Un panorama desolador

Por Kenneth W. Stein, profesor de Historia de Oriente Medio, Universidad de Emory, Atlanta (EEUU). Traducción: José María Puig de la Bellacasa (LA VANGUARDIA, 18/09/06):

Los comentaristas políticos árabes coinciden en aseverar que el mundo árabe está desquiciado. Los países árabes, - sus sistemas y rumbo político en general-, salvo excepciones, parecen incapaces de sacudirse la pasividad e ineptitud que les atenaza en tanto no deja de crecer la distancia entre gobernantes y gobernados. A los dirigentes políticos les aterra la mera perspectiva de una eventual liberalización política y económica que les arrancaría literalmente el poder de las manos. Entre tanto, no hace más que aumentar la popularidad de protagonistas sin Estado de la escena política como, por ejemplo, Hezbollah y Al Qaeda; de grupos menores como la Yihad Islámica, las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa u otros radicados en los territorios palestinos, así como de formaciones políticas islámicas de alcance estatal como los Hermanos Musulmanes en Egipto o Hamas. En tales circunstancias, el islamismo sigue constituyendo un foro prácticamente invulnerable, apto para descargar frustraciones. Es posible que se clausuren órganos de prensa progresistas, pero no sucederá tal en el caso de las mezquitas. En el transcurso de los últimos diez años, Jordania, Arabia Saudí y otros países han sufrido en sus carnes los zarpazos de atentados terroristas. Comentaristas y analistas árabes advierten que mientras proliferan y se envalentonan grupos armados de ámbito local, aumentan la agitación y conflictividad de naturaleza sectaria y tribal que bordean el caos o la guerra civil en ciertas zonas y los secuestros sin control, así como el vandalismo o las revueltas sin trabas.

Añádase a este panorama el perceptible y acusado recrudecimiento de la crítica y censura de los gobiernos en los medios de comunicación, la cuestión siempre pendiente del ciclo de conflicto/ negociación en el contencioso palestino-israelí y el renovado vigor y energía iraní (motivo de zozobra si no de temor entre los países del Golfo y otros de Oriente Medio):

¿en qué resultará todo ello?

Este verano, la guerra entre Hezbollah e Israel en Líbano ha ilustrado en gran medida el carácter sumamente problemático y espinoso de las cuestiones que siguen bien presentes en las agendas de los países árabes: debilidad interna del Estado y sus instituciones políticas, permisividad que - so capa de peculiaridad cultural- no sabe o no puede poner coto al desorden ni sancionarlo, fragmentación política, sectarismo, política inspirada en motivos confesionales, interferencia (si no intromisión) de países vecinos como Siria e Irán a través de fronteras francamente permeables, además de protagonistas y fuerzas políticas sin Estado como Hezbollah que no rinden cuentas ante ninguna instancia por instigar la violencia, la muerte y la destrucción. Porque el caso es que la ideología, cuando actúa a instancias de la guía divina, procede en efecto sin ligaduras ni trabas de modo que se limita a introducir retoques con vistas a alcanzar sus objetivos. Se vale de las coyunturas favorables para influir en los medios de comunicación y aprovecha las convocatorias electorales para hacerse con el poder y conservarlo...

Lo cierto es que de la guerra entre Hezbollah e Israel no se trasluce un resultado definitivo ni concluyente. No se vislumbran claros ganadores o perdedores. Los resultados de esta guerra se parecen a un tercer cuarto de un partido de la NBA o a una media parte de un encuentro de fútbol muy reñido. Aún no sabemos quién cometerá una falta, quién recibirá tarjeta amarilla o roja o quién se adelantará en el marcador. Los observadores sagaces suelen eludir referirse a tales contendientes en términos de ganadores o perdedores y prefieren hablar de un contexto preludio de mayor inestabilidad regional... Las cifras son engañosas. ¿Es preferible hablar de libaneses e israelíes muertos o de civiles desplazados? ¿Hay que contar la cifra de artilleros o misiles de Hezbollah destruidos, de carros de combate o armamento israelí inutilizado? ¿Hay que aludir a las pérdidas económicas infligidas a las respectivas economías e infraestructuras o a la pérdida o merma de poder de ataque? Sea como fuere, queda por calibrar las consecuencias políticas de la guerra en el caso de Israel. En cuanto a la eficacia de la Finul frente a un armado Hezbollah, resulta incierta. Yno puede prejuzgarse el futuro político de Nasrala.

