Un pasado con mucho futuro

He aquí dos buenas hipótesis: la realidad existe y yo la puedo comprender. Sobre tales columnas se levanta toda la ciencia. Ambas afirmaciones son discutibles, pero las hipótesis sencillamente se asumen o no se asumen. Y el beneficio de lo primero (siglos de ciencia) es bastante mayor que el de no asumirlas. Cualquier clase de conocimiento aspira a comprender la realidad, el científico, el artístico, el revelado... Sin embargo, la ciencia es la forma de conocimiento con vocación para comprender con la mínima ideología previa. La idea es comprender la realidad para anticiparla y, si conviene, quizá también para transformarla... La ciencia (que no los científicos) esquiva preguntas como ¿por qué existe algo en lugar de nada? o bien ¿cómo trascender la realidad? o bien ¿cómo sublimarla?

De todos modos, el cerebro no emerge en la evolución para hacer ciencia, para crear arte o para cultivar creencias. El cerebro surge como un eficaz instrumento de supervivencia. La primera función del cerebro fue ayudar a la movilidad de los individuos. Los individuos fijos a una roca (ostras, lapas…) o movidos a la deriva por las corrientes (medusas,…) no tienen cerebro. Y no tienen porque no lo necesitan. El cerebro se inventa para salir de casa... ¡y la memoria, para volver a casa! Sobrevivir es la función original del cerebro, pero no es la única función natural.

¿Qué significa ser natural? Natural es cualquier innovación bendecida por la selección natural. No se trata de un ripio circular. Cada vez que la selección natural actúa se gana una nueva plusvalía, un beneficio que bien podemos llamar función natural. La primera función de la pluma no fue volar, sino aislar del frío y de la humedad. El aislamiento precede al vuelo, pero tan natural es lo uno como lo otro. Mucho tiempo después la pluma aún habría de ganar una tercera plusvalía: la escritura. Pero escribir ya no es un logro natural, sino cultural. El cerebro cognitivo surgió mucho después de la pluma que aísla y en algún punto entre la pluma que vuela y la pluma que escribe. La selección natural versa sobre lo que beneficia o perjudica a la supervivencia (lo adaptable), pero su máximo logro fue trascender lo natural e inventar lo cultural. El salto fue de vértigo porque en la naturaleza la solución precede al problema mientras que en la cultura ocurre lo contrario. Lo cultural es un logro de lo natural, pero concebir un plan ya no es natura, sino cultura. Así surge el discurso de lo verdadero y lo falso (lo lógico), de lo bueno y lo malo (lo ético), de lo bello y lo feo (lo estético), de lo legal y lo ilegal (lo justo), de lo individual y lo colectivo (lo político), de lo del más aquí y lo del más allá (lo místico)... Y todo ello -lo lógico, lo ético, lo estético, lo justo, lo político y lo místico- son refinados logros culturales de un cerebro naturalmente maduro.

Todas estas refinadas sofisticaciones son igualmente nobles, pero ¿cuál fue antes, cuál fue después? Hoy tenemos datos de la paleoantropología para arriesgar algunas respuestas. Las herramientas que se fabrican algunos animales (los palitos que se preparan ciertos chimpancés para cazar y comer hormigas, las piedras que usan algunos pájaros para romper huevos) son de gran utilidad, pero no tienen pretensiones de belleza ni son indicio de comprensión alguna. Solo una herramienta destinada a fabricar otra herramienta sugiere cierta capacidad para comprender o para urdir un plan. Hace millones de años, el Homo habilis buscó la utilidad, pero no la estética ni la comprensión. Hace cientos de miles de años el Homo erectus añadió la belleza a sus aspiraciones. Sus hachas de piedra exhiben simetría bilateral, es decir, la repetición derecha-izquierda en el espacio. Apreciar la repetición en el espacio (armonía) es una preselección para apreciar la repetición en el tiempo (ritmo). Es bien posible que el primero que cayera en la cuenta de que la primavera volvía cada año sostuviera un hacha simétrica en la mano. Las pinturas rupestres de Altamira (España) o de Piahuí (Brasil) datan de entre una y dos decenas de miles de años y son más una evidencia del amanecer de la ciencia que del amanecer del arte. Los toros, caballos y humanos pintados en una gruta del paleolítico quizá sean más el símbolo de una esencia que la expresión de un estado de ánimo. Por otro lado, la primera evidencia de un comportamiento místico precede en cientos de miles de años a la primera evidencia de conocimiento simbólico. En efecto, los ritos funerarios del Homo neardentalensis son una clara prueba de autoconciencia, de compasión y de sentido de la trascendencia.

La cuestión no está cerrada, ya que cada día se desentierran nuevos datos que nos obligan a cambiar de opinión, pero, de momento, yo diría que la utilidad precede a la estética, que la estética precede a la mística y que la mística precede a la ciencia. La evolución del cerebro tiene un pasado con mucho futuro.

Por Jorge Wagensberg, director científico de la Fundació La Caixa.

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