Un preso político de los políticos presos

La izquierda tiene una gran capacidad de manipulación, un notable respaldo mediático y un eficaz aparato de propaganda. Maneja con habilidad el tópico de que cuando la derecha gobierna aparecen los recortes sociales, retroceden las libertades y se deteriora el sistema democrático. Cuando la gente les cree ganan las elecciones, pero cuando se comprueba la falsedad de los tópicos la gente cambia de opinión y de voto.

Es entonces cuando la izquierda, al amparo de una presunta superioridad moral y capacidad de diálogo, se lanza como sea a recuperar el poder. Sin votos suficientes y con cualquier aliado. Es lo que ocurrió en Cataluña con los dos tripartits, que solo sirvieron para resucitar a una ERC prácticamente testimonial y que es uno de los orígenes de la escalada separatista. Entonces los socialistas gobernaban a la vez Cataluña y España con los que querían romperla. Ahora, la perspectiva, lo que se ve venir, es más grave. Reaparece el tripartito en Cataluña y se quiere extender a toda España. Al final, aquí quedaremos en manos de la CUP y en España, de Podemos.

Y se nos quiere hacer creer que con el infatigable viajero internacional, el doctor cum laude Pedro Sánchez, instalado en La Moncloa, ahora en Cataluña estamos mejor. ¿Y quiénes están mejor? Están mejor desde luego los independentistas (a quienes los efectos dialogantes parecen haberles dado ánimos para «apretar»), y están mejor porque gobiernan los socialistas, que también creen que están mejor porque están en el Gobierno, aunque con solo 84 diputados están a merced de los comunistas de Podemos, los filoetarras de Bildu y lo que le exigen los golpistas e independentistas.

Nadie podía pensar que ese apoyo iba a ser gratis, pero ahora resulta descarnado. Algunos, incluso, todavía queremos creer que las paredes del marco constitucional y de la independencia judicial limitarán el alcance de un precio catastrófico que no se puede pagar. Pero se están ya sentando peligrosos precedentes que, como el de los dos tripartits, supondrán para el futuro un avance de la causa separatista, que tiene ya su plan trazado. Y lo están cumpliendo porque el señor Sánchez se ha convertido en el cómplice necesario para que lo cumpla, aunque los suyos, por lo mismo que está haciendo ahora, ya lo habían tirado antes por la ventana.

Por eso se aprovecha la debilidad de un Gobierno dependiente y se utilizan las instituciones para proseguir el plan de ruptura. Se abren embajadas, tienen dinero y si no basta con el 3 por ciento, en Lérida ya lo han subido a un 8, lo que evidentemente en una Cataluña separada no se habría descubierto. Los cachorros de los CDR, animados por sus mayores, se apoderan del espacio público, amenazan, intimidan, coaccionan y la «asumible» celebración de un golpe de Estado afortunadamente fallido es la demostración palpable de que el apaciguamiento dialogante es tan inútil como el que buscaba Chamberlain.

Ya estamos viendo lo que es el pacifismo del «procés». A la independencia por la desobediencia, y no importa la violencia. Y también sabemos lo que quiere decir el derecho a decidir: la imposición de la independencia a través de un «procés» al que le faltan tres pilares básicos diarios en democracia: el cumplimiento de las leyes, porque no cumplen ni las suyas; la separación de poderes, que desprecian quienes exigen presionar a su favor a jueces y fiscales, y los votos. Según la última encuesta del CEO de la Generalitat, el 66 por ciento de los catalanes se sienten en mayor o menor medida españoles, lo que da la razón a Tardà cuando reconoce que «no som prous».

Las cínicas acusaciones del Gobierno de falta de lealtad al Partido Popular son reprobables e ingenuas. No son creíbles. Esperamos a los socialistas y fuimos leales para buscar el consenso constitucional a la hora de aplicar el artículo 155. No intervenimos TV3, ni convocamos elecciones, tal y como nos exigían respectivamente los socialistas y ciudadanos. El resultado de la medida, como se ha visto, ha sido limitado, y el injusto coste político ha recaído en el Partido Popular.

No, no se puede pedir lealtad a la deslealtad. Porque antes éramos tres y ahora somos dos, desde que arteramente los socialistas abandonaron el bloque constitucional. Ahora están con los que reprueban al Rey, quieren destruir la Transición del 78 y romper España, y con los que nos llevan a unos presupuestos de recesión y ruinosos, unas cuentas que para colmo de la ignominia y la indignidad son negociados desde la cárcel por Pablo Iglesias, que ya ha dicho que el Gobierno «sabe lo que tengo que hacer». ¿Alguien puede creer que la inmensa mayoría de catalanes y españoles estarían dispuestos a aceptar la indignidad que supone que un presidente de Gobierno se convierta en preso político de los políticos presos? Este es un precio que no se puede pagar.

José Ignacio Llorens Torres, diputado del PP y presidente de la Comisión de Agricultura, Pesca y Alimentación del Congreso.

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