Un presidente sin empatía ni compasión

Melania y Donald Trump posan con el bebé de dos meses de Jordan y Andre Anchondo, quienes fallecieron en el tiroteo de El Paso, y con otros familiares Anchondo. Credit Fotografía oficial de la Casa Blanca por Andrea Hanks
Melania y Donald Trump posan con el bebé de dos meses de Jordan y Andre Anchondo, quienes fallecieron en el tiroteo de El Paso, y con otros familiares Anchondo. Credit Fotografía oficial de la Casa Blanca por Andrea Hanks

Una de las imágenes más emblemáticas del gobierno de Barack Obama fue una fotografía de la Casa Blanca en la que se ve al entonces presidente agachado para que un niño de 5 años pueda tocar su cabello.

Como reportó en ese momento Jackie Calmes en The New York Times, el niño —hijo de un empleado que dejaba su puesto en el Consejo de Seguridad Nacional— le había dicho tímidamente a Obama: “Quiero saber si mi cabello es como el tuyo”.

“¡Tócalo, amigo!”, le respondió el presidente.

Fue un momento representativo de todos los sueños vertiginosos sobre la raza, la modernidad y un futuro estadounidense brillante que catapultaron a un senador novato de nombre exótico al cargo de presidente.

Ahora tenemos una de las imágenes más emblemáticas del gobierno de Donald Trump, que fue tuiteada por Melania Trump. Se trata de una fotografía desde el hospital de El Paso que el presidente y la primera dama visitaron en medio de la ola sangrienta de masacres consecutivas en Texas y Dayton.

La primera dama aparece cargando a Paul Anchondo, de 2 meses, cuyos padres, Jordan y Andre, murieron por protegerlo de un tirador que le confesó a la policía que condujo desde su casa en Allen, Texas, hasta El Paso para asesinar mexicanos con un rifle tipo AK-47. Un manifiesto que publicó en 8chan, un foro en línea concurrido por nacionalistas blancos, declaraba que quería detener la “invasión hispana en Texas”.

El presidente Trump, al lado de Melania y el bebé en la fotografía, está sonriendo con el dedo pulgar en alto.

El tío del niño, Tito Anchondo, les dijo a los reporteros que llevó al bebé Paul de regreso al hospital para que conociera a Trump, mientras que las otras víctimas se rehusaron a hacerlo, porque quería hablarle al presidente sobre el dolor de su familia. Tito dijo que su hermano asesinado era simpatizante de Trump y declaró a The Washington Post que él se sintió consolado por el presidente en ese encuentro.

Aun así, la fotografía tiene algo de repugnante. La imagen de Obama con un niño estaba llena de esperanza e idealismo. La de Trump con un niño estaba teñida de dolor e ideales destrozados.

Sin empatía ni compasión, Trump posa sonriente para una fotografía con un niño que jamás conocerá a sus padres. Ellos fueron asesinados a tiros por un psicópata cuyas opiniones hacían eco de las diatribas peligrosas y viles con las que Trump ha descrito a las personas morenas —como el padre del bebé— como el enemigo, una infestación y una invasión que tiene como propósito quitarles algo a los verdaderos estadounidenses. Es la misma carnada apestosa que lanzan otros republicanos, solo que es más brutalmente directa y no está limitada a alguna temporada de campaña.

Y en momentos en que digeríamos la imagen grotesca del hospital, tuvimos que ver los videos estremecedores de niños hispanos que lloraban varados en Misisipi porque sus padres, muchos de los cuales trabajaban en una planta de procesamiento de pollo, habían sido detenidos en una redada del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE).

The Washington Post publicó un artículo perturbador acerca de un nuevo estudio: “El riesgo de nacimientos prematuros aumentó entre las latinas después de la elección de Trump”. El artículo decía: “Los investigadores han comenzado a identificar correlaciones entre la elección de Trump y una peor salud cardiovascular, problemas de sueño, ansiedad y estrés, especialmente entre latinos en Estados Unidos”.

La idea fundacional inspirada en la Biblia de establecer una ciudad deslumbrante en lo alto de una colina ahora no es más que un montón horrible de escombros.

Hasta en semanas tan trágicas para tantas familias, Trump estaba obsesionado consigo mismo, con hablar del tamaño de sus mítines en comparación con las del precandidato demócrata texano Beto O’Rourke y con saber si estaba obteniendo suficiente reverencia por parte de las encuestas levantadas en Ohio.

Que no podamos detener el torrente de tiroteos masivos desafía nuestra fe en el sentido común y la decencia de Estados Unidos, incluso en una época de debilidad sin precedentes tanto para la Asociación Nacional del Rifle (NRA) como para su detestable director Wayne LaPierre, puesto que el grupo de cabildeo armamentista pasa por escándalos de tentativas golpistas y de corrupción.

El control de armas parece un problema irresoluble cuando en realidad no lo es. De manera inexplicable y abominable, hemos decidido vivir con sacrificios humanos periódicos. Eso quedó claro en 2012, en Newtown, después del asesinato de “hermosos bebés”, como Joe Biden llamó a los estudiantes muertos de primer grado de Sandy Hook. Si eso no impactó nuestra alma lo suficiente para actuar, ¿qué podría hacerlo?

Ya hemos escuchado a Trump hablar tres veces de que convencerá a los funcionarios de la NRA; durante la campaña en 2016, después del tiroteo de Parkland y de nuevo el 9 de agosto cuando hizo sus visitas para dar el pésame en Dayton y El Paso. Las primeras dos veces que lo dijo, terminó por ceder rápidamente ante la NRA.

Sin embargo, por su temperamento —del mismo modo que Nixon con China—, Trump es el indicado para hacer ese trabajo de convencimiento. Aunque es beligerante, no está tan enamorado de la guerra y las armas. “A mis hijos les encanta cazar”, tuiteó una vez. “A mí no”. No está loco por las armas; es un exdemócrata de Nueva York al que le gusta jugar golf.

Si quisiera dirigir una cruzada para imponer verdaderas revisiones de antecedentes —o incluso una prohibición contra las armas de asalto, una medida que apoya, según dijo en un libro del 2000— sería formidable.

Hay algo de movimiento en el tema ahora, porque los republicanos están asustados; no de los tiradores, sino de los electores suburbanos.

En su mayor parte, los republicanos son propietarios de armas; los demócratas no. No obstante, los votantes del Partido Republicano apoyan más el control armamentista basado en el sentido común que los funcionarios electos republicanos, que se revuelcan mucho en el pantano con las criaturas de la NRA.

Mitch McConnell, el satánico Dr. No, no querrá hacer nada; su portavoz estaba dando marcha atrás al tema de controles de armas desde el viernes. Ese mismo día, John Barrasso, el tercer republicano de mayor rango en el Senado, frenó medidas que supondrían avances en las leyes, como revisiones de antecedentes y retirarles armas a quienes tengan alertas rojas.

Si el presidente y los republicanos idean algo, será un remedio marginal solo para protegerse y así evitar que los demócratas dominen un poderoso tema de campaña.

Mitch, el amante de los moscovitas, y Donald el Detestable seguirán hablando de consensos y esperarán a que las cosas se calmen para cuando llegue septiembre, cuando el congreso reanuda sesiones.

Pero dejemos algo en claro desde ya: nuestros líderes republicanos son unos cobardes.

No debemos dejar que el ímpetu se apague. Porque la gente sigue muriendo.

Maureen Dowd es columnista de Opinión.

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