en planes más radicales y abordar temas residenciales y asistenciales, lugares de producción, talleres de artesanía, centros de integración social, ampliaciones escolares y universitarias. En algún país nórdico pionero hace tiempo que se ha planteado este problema, y así se han reutilizado muchos templos, capillas y capillitas que habían reducido la masa de asistentes y ahora acogen otras actividades. En Barcelona es una necesidad evidente, sobre todo si seguimos ofreciendo grandes construcciones monofuncionales como las de la Sagrada Família, que habitualmente no se llenan nunca -son demasiado grandes- pero que son insuficientes -demasiado pequeñas- para los ocasionales actos masivos. Por razones culturales, sociales y económicas, pues, hay que flexibilizar los grandes espacios -modernos o antiguos- y compartirlos con las actividades que justifican también su adecuación.

Oriol Bohigas, arquitecto.