Un plan Marshall para el mundo

El esfuerzo internacional para impulsar la cooperación global para el desarrollo no se detiene, pero los últimos años encontró grandes obstáculos. Felizmente, los líderes mundiales tienen una oportunidad de superarlos, ahora que se avecinan importantes reuniones internacionales programadas en la segunda mitad de 2015.

No sería la primera vez que se logre algo parecido. A inicios de este siglo, las negociaciones internacionales sobre desarrollo económico también habían llegado a un atasco. La reunión ministerial de la Organización Mundial del Comercio en Seattle había concluido sin decisiones, y tras las dos décadas del Consenso de Washington, los países en desarrollo estaban disconformes con las instituciones financieras internacionales lideradas por Estados Unidos. Las negociaciones para la primera Conferencia de las Naciones Unidas sobre Financiación para el Desarrollo en Monterrey, México, parecían no tener rumbo.

Pero el 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos fue blanco de graves ataques terroristas, y de algún modo ese acontecimiento trágico obró como un catalizador. Los líderes mundiales acordaron iniciar la Ronda de Desarrollo de Doha, para asegurar que las negociaciones sobre comercio sirvieran a las aspiraciones de desarrollo de los países rezagados. Y la conferencia de 2002 en Monterrey se saldó con enormes avances en temas de inversión nacional e internacional, deuda externa, cooperación internacional, comercio y gobernanza sistémica.

Es obvio que no se necesitan tragedias para destrabar el progreso. Este año deben ser estímulo suficiente las próximas grandes reuniones globales (la Conferencia sobre Financiación para el Desarrollo en julio, la reunión de las Naciones Unidas para la adopción de los Objetivos de Desarrollo Sostenible en septiembre y la Conferencia de París sobre Cambio Climático de las Naciones Unidas en diciembre). Y los esfuerzos que se hicieron en su preparación indican que hay voluntad de avanzar.

Sin embargo, es fundamental definir el programa correcto. El mundo necesita una estrategia bien diseñada y de amplio alcance para estimular la industrialización, según el modelo del Programa de Recuperación Europea (la iniciativa estadounidense que permitió la reconstrucción de Europa después de la Segunda Guerra Mundial). El Plan Marshall (como se lo suele denominar) implicó una inyección masiva de ayuda estadounidense para apoyar las iniciativas nacionales de desarrollo en Europa, y todavía muchos europeos consideran que fue el momento más alto de los Estados Unidos.

El Plan Marshall tuvo repercusiones mucho más allá de las fronteras europeas, y en la década siguiente se convirtió en lo que probablemente haya sido el proyecto de ayuda al desarrollo económico más exitoso de la historia de la humanidad, que continuó con la implementación de políticas similares en el noreste de Asia, tras la creación de la República Popular China y la Guerra de Corea.

Es cierto que la ampliación del Plan Marshall tuvo motivos políticos. Con ella, Estados Unidos esperaba contener la expansión del comunismo al inicio de la Guerra Fría, mediante la creación de un “cordón sanitario” de países prósperos entre Europa occidental y el noreste de Asia. Los países en desarrollo que no sirvieran a esos fines políticos quedaban fuera del plan.

Pero en esencia, el Plan Marshall fue una estrategia de carácter económico, y como tal, fue razonable. Lo más importante es que fue un giro de 180° respecto del Plan Morgenthau que lo precedió, un intento de desindustrialización con pobres resultados. Su objetivo (articulado por el secretario del Tesoro de los Estados Unidos, Henry Morgenthau, Jr., en su libro de 1945 Alemania es nuestro problema) era convertir al antiguo enemigo en un país “mayormente agrícola y pastoril”, a fin de prevenir que se involucrara en otra guerra.

Pero a fines de 1946, las penurias económicas y el desempleo en Alemania motivaron al ex presidente de los Estados Unidos Herbert Hoover a visitar el país en una misión de estudio. En su tercer informe, con fecha del 18 de marzo de 1947, Hoover declara que la idea de reducir a Alemania a un estado pastoril era una “ilusión”, que no podía lograrse sin exterminar o relocalizar fuera del país a veinticinco millones de personas.

La única alternativa era la reindustrialización. Menos de tres meses después, el secretario de Estado George Marshall pronunció un discurso histórico en la Universidad de Harvard en el que anunció la cancelación de la política anterior y declaró el objetivo de reindustrializar Alemania y el resto de Europa, incluso mediante la aplicación de fuertes medidas de intervención estatal, por ejemplo altos aranceles, cuotas y prohibiciones de importación. El libre comercio debería esperar hasta después de la reconstrucción, cuando los países europeos pudieran competir en los mercados internacionales.

En su breve discurso, Marshall señaló otros tres puntos importantes. En primer lugar, tras observar que la interrupción del comercio entre áreas urbanas y rurales de Alemania tenía un papel en la desaceleración de su economía, recuperó una idea que los economistas europeos conocían hace siglos: que todos los países prósperos tienen ciudades con un sector fabril. “El remedio”, explica Marshall, “reside en (…) restaurar la confianza del pueblo europeo”, para que “el fabricante y el agricultor (…) puedan y quieran intercambiar sus productos por divisas cuya estabilidad no esté en duda”.

En segundo lugar, Marshall sostuvo que las instituciones participativas surgen del progreso económico, y no al revés (lo opuesto a la idea comúnmente aceptada en la actualidad). En sus palabras, el “propósito [de las medidas] debería ser recrear una economía funcional en el mundo, para permitir la aparición de condiciones políticas y sociales que den cabida a la existencia de instituciones libres”.

En tercer lugar, Marshall recalcó que la ayuda debía ser integral y estratégica, a fin de promover un progreso y un desarrollo reales. “Esa asistencia”, declaró, “no debe darse a cuentagotas conforme se sucedan las crisis. Toda asistencia que este gobierno ofrezca en el futuro debe ser un remedio y no un simple paliativo”.

Las ideas de Marshall tienen mucho que enseñar hoy a los líderes mundiales sobre cómo acelerar el desarrollo, comenzando por la necesidad de revertir los efectos del Consenso de Washington sobre las economías en desarrollo y transición, que son similares a los del Plan Morgenthau. Hubo algunos países (entre ellos, grandes economías como China y la India con una tradición de proteger sus industrias locales) que pudieron sacar provecho de la globalización económica; pero otros experimentaron una caída del crecimiento económico y del ingreso real per cápita, a la par de la disminución de su capacidad industrial y agrícola, sobre todo en las últimas dos décadas del siglo pasado.

Es hora de aumentar la capacidad productiva y el poder adquisitivo de las economías pobres, como ocurrió en Europa en la década que siguió al discurso de Marshall. Lo que él comprendió entonces, hoy es tan válido como siempre: el desarrollo económico compartido es la única forma de crear una paz duradera.

Erik S. Reinert is the author of How Rich Countries Got Rich…and Why Poor Countries Stay Poor.
Jomo Kwame Sundaram is Coordinator for Economic and Social Development at the Food and Agriculture Organization of the United Nations.
Traducción: Esteban Flamini.

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