Un Papa del sur

Tierra y tiempo somos los hombres. Las primeras miradas de nuestra infancia y juventud engendran en el alma pulsiones e intuiciones, rechazos y anhelos. Hombres del cono norte o del cono sur con amaneceres y atardeceres distintos, con nieves eternas o calores asfixiantes. La elección del nuevo Papa, al invertir la geografía tradicional de Papas europeos, del sur italiano o del norte germánico, y dirigir la atención al cono sur, está invitando a mirar a lo que hoy son los sures: pasión de libertad, de desarrollo, de justicia, de dignidad en el trabajo, de respeto a su comercio. En ellos es donde más injusticia hay, a la vez que más fe y esperanza en Dios.

¿Qué pensar del nuevo Papa? He estado varias veces en la República Argentina, y por supuesto me ha tocado hablar en Buenos Aires: Academia de la Historia, Facultad de Filosofía y Teología, Facultad de Derecho. He comido con Bergoglio cuando todavía era obispo auxiliar del arzobispo anterior. La figura clásica de un jesuita, silencioso, sereno, de mirada larga. Él venía de una compleja historia. En primer lugar, las complicaciones e implicaciones de la Companía de Jesús en el posconcilio. Una única vez he oído hablar al P. Arrupe, justamente en Buenos Aires en un momento dramático para toda Hispanoamérica: septiembre de 1973. Movimientos revolucionarios, golpes militares; por esos mismos días el de Chile. Guerrillas en Colombia con curas a la cabeza y en Bolivia con seminaristas como Néstor Paz Zamora.

En Argentina estaban los montoneros y los gobiernos militares. Entre unos y otros, los cristianos por el socialismo en Chile y la teología de la liberación. Este es el segundo suelo nutricio de experiencias personales que trae consigo el nuevo Papa. La teología de la liberación tuvo dos focos orientadores. Uno, que acentuaba la acción política y en el orden religioso incitaba a la acción secularizadora que podía combinarse con ciertos movimientos políticos, como era el socialismo marxista. Consideraban que las masas estaban cautivas de la religión y había que liberarlas de ella para que accedieran a la madurez histórica y a la libertad política. Otro segundo foco de acción derivaba de Argentina. Allí Lucio Gera, sacerdote secular, y M. Scanone, jesuita en la Facultad de San Miguel, orientaban hacia la cultura, la promoción humana, la decantación de la religiosidad popular, en respeto profundo a las masas creyentes. Arrancarles esta riqueza, rodrigón de su esperanza y sostén en su pobreza, sería degradarlas y crucificarlas. Esta línea de pensamiento fue de una gran fecundidad y ayudó a no romper la comunión. Cuando hace unos meses fallecía Lucio Gera, Bergoglio decidió que fuera enterrado en la catedral como padre de su iglesia y maestro de su pueblo.

El tercer contexto de proveniencia para entender las posibles primacías del nuevo Papa es su responsabilidad durante estos años como arzobispo de Buenos Aires. Una figura de autoridad y de libertad. Cuando uno andaba por las calles, viajaba en taxis o conversaba con los alumnos después de las clases, se percibía ese peso moral. La historia de Argentina en los últimos decenios ha sido traumática: populismos, militarismos, la guerra, los crímenes y violaciones de derechos. La confrontación educada pero real y sostenida con las autoridades civiles y militares le ha conferido una autoridad única.

El cuarto contexto desde el que viene es una Iglesia argentina muy potente y en las generaciones anteriores bien formada, pero con unas inclinaciones hacia formas culturales y teológicas superadas. Allí se cultivó la cultura francesa e inglesa de los decenios 1930-1960, y se tradujo a los clásicos del pensamiento filosófico y católico francés, desde Maritain ayer a Ricoeur y teólogos como R. Garrigou-Lagrange. Las editoriales argentinas fueron para España entre 1940 y 1970 el arsenal de formación e información que los españoles no podíamos tener por ser los Pirineos una frontera. Un tercio de mi biblioteca en poesía, filosofía y teología está editada en Buenos Aires. Por eso, cuando todos los españoles acusaban a Argentina de debernos mucho, yo escribí en la revista «Criterio» un artículo con este título: «Lo que yo debo a Argentina». Dentro de ese contexto hay que situar un aspecto que le beneficiará mucho. Allí han proliferado los movimientos integristas tipo Lefebre de una forma que no conocemos en España. Esta batalla la tiene ya supervisada.

Pero sería un espejismo pensar que se entenderá la acción de un Papa por sus orígenes. Nuestro origen nos condiciona, pero, por ser libres, somos lo que decidimos preferir u omitir. Sobre todo, religiosamente hablando, somos lo que nuestra misión nos intima. Y si es verdad que Bergoglio será Papa desde el hombre que ha sido, su misión de suprema autoridad en la Iglesia católica desencadenará una revolución en su pensar y hacer. El Espíritu Santo actúa por la biología que cada uno arrastra y por los hechos que él y los hombres nos ponen ante los ojos.

Europa quizá vea con distancia a este nuevo Papa. No es de los suyos; no va a compartir muchas de sus actitudes. La situación espiritual de un continente que ha puesto en duda convicciones fundamentales sobre Dios, el hombre, la familia, la sociedad y la moral no va a suscitar su entusiasmo. No dejará de recordarnos cuáles son las grandes posibilidades y amenazas actuales de la vida humana. No será el aliento popular de Juan Pablo II ni el magisterio universitario de Benedicto XVI. Una serena sobriedad y distancia serán sus características. De las tres funciones fundamentales de un Papa: padre, pastor y maestro, ¿cuál de ellas acentuará? El ejercicio directo del gobierno, las decisiones a tiempo y en la forma debida, las reformas de ciertos organismos y la nueva forma de conexión entre autoridad romana y conferencias episcopales son tareas inevitables y urgentes. Rebajará entusiasmos y magnificencias, para que la Iglesia católica no sea solo grandeza y brillo de Papas, sino real comunidad de fe, en la que cada creyente a pie de tierra en su profesión, familia, parroquia, diócesis, área pastoral, asuma las responsabilidades de su fe.

Los españoles tenemos el honor de tener a un hijo de San Ignacio al frente de la Iglesia católica, viniendo de un continente en el que viven la mayor parte de los católicos. Yo no sé cual será su lema de gobierno, pero, si se me deja adivinar, yo creo que encajaría bien la máxima de nuestro Baltasar Gracián, que evidentemente se refiere al Maestro Ignacio: «Hanse de procurar los medios humanos como si no hubiera divinos; y los divinos como si no hubiera humanos: regla de gran maestro no necesita comento».

Dos son mis sentimientos esta noche. Uno: felicitación a Argentina y a toda Hispanoamérica; el protagonismo de Bergoglio en la reunión de Aparecida (Brasil) preparó esta elección. Y otro: curiosidad por saber qué habría dicho Borges al ver a un argentino ante la cúpula de San Pedro.

Olegario González de Cardedal, teólogo

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