He sostenido en otro medio que la presentación como candidato a presidente del Gobierno del veterano y prestigioso economista e historiador, el profesor Ramón Tamames, a instancia de una formación política aparentemente en las antípodas ideológicas del ilustre catedrático, representa una iniciativa, en cierto modo, valiente e innovadora, un revulsivo en plena hora turbulenta de la política española.
De la sorprendente presencia del profesor Tamames en el Congreso de los Diputados se pueden extraer varias conclusiones y hacer algunas reflexiones tras escuchar las numerosas (y atropelladas) intervenciones parlamentarias que se han sucedido en el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo, sede de la representación de la soberanía nacional y no sede de dicha soberanía, como incorrectamente oímos con harta frecuencia. Una cosa es la representación del pueblo con sede en las Cortes Generales, y otra la soberanía cuyo único sujeto titular es el pueblo español.
A mi parecer, más allá del insustancial debate sobre si don Ramón debía o no haber aceptado la candidatura en la moción presentada; si era oportuna (o lo contrario) esta reprobación crítica al Gobierno de Pedro Sánchez; y, finalmente, si era útil o no (a estas alturas de la actual Legislatura) formalizar un cara a cara con el presidente y los miembros de la coalición gubernamental «Frankenstein», está lo que creo más importante: oír, como hemos oído, las intervenciones de los destinatarios de la moción de censura, sus argumentos (si los hubiera), sus afirmaciones, sus silencios, sus evasivas, que de todo ha habido en los dos días que han durado las sesiones parlamentarias de la moción.
El profesor Tamames ha preferido hacer un repaso general –sin entrar en grandes detalles ni aburrir con excesivas cifras– en la crítica a las políticas y medidas puestas en práctica por la coalición sanchista. El estilo de don Ramón ha sido académico, moderado, razonable, para hacer, como él dice, una desaprobación de aquéllas. Ha utilizado un estilo literario y un discurso oral elegante, ni cáustico ni avinagrado, aunque ambas cosas merecía el principal personaje concernido, Pedro Sánchez, y sus ministros y apoyos parlamentarios: el universo «Frankenstein».
Con fina ironía y humor casi anglosajón, el viejo profesor ha llamado merecidamente la atención a los intervinientes gubernamentales ante el aburrimiento provocado por sus tediosos y vagos discursos con los que han consumido, además, un tiempo excesivo e interminable, para, y esto es otro motivo, enmascarar la realidad que viven y padecen los españoles y justificar los 'grandes triunfos' que los actuales ocupantes de la Moncloa dicen haber alcanzado.
Yo estoy seguro de que a los diputados de Vox y a muchos de sus militantes les hubiera gustado un discurso del autor de «Estructura Económica de España» más enérgico e incisivo. Empero don Ramón ha demostrado un considerable respeto a la función parlamentaria, a sus actores y a la Cámara donde se aprueban las leyes y debe controlarse al Gobierno.
Indudablemente, don Ramón se ha asomado a la vida parlamentaria y al debate interpartidario actual y se ha debido de quedar atónito ante tanta hipocresía, demagogia e irrespetuosidad con que se conducen muchos de los actuales diputados nuestros, a los que no ha dudado en censurar por el patente guerracivilismo que destilan sus intervenciones.
En particular, en esto último tiene razón el candidato propuesto por Vox. No hay más que recordar el disparatado, tenso y desconsiderado alegato expuesto por Yolanda Díaz –nuestra Evita Perón– en la defensa de sus descamisados; o las bochornosas intervenciones de los socios de extrema izquierda; o de los nacionalistas y separatistas, que normalmente apoyan a este Gobierno como si se tratara de su tabla de salvación…
Y en este capítulo de intervenciones histriónicas, extremas y polarizantes, hay que destacar, por méritos propios, la del inefable Patxi, un político mediocre rescatado de la política vasca y catapultado a la nacional por ministerio del dedo divino de Sánchez. Hecho lehendakari en su día por obra del Partido Popular. Con su impostado tono en su texto y contexto, hemos presenciado un lamentable e inflamado discurso, intolerante, que recuerda los peores de aquella desgraciada Segunda República. Una soflama inadecuada para el parlamentarismo de la tercera década del siglo XXI. Una intervención parlamentaria rayana en el frenesí verborreico que, por desgracia, no barrunta nada bueno para una fructífera convivencia democrática, a la que no se adecúa.
Oyendo al portavoz sanchista podemos pensar, sin exageración, que la coalición gubernamental, sus socios y aliados han quemado las naves de la concordia y regresado a viejos e indeseados tiempos del odio ideológico y del rechazo al que piensa diferente. Mal camino hemos emprendido.
José Torné-Dombidau y Jiménez es profesor titular de Derecho Administrativo y presidente del Foro para la Concordia Civil.