Un procés no tan europeísta

Las recientes declaraciones de Puigdemont cuestionando una eventual pertenencia a la UE de una Cataluña independiente en razón de su ‘decadencia’ y desprecio por los derechos de los catalanes pueden parecer anecdóticas y propias de alguien desconectado que solo se representa a sí mismo. Sin embargo, existe ya suficiente evidencia empírica que confirma el giro euroescéptico emprendido por todo el procés en los últimos tiempos. De esa manera, el giro de Puigdemont no sería un hecho aislado sino reflejo de una tendencia consolidada.

El europeísmo ha sido una de las principales señas de identidad del discurso del nacionalismo –y posterior independentismo– catalán. “Cataluña, nuevo estado de Europa”, rezaba el lema de la manifestación de la Diada de 2012, tradicionalmente considerada como el punto de inflexión hacia una agenda independentista.

Así, para muchos, la Unión Europea formaba parte de las señas de identidad de la sociedad catalana: una sociedad abierta, moderna, cosmopolita. Más europea que el resto de España, defenderían algunos entre quienes consideraban que el interlocutor de Cataluña debía estar en Bruselas, y no en Madrid.

Una explicación de este europeísmo podría ser instrumental. Según los estudios, el apoyo a la integración europea tiene mucho que ver con la percepción que la población tenga de las élites nacionales. Así, cuanto más se desconfíe del Gobierno nacional más se confía en Europa y sus políticas. y al revés, cuanto más se confíe en el Gobierno, menos necesaria se ve Europa.

Siguiendo esta lógica, los independentistas esperaban que la UE adoptara una posición más cercana a sus tesis que a las del Gobierno. Este europeísmo instrumental hizo que tras los sucesos del 1-O o a raíz de la aplicación del 155 muchos catalanes mirasen hacia Bruselas, esperando que la UE diese alguna señal de apoyo a la causa independentista. El ejemplo más obvio de esta expectativa es el del ex Govern trasladándose a Bruselas para internacionalizar su situación.

Los eventos, sin embargo, no han ido en la dirección que algunos esperaban. Tanto las instituciones europeas como los distintos Estados miembros han apoyado sin fisuras al Gobierno español, mientras que la causa independentista ha generado pocas simpatías más allá del apoyo de otros grupos secesionistas o de partidos euroescépticos. Y aunque Puigdemont se encuentre en Bruselas y tenga voz en los medios, políticos e instituciones prefieren mantenerse alejados de su figura.

En este contexto, cabe preguntarnos cuáles han sido las consecuencias de esta inacción por parte de la UE para el europeísmo catalán. El último Barómetro de Opinión Política del CEO, cuyo trabajo de campo se realizó después del 1-O, puede ayudarnos a entender este fenómeno. Los datos del barómetro muestran que, en efecto, los últimos acontecimientos han tenido un impacto considerable tanto en la confianza como en el sentimiento de unión de los catalanes hacia la UE.

La confianza en la UE por parte de aquellos que quieren que Cataluña sea un Estado independiente ha caído drásticamente entre julio y octubre de 2017, a la vez que ha subido entre aquellos que creen que Cataluña debe tener algún tipo de encaje en España, a pesar de que ambos grupos partían de niveles de confianza muy similares. La proximidad entre las fechas hace que sea difícil encontrar otras causas para este cambio que no sean la reacción de la UE al 1-O.

Una tendencia parecida se aprecia en el sentimiento de unión hacia la UE, que cae algo más de un punto (sobre diez) entre 2016 y 2017 entre independentistas, así como entre aquellos que se sienten solo catalanes o más catalanes que españoles. En la dimensión más política del fenómeno, los datos nos muestran un aumento considerable de sentimiento de unión hacia la UE entre los votantes del PP, PSC y Cs, mientras que desciende para todos los votantes independentistas.

Especialmente llamativo es el caso de los votantes del PDeCAT, el único partido que lleva Europa en su nombre. Mientras que en 2016 se situaban como el grupo de votantes que más unidos se sentían a la UE, en el último barómetro de 2017 son solo el quinto grupo en estos términos, a cuatro puntos de distancia de los votantes del PP.

Si bien se trata de datos coyunturales, alertan de un fenómeno que podría tener consecuencias duraderas. Nos encontramos ante una historia de expectativas frustradas, en la que los independentistas podrían dejar de percibir que la UE es un instrumento adecuado para lograr sus objetivos. Ello pese a que la posibilidad de que Bruselas mediara o interviniera en la crisis catalana nunca ha sido una posibilidad real. Por un lado, las instituciones europeas carecen de competencias sobre la organización territorial nacional. Por otra parte, pocas decisiones pueden tomarse en la UE sin el apoyo de una gran mayoría de Estados, y los intereses de estos pasan por evitar cualquier tipo de conflicto territorial en su interior. Por el momento, cualquier decisión sobre organización territorial seguirá pasando por Madrid, y no por Bruselas.

Ariane Aumaitre Balado es asistente académica en Estudios Políticos y de Gobernanza Europea del Colegio de Europa.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *