Un procónsul para Iraq

Alberto Moncada, sociólogo (LA RAZON, 01/04/03):

Es el general americano Jay M. Garner, director de la Oficina para la Reconstrucción y la Ayuda Humanitaria de Iraq, creada en el Pentágono el 20 de enero pasado. Garner dependerá, a través del General Franks, jefe del Comando Central, del Ministro de Defensa. Su rápido nombramiento ha servido para despejar las dudas acerca de lo que pasará en Iraq tras la guerra. Ni la ONU ni los iraquíes tendrán que ver con el gobierno y la administración del país durante un período que se ha fijado en no menos de dos años, según declaró al Congreso Douglas Feith, subsecretario de Defensa.

El procónsul americano podrá hacer, en principio, lo que le dicte su buen juicio en relación con temas tan vagos como la pacificación, el desmantelamiento del régimen, la creación de un sistema democrático y, sobre todo, la restauración de la producción petrolífera. No dará explicaciones más que a la cadena de mando y para su trabajo contará con una nutrida organización burocrática y un abultado presupuesto, ambos militares, por supuesto, y de libre disposición.

Un libro reciente, «The Mission: Waging War and Keeping Peace with America Military» (Norton, 2202) de Dana Priest, explica el desarrollo de esa militarización de la política exterior de los Estados Unidos. «Esta evolución se produjo poquito a poco, escribe Priest, sin que nadie se diese mucha cuenta. Los militares iban llenando un vacío creado por una Casa Blanca indecisa, un Departamento de Estado atrofiado, un Congreso distraído»... Suena un poco a golpe de Estado pero, en el fondo, encaja perfectamente en la doctrina de ese grupo de ultraderecha que se ha apoderado de la voluntad de Bush y que, ya desde hace veinte años viene produciendo documentos e incluso publicándolos acerca de lo que ellos llaman el Nuevo Siglo Americano, cuya principal característica es un Gobierno de los Estados Unidos que se autoadjudica la hegemonía mundial y la capacidad de intervenir allá donde lo estime conveniente y para las misiones que él decida.

Desde 1980 las actividades de Defensa están divididas en Comandos operativos, cinco funcionales y cinco regionales. El general Anthony Zinni, jefe del comando central, tenía bajo su jurisdicción las operaciones en Asia y Oriente Medio y ahora, ya sustituido, se queja del escaso músculo del presidente Clinton y de la inacción americana en el conflicto palestino israelí a cuyo envenenamiento achaca parte de lo que ahora ocurre. Con dinero, parece, no se puede conseguir todo porque Zinni administró la ayuda anual a Israel consistente en casi tres millones de dólares al año y los millones gastados en las instalaciones de Gaza y el West Bank palestino, hoy destruidos por la acción de Sharon.

El secretario de Defensa Rumsfeld cree en la militarización de la política exterior americana y hasta ahora ha conseguido imponerla a su presidente pese a las quejas de sus aliados y las protestas del Departamento de Estado. Bush cree en esa doctrina con el mismo fervor que en su recién descubierto fanatismo religioso. Recientemente declaró que «nuestra guerra contra el terrorismo empieza con Al Qaida pero no terminará hasta que todos los grupos terroristas que hay en el mundo sean encontrados y vencidos», algo que coloca al mundo militar en el puesto de mando de la política americana y ha sido confirmado con un presupuesto que supera los cálculos más optimistas y ha tenido un efecto demoledor sobre los gastos sociales, crecientemente reducidos en favor de Defensa.

El sistema de procónsul tiene su antecedente más feliz en la función realizada por el general Mac Arthur después de la rendición de Japón. Mac Arthur se marchó a los cinco años de su gestión, dejando un sistema político y económico operativo que fueron las bases del extraordinario despegue nipón. Pero cualquier parecido del Iraq actual con el Japón de la postguerra es inexistente. Japón era un país industrial desarrollado con anterioridad a la guerra, lo que explica en parte su éxito en ella. Su sociedad, integrada políticamente en torno a la figura del Emperador, era étnicamente unitaria y los intereses de sus empresarios y de sus políticos estaban detrás de un proyecto de democracia a la japonesa, es decir, la alianza del capital y la burocracia administrativa.

Iraq es un país con menos de setenta años de vida, creado artificialmente por los ingleses como un puzzle de grupos sunitas, chiitas, kurdos y turcos en aquella lamentable división del Oriente Medio patrocinada por los vencedores occidentales. Su unión es forzosa mediante una dictadura parecida a la de Tito en la Yugoslavia que se desmoronó apenas cesó la dictadura y sus hábitos políticos son escasamente democráticos, como toda la región. Iraq se parece bastante al Afganistán liberado pero no unificado.

Su principal productividad es la petrolífera, depende del exterior para lo demás y la belicosidad de su líder ha sido utilizada por los poderes occidentales, especialmente por Estados Unidos, para gestionar un dominio eminente extranjero en la región hasta que éste se ha desmoronado.

La reconstrucción de este dominio eminente es, sin duda, la misión principal del procónsul Garner aunque sus jefes ya no son como los que estaban detrás del general Mac Arthur. En los años posteriores a la segunda guerra mundial había un genuino interés americano en asentar mundialmente los valores por los que habían luchado. La Constitución que los japoneses aprobaron, como las demás de la época, centran la actividad política en un sistema de representatividad cuya sustancia se ha ido devaluando y deteriorando en el mundo, y especialmente en los Estados Unidos. La escandalosa subordinación del poder político al económico, el dominio de las corporaciones mercantiles en la capital del Imperio ha sido analizado, denunciado y puesto en solfa por cientos de observadores. Su versión para el proconsulado iraquí es, naturalmente, la imposición de los intereses de las compañías petrolíferas americanas en la zona, algo que pondrá a prueba las habilidades del procónsul.

Los problemas de Garner empezarán en la misión imposible de poner de acuerdo a los grupos étnicos, se agravarán en el reparto de la reconstrucción, para la que hay empresas americanas con contratos ya adjudicados y llegarán a su ápice cuando sus servicios quieran ser utilizados para la próxima operación bélica en la zona que será, sin duda, Irán.

No obstante, la colisión con otros países ajenos a la zona pero con intereses en ella no parece puede delegarse en el procónsul Garner. Cuando los franceses, los rusos y los chinos empiecen a protestar porque sus inversiones sean desconocidas o maltratadas, los políticos de Washington no podrán militarizar esos conflictos salvo que se apresten a empezar la Tercera Guerra Mundial.

Claro que en el año 2004 se celebran elecciones presidenciales y hay muchos estadounidenses que están dispuestos a tomarse en serio la tarea de desalojar a George Bush de la Casa Blanca y salir así de ese mal sueño imperial.

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