A partir de la situación del hemisferio euroafricano que esquematizábamos en el artículo publicado en EL ESPAÑOL, el 4 de marzo de 2017, me permito hacer ahora mi anunciada propuesta sobre África, que por primera vez presenté en Santander, el 6 de julio de 2016, con ocasión del simposio de la Fundación de Caminos, sobre Infraestructuras y crecimiento económico. Mi tesis fundamental de entonces, como de ahora, es bien sencilla: la UE no tiene suficiente demanda para crecer con mayor fuerza, y habrá que buscarla fuera -como EE.UU. hizo en 1947, según vimos en el anterior artículo-, y no precisamente en los países desarrollados que tienen cubiertas, básicamente, sus necesidades de infraestructuras. En fin de cuentas, sólo en el continente africano podemos encontrar hoy la posibilidad de una gran demanda potencial para Europa. Entre otras cosas, por la gran insuficiencia de infraestructuras al sur del Mediterráneo. Algo que se debe al menor desarrollo del continente, con 1.183 millones de habitantes en 2016 y previsión de 3.800 en 2100. Pudiendo decirse que África, con una renta per cápita de 1.200 dólares, supone un PIB de 1,4 billones de dólares, análoga a la de de España.
Por lo demás, el 40 por 100 de la población africana, está por debajo del umbral de la pobreza, de 1,25 dólares/día/habitante. Una situación -en términos reales- muy inferior a la de Europa Occidental tras la Segunda Guerra Mundial, en los tiempos del Plan Marshall, cuando con 22.000 millones de euros (con el fuerte valor adquisitivo del dólar de entonces), EE.UU. cebó la bomba de la economía europea, que no podía arrancar sin ayuda exterior, de modo que con la ayuda resurgió el crecimiento económico autosostenido, además de todo un fuerte movimiento de cooperación e integración.
Hoy, en la relación África/UE, estamos en una situación parecida a la de 1948: los europeos tenemos un potencial productivo extraordinariamente elevado, pero sin demanda suficiente. Y África se sitúa en la vastedad de la pobreza comparativa, porque no ha recibido la inversión necesaria para su desarrollo más acelerado, empezando por infraestructuras insuficientes de transporte, urbanas, energía, etc. Una inversión que de forma sistemática sólo puede ofrecerle Europa, siendo cierto que China está desempeñando ahora en gran parte de esa función, con claras pretensiones de convertir el África negra en una provincia económica de la República Popular.
En esa situación hay que preguntarse: ¿qué cabe hacer para que África se incorpore plenamente a la economía mundial? Es precisa una política similar a la que, en tiempos, significó el Plan Marshall de EE.UU. para Europa. Y en esa línea de pensamiento se dice que ya están en marcha en la África actual dos planes tipo Marshall (a falta de uno), siendo la verdad que se trata de planteamientos muy diferentes.
En primer lugar, Bruselas esbozará un mecanismo, en 2016, replicando para África el llamado Plan Juncker: los poderes públicos europeos aportarían una cantidad de recursos limitados a un número limitado de ocho países africanos, que servirían de palanca para atraer inversión privada. Pero según la crítica del economista Gonzalo Fanjul, en su blog de El País (8 de junio de 2016) “no es un Plan Marshall, sino una propina: presupuestariamente, 'la comparación entre el esfuerzo americano tras la guerra y la propuesta europea es un mal chiste'. La razón es que en cada uno de los cuatro años que duró el plan, EE.UU. gastó en la reconstrucción de Europa occidental alrededor del 1,4 por 100 de su PIB. La UE, por su parte, ofrece solamente a los ocho países aludidos el 0,08 por 100 anual del suyo. En proporción, EE.UU. ayudó a Europa Occidental 17,5 veces lo que la UE pretende ayudar a África”.
El pretendido segundo caso del Plan Marshall es la Estrategia del Banco Africano de Desarrollo, BAdD, para 2013-2022, que ciertamente refleja las aspiraciones que de crecer tiene el continente africano. Pero, en analogía a la propuesta de la UE ya mencionada, tampoco tiene nada que ver con el Plan Marshall. Se trata más bien de un cierto remedo de planificación indicativa, desde un organismo internacional, el banco citado, que por lo demás no parece tener capacidades y poderes limitados.
Por ello, parece claro que debe adoptarse un mecanismo distinto a seguir: la UE formaría la Agencia Euro-PROPEA (Programa del Progreso Euro-Africano). Y en el caso de África, habría que pensar en una simétrica Agencia Afro-PROPEA, dentro del marco de la Organización para la Unidad Africana (OUA), o en la Comunidad Económica Africana.
Entrando ahora en algunos números concretos, si la ayuda Marshall a Europa fue del 1,4 por 100 del PIB de EE.UU. entre 1948/52, aplicando ese mismo porcentaje, y teniendo en cuenta que el PIB global de la UE es de 16 billones de euros (2015), resultaría: 16 billones x 1,4 % = 224.000 millones de euros.
Lo que parece una cifra imposible de cubrir con proyectos de sólo un periodo de cuatro años como fue el del Plan Marshall en Europa, pues la ayuda debe ser dosificada para que realmente se aproveche. Por ello, pensando en que, además, comparativamente en la segunda década del siglo XXI, África está menos desarrollada industrialmente de lo que Europa occidental estaba en 1948, habría que pensar en un dispositivo mucho más complejo, por lo que es el continente africano de nuestro tiempo.
Habría, pues, que alargar el periodo de cuatro a diez años, por lo menos, en un esfuerzo más sostenido en el tiempo. Y los 224.000 millones de euros antes citados, que son todo un símbolo, habría que ajustarlos a las posibilidades de absorción gradual de nuevas infraestructuras y otras inversiones por parte de África. En ese sentido, cabe pensar, inicialmente, en una ayuda del 1,4 por 100 del PIB de la UE, distribuida en los diez años previstos. Sobre la cifra total de 213.082 millones de euros, que se habrá percibido es muy próxima a la cabalística de 224.000 millones de euros del 1,4 por 100 del PIB de la UE al comienzo de los diez años, cabría hacer una serie de observaciones macroeconómicas: calcular el efecto del multiplicador de inversión en África y del efecto acelerador del consumo, mecanismo también keynesiano, sobre la renta global africana.
En cuanto a la financiación por la UE, seguramente con un impuesto progresivo de carácter federal, cuyo monto final serían los 213.082 millones de euros mencionados. Una suma entre 515 millones de europeos, significaría 413,75 euros en los diez años; o 41,37 durante cada uno de los diez años; esto es 1,13 euros al día.
Pero esos primeros cálculos sólo tendrían sentido una vez que se aprobara la idea del Plan, cosa de la que seguimos muy lejos de haber hecho, por el ombliguismo comunitario, perdido en diatribas de populistas y brexitianos descarriados, entre la insolidaridad y la escasa imaginación de los actuales dirigentes de la UE. Que todavía no se ha percatado de que tienen una gran misión en todo el sur de su propio hemisferio, que no saben, o no quieren diseñar. Y con las consecuencias que vendrán con el afrotsunami migratorio que seguro va a producirse.
Ramón Tamames es catedrático de Estructura Económica, cátedra Jean Monnet de la UE y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.