Un Papa anticapitalista

Para celebrar la memoria de san Francisco de Asís a quien ha consagrado su pontificado, el Papa Francisco nos honra con una larga encíclica titulada «Fratelli tutti» [Hermanos todos]. ¿Quién, además de los prelados, lee las encíclicas? Dudo que, entre los fieles, esta literatura sea considerada un superventas y, sin embargo, se supone que todo católico debe adherirse a la línea pontificia que proponen o imponen estas encíclicas. Si no se es católico, como es mi caso, estos textos merecen ser analizados, porque reflejan el espíritu de la época y lo que se respira en el Vaticano. «Fratelli tutti» -no nos sorprenderá- confirma el anclaje a la izquierda del Papa Francisco, ecologista y anticapitalista, su arraigo en las doctrinas revolucionarias de su juventud en Argentina entre los jesuitas de Buenos Aires, compañeros de viaje de la Teología de la Liberación y hostiles al «liberalismo» económico al que extrañamente se acogían los dictadores militares.

Un Papa anticapitalistaEl tiempo ha pasado, el mundo ha cambiado y la pobreza, que atormenta con razón al Papa Francisco, ha disminuido masivamente en el mundo gracias a la globalización, el comercio, la economía de mercado y la revolución científica de la agricultura (soja transgénica en Argentina, por ejemplo). La encíclica no tiene en cuenta este progreso, pero persiste en un conflicto contra un enemigo en gran parte imaginario que el Papa, como todos los intelectuales de izquierdas, llama «neoliberalismo».

Al leer «Fratelli tutti», este parece ser el enemigo al que hay que derrotar, pero el autor no lo define, sin duda porque no existe. El Papa condena a la ligera a quienes creen que «el mercado resuelve todos los problemas»; ¿sería eso entonces neoliberalismo? Pero no conozco a un solo economista, ni a un intelectual, que afirme que el mercado es una solución universal. En Europa, los Estados distribuyen la mitad de la riqueza nacional para garantizar, en la medida de lo posible, un mínimo de dignidad. Incluso en Estados Unidos, un tercio de la riqueza se redistribuye para la salud pública y las escuelas. ¿Es realmente católico inflar el mito del neoliberalismo para luego demonizarlo? Puede no gustarnos la economía de mercado, como al Papa Francisco o a Juan Pablo II en su época, pero lo honesto sería admitir su eficiencia social, como hizo Juan Pablo II, que, en lugar de llamarlo capitalismo, prefirió la denominación de economía libre. Juan Pablo II sabía también, por experiencia, comparar los perjuicios del socialismo con los beneficios, obviamente relativos, de la economía libre.

La encíclica de Francisco es aún más sorprendente porque, en lugar del liberalismo, recomienda las cooperativas de producción, un simpático mito que forma parte de la panoplia izquierdista argentina. Nos gustaría que la economía cooperativa fuera eficaz, pero se ha demostrado que no lo es; en economía, las buenas intenciones no necesariamente producen resultados felices. Por tanto, en lo que se refiere a la lucha contra la pobreza, el argumento del Papa es insostenible. La encíclica no demuestra por qué la economía de mercado sería moralmente odiosa o estaría en contradicción con las virtudes católicas. ¿No se basa el mercado en la libre elección? Estas elecciones pueden ser afortunadas o desafortunadas, pero también el hombre es bueno y malo. ¿Cómo podría ser perfecto el mercado si ni el mismo hombre lo es? Adam Smith respondió a este dilema hace casi tres siglos al observar que la suma de los egoísmos conducía finalmente a un resultado colectivo positivo. Smith consideraba moral un sistema económico cuyos resultados eran relativamente morales; el Papa Francisco preferiría un régimen con intenciones morales (socialismo, cooperativas), aunque sus resultados fueran desastrosos. ¿Es esto realmente católico?

También nos sorprenderá en esta encíclica la débil defensa de la democracia, que contrasta con un elogio sin reservas de las instituciones internacionales, que no son ni democráticas ni morales, lo que tampoco es muy católico. Lo más inesperado de «Fratelli tutti» son las páginas dedicadas al populismo. El Papa tiene toda la razón al condenar a quienes tachan de «populistas» a todos sus adversarios, igual que en el pasado se tachaba de «fascista» la menor crítica molesta. Pero me parece que la encíclica va más lejos de lo necesario al considerar que el populismo es bastante respetable porque el pueblo es respetable y el populismo es la expresión del pueblo. ¡Vaya! El populismo es más bien la expresión de la violencia del pueblo que la democracia tiende a canalizar. También en este caso Argentina puede arrojar luz sobre la inclinación del Papa: el peronismo es un populismo, antiliberal y poco democrático, al que el Papa no fue insensible. Igual que ocurre con la economía de mercado, el Papa siente simpatía por las intenciones populistas, aunque los resultados fueran y sigan siendo catastróficos.

Como era de espera, la encíclica no escatima el discurso sobre la salvación del planeta ante la emergencia climática. ¿Se basa este mandato en la ciencia o en la teología? ¿No invita la Biblia al hombre a someter a la naturaleza y no al revés? El integrismo ecológico del Papa me parece más místico que católico. Estaría abierto a una contrapropuesta, pero la encíclica no la ofrece; no hay nada que discutir ya que el Papa es infalible. La crítica esencial que se podría hacer a esta encíclica es que está de moda; Francisco invita a un catolicismo de sumisión al espíritu de los tiempos.

Guy Sorman

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