Un partido en busca de identidad

Una palabra se repite para explicar la fuga de votantes de Ciudadanos y del Partido Popular en las recientes elecciones catalanas: desesperanza. José Luis Martínez-Almeida, José María Aznar o Josep Piqué, tres personalidades indiscutibles en el ámbito del PP, la han utilizado en sus análisis de lo ocurrido. En 2017 Ciudadanos generó la ilusión de que era posible contener al independentismo. En 2021 esos votantes se han distribuido entre el pragmatismo táctico de confiar en el que PSC reconduzca la situación, mediante un juego de cesiones y negociaciones; en apoyar a Vox como válvula de escape de un malestar enraizado en la traición del PP o en la ineptitud de Ciudadanos; o han pasado a la abstención. Los resultados cosechados por los partidos encabezados por Arrimadas y Casado son, como poco, catastróficos.

En el caso del Partido Popular podemos refugiarnos en el argumento de que la política catalana es una excepción. Hay parte de verdad, pero una parte muy pequeña. Los resultados en las elecciones vascas fueron igual de desastrosos y, sobre todo, tenemos la incontestable realidad ante nosotros de un centro-derecha fragmentado en tres partidos políticos. Esa división no es necesaria, no se fundamenta en hechos sociológicos o en corrientes ideológicas evidentes. Todos caben en una única formación que recoja el espacio político del centro-derecha. A ese fin dedicó parte de su vida Manuel Fraga y lograrlo fue la gran aportación de José María Aznar. La quiebra de esa unidad es el hecho más significativo de ese segmento político en España, la clave de lo estéril de sus esfuerzos y el fundamento de esa creciente desesperanza, que no sólo afecta a la mitad de la sociedad catalana que se siente española y que ve en la Constitución el pilar de un sistema de convivencia.

La quiebra de la unidad no se produjo por causas naturales, sino por el abandono de un aspecto básico en la vida política: el ideario. Los partidos son la expresión de ‘partes’ de la sociedad que se agrupan en torno a valores, ideas e ideales. El político gestiona, por encima de todo, sentimientos. Un partido sin ideario se convierte en un sindicato de políticos y funcionarios interesados en ocupar parcelas de poder, pero incapaces de ilusionar a la ciudadanía y de generar en ella la idea de pertenencia.

Pablo Casado fue elegido presidente del partido frente a dos candidatas que reunían mucha más preparación y experiencia política. Los electores sabían lo que hacían. Ellas suponían más de lo mismo, un partido sin identidad que hacía de su superior capacidad de gestión su máximo activo. ¡Como si la gestión despertara ilusiones ante los enormes retos de nuestro tiempo! Se esperaba de él la refundación mediante la convocatoria de un Congreso que dotara al partido de una renovada identidad y de un programa ambicioso que nos ayudara a transitar hacia la IV Revolución Industrial. Por distintas razones Casado no ha sabido, no ha querido, no ha podido... llevar a cabo esa tan necesaria renovación, por lo que el partido se ha estancado en una situación de anemia de la que no parece saber salir. Las repetidas proclamas de su mejor saber hacer contrastan con la realidad de su desenganche con la sociedad.

El líder elegido para refundar acabó envuelto en las redes del pragmatismo ecléctico que se suponía debía combatir. Depende de la semana el discurso va en un sentido u otro, desconcertando a los que todavía tienen interés en escuchar y facilitando el trabajo a periodistas y tertulianos ahítos de material que tratar. El Partido Popular no tiene una estrategia que aporte coherencia a sus actos porque carece de ideario. Más aún, porque buena parte de sus dirigentes creen que se puede hacer política sin ideario. Craso error. Tanto Vox como Ciudadanos son hijos no deseados de esa actitud y seguirán canalizando, junto con la abstención, la desesperanza de un electorado que busca un partido en el que depositar su confianza, un partido que comparta sus valores y que le ofrezca un futuro ilusionante por el que luchar. No basta con rechazar a la izquierda y presumir de capacidad de gestión. Un partido sin ideario es un sindicato de políticos. Un ‘proyecto’ vale para una empresa, no para la política. Ésta última requiere la capacidad de gestionar sentimientos, ilusiones, valores, esperanzas. De nada sirve contratar al mejor consultor político si se carece de identidad. Un buen vendedor necesita un buen producto o, por lo menos, un producto presentable.

No se trata de inventar. El liberal-conservadurismo español tiene raíces centenarias, de las que da buena fe esta cabecera y su formidable hemeroteca. Por eso el reto es volver a ellas y hacer el ejercicio intelectual de adaptarlas a la agenda del siglo XXI. Eso va a ocurrir, aunque no sabemos con qué siglas. La sociedad española está viva, reacciona a su manera y en sus tiempos y eso es algo que los dirigentes populares no van a poder evitar. La sociedad envía señales, que se pueden escuchar o no. El Partido Popular tiene la legitimidad para liderar ese proceso, pero si no lo hace podemos tener la absoluta seguridad de que otros lo van a hacer.

De la misma manera que una casa comienza a construirse por los cimientos y que la solidez de estos determinarán la estabilidad del edificio, la refundación del centro-derecha español deberá partir de un análisis en profundidad de los errores cometidos en estos últimos años, que han llevado a la aparición de nuevos partidos y a la desesperanza del electorado natural. El autoengaño y la incompetencia no son los materiales idóneos para una buena cimentación. El trabajo pendiente no es fácil ni cómodo. Pablo Casado era perfectamente consciente de lo que le esperaba y de lo que debía hacer. Por ello no puede extrañarle la reacción ante su inacción e incoherencia.

Se abre un largo período sin elecciones en el que el Gobierno tendrá que hacer frente a las sensatas exigencias de Bruselas y las irresponsables demandas de sus socios comunistas e independentistas. El Partido Popular debe aprovechar este tiempo para rearmarse ideológicamente y presentar un programa de futuro, una idea de España en el siglo XXI, capaz de ilusionar a una mayoría y de generar el efecto gravitatorio necesario para reunir en una sola fuerza política a las tres existentes hoy en día. Esa es su obligación.

Florentino Portero es director del Instituto de Política Internacional Universidad Francisco de Vitoria.

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