Un pasaje estrecho, pero pasaje al fin

El conflicto político catalán está entrando en una fase de negociación, formal e informal. Importa ahora que, colectivamente, no nos volvamos a equivocar. Si no por otra cosa que mi dedicación académica, sé bien que, con permiso de Adam Smith, la interacción de múltiples decisores puede generar resultados que no son deseables para la mayoría de los mismos. Eso puede ocurrir incluso contando con su plena racionalidad.

En la negociación tenemos cuatro sensibilidades, que no intento asociar con partidos políticos. Por un lado, tenemos, en Cataluña, a los soberanistas independentistas, para los cuales una nación debe tener un Estado, y también a los soberanistas aindependentistas, que pueden relativizar la independencia y poner más énfasis en la preservación de la nación y en el autogobierno. Por otro, en el global español tendríamos la sensibilidad dialogante y la no dialogante. Las dos últimas elecciones generales parecen demostrar que la dialogante es mayoritaria, aunque por poco. Pienso que la interacción estratégica de estas cuatro sensibilidades debería dar paso a un Gobierno propiciador del diálogo y la negociación. Desde el lado catalán propiciarlo es lo que técnicamente se denomina una estrategia dominante: es lo mejor en cualquier circunstancia. Para los soberanistas aindependentistas, su actitud natural será favorecer la formación de este Gobierno. Los independentistas deben hacer lo mismo porque, si tan convencidos están del fracaso de la negociación, será demostrando que están dispuestos a negociar —y, añado, limitándose a manifestaciones de protesta ordenadas, demostrativas y no disruptivas— como se cargarán de razón y ampliarán la base para la siguiente fase del contencioso. Evidentemente, la estrategia dialogante será entonces también la mejor para la sensibilidad dialogante española.

¿Qué podemos afirmar sobre el ritmo y el contenido de la negociación?

—El ritmo va a ser lento. La realidad de la prisión y el exilio pesa.

—Los conflictos difíciles son aquellos en que falta la confianza. Construir un marco de confianza, aun si se intuyen los parámetros de un compromiso posible, solo se puede llevar a cabo paso a paso, hito a hito.

—Creo que hay que pensar a ocho años vista, lo cual significa que en los cuatro primeros habría que asegurar que tengamos los cuatro siguientes.

En los primeros cuatro años se trata, en gran medida, de alcanzar un clima de distensión y de interlocución permanente, fluida y progresivamente empática. Esto no sucederá por el hecho mismo de hablar. Deberá haber gestos con substancia y un encadenamiento de hitos. He mencionado dos por el lado catalán: facilitar la formación de Gobierno y limitarse a movilizaciones ordenadas y no disruptivas. El Gobierno de España, por su lado, debería tener presente que dos ejes propulsores de la desafección catalana son la percepción de que el modelo territorial centralizado se está consolidando con fuerza, ejemplarizado en el mapa del AVE o en el crecimiento del poder económico de Madrid, y la percepción de que España ve la identidad nacional catalana como una amenaza, y la persistencia de la lengua, como una imperfección.

Pienso que el soberanismo, entendido como la convicción de que el pueblo catalán es un sujeto político, no decrecerá, pero el independentismo podría hacerlo si desde Cataluña se tuviese la percepción de que España está dispuesta a ser como Alemania, con su Berlín, Múnich o Fráncfort. O aún mejor, como Canadá, donde la realidad nacional de Quebec es paralela a la catalana y más respetada. Todos los hitos y gestos que vayan en esta dirección marcarán caminos de distensión. No es difícil identificar los ámbitos relevantes: infraestructuras, establecer y desarrollar con profundidad el consorcio tributario ya previsto, y no discutido, en el Estatuto de 2006, o no cuestionar la troncalidad escolar del catalán y el objetivo del bilingüismo perfecto y culto.

El hito final ¿será un referéndum sobre la independencia? Lo dudo, pero también afirmo que es legítimo reivindicarlo. Ciertamente, en algún momento deberá haber una apelación al voto popular para sellar un acuerdo con solemnidad. Pero no podrá ser pronto, y no podrá ser mientras continúen la cárcel y el exilio. No resolvería el conflicto catalán una reforma constitucional que no tuviese mayoría en Cataluña, o la tuviese exigua. No veo otro resultado posible a corto o medio plazo que este. Pienso además que nuestro problema medular no es uno de Constitución, sino de Tribunal Constitucional. Las ambigüedades en la Constitución dejan muchos caminos abiertos, incluido, por ejemplo, el federal (con regiones y nacionalidades). Pero estos caminos se han ido cerrando por la dominancia reaccionaria en el Tribunal Constitucional. Cualquier agenda de distensión habrá de incluir reequilibrar esta situación. No se nos diga que esto es politizar. Los que hemos vivido muchos años en Estados Unidos sabemos bien que la composición de la máxima corte de un país es un tema esencialmente político. La derecha española también lo sabe. La izquierda no tanto.

¿Podrá haber un acuerdo duradero si no incluye a la derecha española? Seguramente, no, pero la observación no puede implicar que esta derecha tenga capacidad de veto. Tradicionalmente, la izquierda española ha sido más dialogante con Cataluña. Y ello justifica ahora que desde Cataluña se les permita gobernar. En los países democráticos gobiernan las mayorías y cualquier mayoría es legítima. El día que la intolerancia hacia la diferencia catalana y vasca reste a la derecha más votos que le añada será un día decisivo en el devenir de la sociedad española.

Los partidos catalanes deben trabajar para que ese día llegue, que no será, a mi parecer, antes de ocho años. Para ello deberían practicar una política suficientemente moderada para garantizar que si la derecha plantea unas elecciones como un asalto al autogobierno, las pierda. Pudiera ser estrecho el pasaje entre una moderación catalana sostenible y las políticas que un Gobierno de España considere viables en el marco de sus perspectivas electorales. Pero los resultados electorales recientes apuntan a su existencia y que es la única esperanza que nos queda a los que queremos evitar que el conflicto se agrave. Hay quien piensa que la derecha española nunca cambiará y que continuará intimidando a la izquierda de tal forma que a una moderación catalana le faltará oxígeno. Pero servirán mejor su interés pretendiendo que no lo creen. Son todavía muchos los catalanes predispuestos a dar una oportunidad a esa posibilidad. Es mejor que no vean en el independentismo un obstáculo.

La formación del Gobierno de coalición de izquierdas puede fracasar. El PSOE podría tomar el camino de la gran coalición sin Sánchez. No es probable si este dispone de una actitud cooperadora de Esquerra. Además, con dirigentes políticos muy estimados en prisión y en el exilio, cualquier incidente o provocación conlleva impactos emocionales que pueden interferir en una negociación. Especialmente si inciden sobre la competencia electoral. Esquerra quiere abrir paso al Gobierno de coalición. Pero teme perder votos hacia Junts per Catalunya o la CUP, situados en la cómoda posición de ser aritméticamente irrelevantes. A medio plazo, estoy convencido, una actuación responsable de los dirigentes será recompensada electoralmente. No puedo evitar expresar el deseo de que los electores supieran también contener sus emociones, y reaccionar con la cabeza fría, también a corto plazo.

Andreu Mas-Colell es economista (UPF y Barcelona GSE). Este artículo es un resumen de la contribución del autor a un diálogo con Carlos Solchaga celebrado el 11 de diciembre en el Cercle d’Economia de Barcelona y organizado por este, la Fundación Diario Madrid y la Asociación de Periodistas Europeos.

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