Un paso al futuro: dejar atrás el carbón

Este fin de semana una empresa eléctrica solicitó el cierre de sus dos últimas plantas de generación de energía eléctrica con carbón en España (Lada en Asturias y Velilla en Palencia) lo que culminaría el proceso de clausura de todas sus centrales de carbón en el mundo. Parece el fin de una época, pero significa más bien el principio de otra. ¿Estará nuestro Gobierno a la altura?

Ante el anuncio, el Gobierno ha reaccionado activando el Real Decreto que regulará el cierre de centrales eléctricas en España. Esta acción parece responder a una de esas leyes españolas no escritas entre las que está “el carbón es intocable”. ¿Por qué? ¿Por qué esta respuesta ante el posible cierre de unas plantas cuya capacidad de producción total significa tan sólo el 0,83% de la potencia instalada? ¿Por qué se cuestiona la seguridad de suministro cuando las centrales de ciclo combinado con gas natural operaron en 2016 sólo el 12,5% del tiempo máximo posible? ¿Por qué se habla de sostenibilidad social cuando se asegura la recolocación de toda la plantilla? ¿Por qué no se menciona que en 2016 el 87% del carbón que se quemó en las centrales en España se compró en el extranjero?

Cuestiones sin responder, pero que aumentan las dudas sobre el compromiso del Gobierno español en la lucha contra el cambio climático. Sin una apuesta decidida por el cierre de las centrales de carbón, nadie puede creerse los buenos propósitos de cumplir los acuerdos de París. Más aún cuando los recientes informes de Naciones Unidas señalan que tenemos menos de cinco años para poder mantener el calentamiento de la tierra por debajo de 1,5ºC.

El carbón es el símbolo de la revolución industrial. Durante la primera revolución fue la principal fuente de energía, permitió el desarrollo de la máquina de vapor y fue crítico en el sector de la siderurgia. El carbón cimentó una época llena de transformaciones tecnológicas, económicas y sociales. También fue significativa su contribución a la segunda revolución industrial y, en particular, al desarrollo del transporte en esa época. Sin embargo, también trajo unas consecuencias que aún hoy perviven: la emisión de dióxido de carbono (el principal gas de efecto invernadero de origen humano), y el empeoramiento de la calidad del aire, cuarta causa de muerte mundial. Según la Organización Mundial de la Salud, hoy mueren más de 3.7 millones de personas al año por respirar aire contaminado (por encima de la malaria, la tuberculosis y los accidentes de tráfico juntos). Nada es gratuito.

El carbón ha cumplido una función muy importante, pero ahora hay que emprender el camino hacia el futuro. La Unión Europea establece el 1 de enero de 2019 como fecha límite para el cierre de las minas de carbón dependientes de ayudas públicas. Y el 1 de julio de 2020 para las centrales térmicas que no reduzcan drásticamente sus emisiones. ¿Por qué nos alarma adelantarnos en el proceso?

Por otra parte, el número de empleos en el sector minero ha descendido actualmente en España por debajo de las 3.000 personas. Además, la combustión del carbón sigue siendo una fuente relevante de emisión de CO2, principal motivo del cambio climático, y de SOx y NOx, ingredientes de la generación de lluvia ácida y ozono troposférico. Finalmente, la minería del carbón destruye ecosistemas, emite niveles tóxicos de minerales y gases y expone a los mineros y su entorno a niveles elevados de contaminación perjudiciales para su salud. Todo esto repercute directamente en las oportunidades de futuro de la juventud de las regiones que rodean las minas y las centrales térmicas.

Por tanto, el cierre de las plantas no puede ser el último paso. Hay que asegurar la generación de empleo. En el caso de las dos centrales, la empresa se ha comprometido a recolocar al 100% de la plantilla. Hay que ofrecer soluciones creativas y duraderas, distintas a las que se implementaron en el periodo 2006-2012 cuando se gastaron 2.880 millones de euros públicos en proyectos que han mitigado ligeramente el problema, pero no han generado un tejido económico alternativo que sea sostenible social y económicamente.

No es momento de palabras bonitas. No basta con anunciar una ley de cambio climático y transición energética. Si queremos hacer sostenible nuestro modelo energético, no hay otro camino que la electrificación de todos los sectores junto a una generación eléctrica 100% renovable. No es un camino fácil, pero nos jugamos nuestro futuro y el de las próximas generaciones. Así lo están entendiendo muchos gobiernos y empresas que están entrando ya en una nueva era. En los albores de esta cuarta revolución industrial, el carbón no es más que una rémora que nos condena a la “prehistoria industrial”.

Julio Lumbreras es profesor titular de la Universidad Politécnica de Madrid y visiting scholar en la Universidad de Harvard. @julumbreras

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