Un poblacho

Querido J:

La tarde en que Pujol confesó el diario La Vanguardia dio la noticia en su web con la frase siguiente: «Jordi Pujol anuncia la regularización fiscal de las cuentas de su familia en el exterior.» La frase se mantuvo impertérrita en lo más alto de la página hasta el día siguiente. Por su parte, el informativo de la noche de la cadena pública autonómica (casi siempre el más visto) dedicó 1:29 minutos de un total de 48:33 al caso. El periódico Crónica Gobal, esta reciente anomalía, calculó que el estreno en Barcelona del musical Los Miserables ocupó 3:03 en el mismo informativo. El texto de la noticia empezaba así: «Jordi Pujol pide perdón...»

Ante fenómenos de la cultura como los descritos yo, irrevocablemente, pienso en el que teclea. A los niños les interesan mucho las grandes conspiraciones, las tétricas manipulaciones de los mandamases. No digo que no. Pero yo babeo por saber quién fue el que tecleó todo eso, cómo es él, y qué señales emitió su amígdala cerebral en el momento de hacerlo. Igual me pasa con los tuits abominables. Sí, la masa, la jauría, en fin; pero hay uno que teclea. La regularización fiscal de las cuentas es uno de los grandes titulares de la prensa mundial en cualquier tiempo. Y lo más importante: es probable que haya sido del gusto de su protagonista, que 24 años antes (10 d.A.), cuando llamaba a un señor de La Vanguardia y le daba la entrevista ya escrita, con sus preguntas y sus respuestas, para que la publicara tal cual el domingo, se mostraba muy quisquilloso y disconforme con los titulares que el periódico había elegido para presentarla.

Dado el tratamiento que los dos medios de comunicación más importantes de Cataluña en su género (no me preguntes qué género) dieron a la noticia, y descontado para tu salud mental el amasijo de informaciones y opiniones que vertieron los medios de arrabal, comprenderás que me haya parecido digno del mayor asombro una cierta reflexión que algunos jadeantes han ido susurrando al hilo de la confesión pujolista y de los irregulares negocios que el juez atribuye a algunos de sus hijos: «¿Cómo es posible que la prensa catalana no estuviera al corriente de lo que pasaba?»

Cualquiera sabe que, al menos desde 1980, el sintagma prensa catalana no es más que un oxímoron. Una prensa regida por el caciquismo convencional de la prensa de provincias, pero con una potencia de fuego notable. Es decir, el auténtico problema del sistema comunicativo catalán no es el infamante editorial único. Es que la política del editorial único corresponda a una provincia que aporta el 19% del PIB español. Entre las condiciones de las ínfulas nacionales catalanas debería haber estado no ya la libertad de su sistema comunicativo, sino simplemente su aireación. Desde el punto de vista del pluralismo informativo y del debate intelectual Cataluña es un poblacho. Te remarco lo del debate. Fíjate, por poner un ejemplo, con qué extraordinaria nonchalance acababa el otro día su artículo en El País uno de los intelectuales favoritos del régimen: «Con perdón, cuántas pesadeces nos ahorraríamos con un simple referéndum». Donde pesadeces y simple dan la altura intelectual y moral de la cuestión.

La llamada prensa de Madrid no siempre ha sabido ni ha querido romper el cinturón caciquil. En parte por ese complejo español que advirtió Unamuno, aunque equivocadamente. Él dijo que a los catalanes les perdía la estética cuando debió haber dicho que les perdía al resto de españoles frente a los catalanes. Hasta tal punto les pierde que confunden, por ejemplo, el general buen gusto del look catalán con su ética. Lo peor de TV3 no ha sido su putrefacción periodística sino el excelente diseño de su propaganda. Algo por cierto muy parecido a lo que está pasando con el secesionismo: pura xenofobia vestida de seda. Además el Madrid periodístico, como el Madrid político, ha protegido los intereses nacionalistas siempre que ha convenido a sus intereses. Basta con que releas esa maravillosa frase que el ABC verdadero escribió debajo de la proclamación, a toda portada, de Jordi Pujol como español del año 1984, cuando Banca Catalana: «La opinión pública advirtió enseguida la jugada y se preguntó no si Pujol era inocente o culpable de las acusaciones contra él vertidas, sino si el Gobierno es inocente o culpable del intento de instrumentalizar la Justicia en favor de intereses de partido».

Hace varios años un importante y arrepentido periodista catalán subió, como era costumbre, a ver a Pujol en su casa del pueblo pirenaico de Queralbs. Tenían una relación más o menos franca y confiada. Hasta el punto de que aquel año se permitió advertir al presidente de los rumores que corrían en torno al cobro de comisiones, básicamente gestionadas por uno de sus hijos. Para su relativa sorpresa Pujol no se inmutó y aludió en tono despectivo, y Pujol podía ser muy despectivo (¿recuerdas, company?: «¡A los socialistas los podéis enviar a la mierda de dos en dos!»), a que todos hacían lo mismo, y en especial el PSOE. Y añadió, y dale a la textualidad de las palabras el hecho de que hayan pasado por tres bocas: «Sólo que nosotros vamos a hacerlo mucho mejor.» El compadreo entre periodistas y políticos no lo ha inventado el nacionalismo. Pero ha de sentirse uno muy seguro para hablarle así a un periodista. Para hablar así y para compatibilizar el cargo de presidente de la Generalidad con el de evasor fiscal durante 23 años.

Por lo demás, querido amigo, hay una última razón decisiva que explica la corrupción del sistema periodístico catalán: en los últimos 34 años no ha habido alternancia política. El periodismo vive de esas cíclicas fallas de la historia. Del ajuste de cuentas. Pero aquí, como bien sabes, la única oposición solvente ha sido la oposición a funcionario.

Sigue con salud

Arcadi Espada

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