«Por favor, abra este espacio televisivo con un titular rápido sobre el Cónclave», me pidieron. No me lo pensé dos veces, «será -dije- un Cónclave no tan corto como el que eligió a Julio II (10 días) ni tan largo como el de Gregorio X (tres años): en torno a tres días». Me equivoqué en uno. El nuevo Papa ha sido elegido en la quinta votación. En el segundo día. Pasó con Juan Pablo I (4 votaciones, dos días) y Benedicto XVI (también dos días). Contradiciendo todas las quinielas posibles, Jorge Mario Bergoglio S.J., que ha tomado el nombre de Francisco I -el primer Papa jesuita de la historia- ha sido nombrado Vicario de Cristo en la tierra, Obispo de Roma, cabeza del Colegio Episcopal, Jefe del Estado de la Ciudad del Vaticano, concentrando en su persona la más alta potestad de jurisdicción de la Iglesia. En el momento en que dio su aceptación a la pregunta acerca de su disponibilidad para el oficio petrino que le hizo el Cardenal Decano, se produjo la más grande transferencia de poder espiritual que conoce la Humanidad.
Para los canonistas están siendo unos días agitados. Mis colegas y yo hemos sido requeridos con inusitada frecuencia por los medios. Y «exóticas» palabras como «camarlengo»,«fumata», o «Cónclave» han invadido los platós televisivos, las cabinas de radio o las redacciones de los periódicos. Y al igual que pasó en el anterior Cónclave (2005) a mí también me ha engullido el torbellino. Las dos preguntas más de fondo que me han hecho han sido: ¿Cuál ha de ser el perfil del nuevo Papa ? y ¿ Cuáles serán sus desafíos ?
A lo primero me permití contradecir a algunos periodistas norteamericanos que deseaban un Papa híbrido entre Rambo y una estrella de rock. Esto es, una especie de superhombre con perfiles de agitador de masas. Mi perfil era más modesto: un hombre con fe profunda, corazón grande y buena cabeza. Las tres características las tiene el nuevo Papa Francisco I
Repárese que los primeros cristianos y el Papa que los lideraba (Pedro), no tenían especiales dotes mediáticas, pero tenían una gran fe. Una fe que movía montañas y que acabaría dando unos frutos absolutamente desproporcionados a las fuerzas de los que iniciaron la aventura cristiana. Desde luego el nuevo Papa tendrá que rodearse de buenos comunicadores y él mismo tiene buenos antecedentes en este sentido, pero lo primero es lo primero. No podemos olvidar que la Iglesia es una institución altamente singular, tan singular que lo importante en ella es la capacidad de lograr que el mundo reconozca como cierto algo que suena a locura y que me recordaba un buen amigo: que un joven hebreo de entre 33/37 años (según la tesis que se acepte), que fue condenado a muerte en un proceso sumario hace dos mil años, y ejecutado como un delincuente, no solamente era alguien lleno de buenas intenciones sino también -y sobre todo- Hijo de Dios. Lo que se le pide al nuevo Papa, ante todo, es que siga sus huellas. Esto lo ha dejado bien claro desde el principio. Sus palabras desde el balcón vaticano han sido los de un hombre de fe que pide oraciones por su antecesor, por todo el mundo y por él mismo. Sobre todo por él mismo. Nada de especiales gestos humanos. Más bien una referencia a la fuerza poderosa de esa íntima relación entre Dios y el hombre que es la plegaria.
Cuando hablo de corazón grande en el nuevo Papa, quiero decir que tiene que hacer suyas las inquietudes, miserias, logros, enfermedades y aspiraciones de 1.195.671.000 (datos de 2010) católicos de todo el mundo. Incluso de toda la Humanidad, a la que desde el principio ha querido dirigirse. Sus orígenes humildes (hijo de un empleado ferroviario y una ama de casa), su actitud claramente solidaria en sus encargos pastorales, su actuación como arzobispo de esa gran ciudad que es Buenos Aires y como presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, apuntan a ese corazón grande en el que todos cabemos.
La tercera característica -dije- es una cabeza bien amueblada, lo que ha demostrado como provincial de los jesuitas y por su amplia formación personal.
Se da en él una circunstancia singular: la de unir sus orígenes italianos (sus padres lo eran) con su procedencia latinoamericana. De este modo los cardenales han apuntado tanto al más sólido fondo demográfico que tiene hoy por hoy la Iglesia (América) como a esa notable capacidad organizativa que tienen los cardenales italianos. Una elección sorpresa, pero vista en perspectiva también una elección muy razonable, incluso con parámetros solo humanos.
Le espera al nuevo Papa desafíos importantes. Me referiré solamente a dos. Ya he hablado del desafío de la fe, veamos ahora el desafío geográfico. Un Papa europeo tendría siempre la tentación del eurocentrismo, olvidando que las circunstancias actuales exigen un Papa mundocéntrico. En otro lugar he recordado que si el primer milenio fue el de la cristianización de Europa, el segundo desplegó el cristianismo en América, el tercero apunta como una flecha a Africa y Asia. Francisco I no puede olvidar que el gran novum, la gran novedad del siglo XXI es el resurgir de las grandes religiones. Frente a esa cierta secularización que vive Europa, se está produciendo un proceso de desecularización en América, Africa y Asia. Desde luego tendrá en cuenta las hondas raíces cristianas de Europa, esa revolución que supuso el paso de Pablo de Tarso desde Troya (Asia Menor) a Filipos (costa griega de Europa). Pero por sus orígenes latinoamericanos, le será más fácil dirigir su mirada hacia los grandes horizontes asiaticos, americanos y africanos.
Y como pasa casi siempre, los que nos dedicamos -por afición o por profesión- al periodismo, hemos salido bastante malparados por la lotería papal en que solemos incidir. Me temo que la sonrisa de los señores cardenales cuando acompañaron Francisco I a decir sus primeras palabras, no solamente eran de legítima satisfacción por la rapidez con que el Espíritu Santo ha realizado a su través la elección de un nuevo Papa. Pienso que también había cierta curiosidad por ver las caras de sorpresa de los 5.500 periodistas acreditados en Roma.
Rafael Navarro-Valls es catedrático de Derecho canónico y académico de Jurisprudencia.