¿Qué lecciones aprenderán Europa, Israel y Oriente Medio sobre los katiusha emplazados en la parte trasera de furgonetas y lanzados contra importantes áreas urbanas? La UE, al actuar bajo pabellón de las Naciones Unidas, ¿ha perdido una ocasión de oro para crear y manejar una fuerza de despliegue rápida? ¿En qué quedará su compromiso de diálogo constructivo?En lugar de considerar la guerra de este verano como una coyuntura crítica y decisiva, mejor será interpretarla como una clara muestra de cuestiones pendientes e irresueltas. A escala regional, la guerra ha dejado cuestiones pendientes, aunque ha arrojado luz sobre otras. Desconocemos hasta qué punto esta guerra pesará en el grado de virulencia de la resistencia palestina frente a la presencia israelí en Cisjordania. Y lo más probable es que el Gobierno Olmert modere sus intenciones de retirarse de nuevas áreas de Cisjordania.

¿Qué cabe decir, por otra parte, del poder de disuasión israelí? ¿Necesitaba Israel una victoria neta y contundente para expresar sin ambages su determinación de proteger tanto sus fronteras como a su ciudadanía? Teherán y Damasco habrían sido muy candorosos y ciegos de no caer en la cuenta del mensaje que Israel enviaba con tanto énfasis: el lanzamiento de misiles contra el Estado judío recibirá una respuesta rápida, inmediata y dañina para el enemigo. Claro que cabe preguntarse también hasta qué punto le importa a Hezbollah el propio concepto de disuasión dado que considera que Israel no tiene tampoco derecho a la existencia... ¿En qué medida intensificará o reconfigurará esta guerra la creciente alianza entre Siria e Irán? Si Iraq se sobrepone a la situación por la que atraviesa y recupera su espíritu de pueblo, tal factor ejercerá un impacto indudable sobre la fortaleza de tal alianza. ¿Seguirá siendo el Estado libanés un apéndice de su poderoso vecino, Siria?

Con caracteres tal vez más nítidos, la guerra de este verano ha expuesto a la luz el permanente desgaste del mundo árabe y de sus sistemas políticos, el término del control exclusivo de los árabes suníes sobre el futuro de la región, la aparición en escena de una nueva guerra fría regional entre Irán, sus aliados e instancias políticas delegadas por una parte, y los estados de predominio suní por otra. Pero el factor más preocupante estriba en el hecho de que los protagonistas y actores sin Estado - en la eventualidad de que los países árabes se agrieten y hundan aún más y las tensiones internas degeneren en caos- puedan explotar este panorama para socavar los fundamentos de otros países de la región. No hay más que enlazar, como en un pasatiempo, los puntos indicadores de frustración: autoritarismo, bolsas de pobreza, persecución del poder sin legitimidad, corrupción institucional, nepotismo; aparte de constante borboteo de puntos de vista antigubernamentales, antioccidentales, antinorteamericanos o antijudíos. Pueden aparecer, también, agentes políticos sin Estado y propósitos desestabilizadores con acceso a los ingresos procedentes de la venta de petróleo.

No podemos caer en distracción ni descuido alguno si persiste este desgaste del mundo árabe y de sus sistemas políticos, pues sólo serviría para dar tiempo a los protagonistas y actores políticos sin Estado... y a sus patrocinados que proceden con arreglo a la luz divina en la que afirman inspirarse. Dejar de reconocer y prestar atención a la realidad que se despliega ante nuestra vista equivale a saber con conocimiento de causa que se aproxima un tsunami sin hacer nada para hacerle frente. No existe modelo, patrón ni receta apta para solucionar los problemas de un país. Europa y EE. UU. no pueden dictarles lo que han de hacer. Pero o los dirigentes árabes laicos dan un paso adelante y se consolidan o la historia pasará la antorcha a los inspirados por la luz divina, con todas las negativas consecuencias que ello implica para un orden mundial estable.