Un rayo de esperanza en Irán

La victoria de Hassan Rohani en la elección presidencial iraní fue un hecho totalmente inesperado. Es probable que su triunfo en primera ronda (después de una campaña que empezó con ocho candidatos) haya sido una sorpresa bastante grande incluso para el Líder Supremo, el ayatolá Alí Jamenei. A partir de este resultado, las negociaciones con Irán acerca de su programa nuclear, lo mismo que la guerra civil en Siria, pueden adquirir una nueva dinámica. Es que las cosas en Oriente Próximo son así: uno nunca sabe qué puede haber a la vuelta de la esquina.

Este año se cumple el décimo aniversario del inicio de negociaciones sobre el programa nuclear iraní entre los ministerios de asuntos exteriores de Irán y de un triunvirato europeo formado por Alemania, Francia y el Reino Unido. Yo estuve presente en representación de Alemania, y Rohani estuvo como jefe de la delegación iraní.

Las conversaciones han continuado hasta el día de hoy, con un formato ampliado que incluye a Alemania y los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (el P5+1). Sin embargo, hasta el momento no se han obtenido resultados tangibles. Ahora Rohani vuelve al delicado tema del programa nuclear iraní, esta vez como presidente. ¿Qué podemos esperar (tanto nosotros como él)?

Por experiencia personal, sé que Rohani es una persona amable y de mentalidad abierta. A diferencia del presidente saliente, Mahmud Ahmadineyad, Rohani sabe rodearse de diplomáticos muy capaces y experimentados. Pero que nadie lo dude, el nuevo presidente es un hombre del régimen, un integrante realista y moderado de la élite política de la República Islámica; no es un representante de la oposición. Y por supuesto, respalda el programa nuclear iraní.

Para tener una presidencia exitosa, Rohani deberá cumplir su promesa de mejorar las condiciones de vida de los iraníes sin poner en riesgo a la República Islámica en el proceso. No le resultará fácil; incluso, puede que sea como querer resolver la cuadratura del círculo.

Es casi seguro que las mejoras económicas que los votantes demandaron al elegir a Rohani no serán posibles sin un levantamiento de las sanciones de Occidente y del resto del mundo. Pero un requisito previo al fin de esas sanciones es que se den avances sustanciales en las negociaciones sobre el programa nuclear.

Otro posible prerrequisito es que se logre una solución al menos transitoria para los principales conflictos de la región. En los últimos años, Oriente Próximo ha sido escenario de cambios drásticos. Estados Unidos redujo su presencia en la región, con la retirada de sus tropas de Irak y el inicio de un proceso similar en Afganistán que culminará el año próximo. Al mismo tiempo, el antiguo mapa de Oriente Próximo que trazaron Francia y Gran Bretaña después de la Primera Guerra Mundial, con la creación de los mandatos territoriales de estas dos grandes potencias coloniales europeas en Palestina, Siria (incluido el actual Líbano), Transjordania e Irak, se está desdibujando.

Todavía no hay indicios de un nuevo orden regional, lo que es señal de un futuro plagado de riesgos y, tal vez, de caos. En tanto Irán intenta afirmar su influencia y sus intereses (junto con los de sus aliados shiítas), su disputa con el Consejo de Seguridad por el programa nuclear ha quedado íntimamente ligada a sus ambiciones regionales. Después de todo, la posibilidad de un Irán provisto de armas nucleares agravaría casi con certeza los conflictos violentos y desataría en la región una carrera por la posesión de la bomba atómica. Por eso, quizá haya que resolver exitosamente ambas cuestiones antes de dar cualquier paso en la dirección de levantar las sanciones internacionales.

Irán y sus interlocutores internacionales deberían aprender las lecciones del pasado, y limitar sus expectativas adecuadamente. Vistos los intereses diametralmente opuestos de las partes, los obstáculos que enfrenta cada una de ellas en el ámbito interno y en la relación con sus aliados y la profunda desconfianza mutua, no pueden esperarse soluciones rápidas (si es que acaso hay soluciones).

A Irán le convendría también iniciar negociaciones directas con Estados Unidos, aparte de las que mantiene con el P5+1. Y para lograr resultados positivos, es casi imprescindible que Irán mejore sus relaciones con Arabia Saudita y los estados del Golfo y cambie su actitud hacia Israel.

Por su parte, Occidente debe entender que la República Islámica no es una dictadura monolítica. El régimen tiene varios centros de poder simultáneos, que se influyen mutuamente y limitan sus respectivas decisiones. La presidencia es solamente uno de esos centros de poder, y otro tanto puede decirse del Líder Supremo, que a pesar de su título, no es un gobernante absoluto.

En los últimos diez años, Irán probó dos líneas políticas: un modelo reformista, durante la presidencia de Mohamed Jatami, y el radicalismo intransigente de Ahmadineyad. Ambos métodos fracasaron. Los reformistas no pudieron sobreponerse a la oposición conservadora, y los radicales no pudieron vencer las realidades económicas internas generadas por su política de asuntos exteriores y el programa nuclear.

Rohani debe encontrar un modo de cumplir el mandato recibido de los votantes sin perder el apoyo de una mayoría de los centros de poder del régimen. Una tarea que de por sí es difícil puede complicarse aún más si en el frente interno también tiene que lidiar con la desconfianza generalizada.

Tal vez en Estados Unidos y Occidente muchos vean a Rohani como la cara amable de la República Islámica, y a Ahmadineyad como su representante más auténtico (por ser más radical). Por su parte, muchos iraníes ven a Obama como la cara amable de un Estados Unidos que todavía pretende un cambio de régimen en Irán, y a su predecesor, George W. Bush, como su representante más genuino (por ser más radical). Aunque estas dos percepciones distorsionan la realidad, ambas tienen un núcleo de verdad.

A pesar de estas percepciones (o quizá, precisamente, gracias a ellas), la presidencia de Rohani ofrece una oportunidad inesperada, tanto para las negociaciones sobre el tema nuclear como para la solución política de la situación en Siria. Es absolutamente necesaria la participación de Irán en una conferencia internacional de paz, aunque más no sea para poner a prueba la seriedad de Rohani. Durante la conferencia sobre Afganistán celebrada en 2001 en Bonn, Irán mostró una actitud pragmática y orientada a la búsqueda de resultados; sin embargo, no obtuvo por ello ningún reconocimiento de parte de los Estados Unidos.

En lo que atañe a las negociaciones por el programa nuclear, el objetivo principal del P5+1 es obtener garantías objetivas de que Irán no avanzará de ningún modo hacia el uso militar de sus capacidades nucleares. Para Irán, lo más importante es que se le reconozca el derecho a un uso civil de la energía nuclear, de conformidad con lo estipulado en el Tratado de No Proliferación y sus protocolos. Ambas cuestiones parecen más sencillas de lo que son: se dice que el diablo está en los detalles, y aquí los detalles dejan amplio margen para que surjan desacuerdos respecto de la definición, el control y el cumplimiento de las condiciones estipuladas.

Una vez más, es fundamental no abrigar expectativas irreales. Alcanzar un resultado exitoso en las negociaciones nucleares no será fácil; tampoco lo será resolver, o tan siquiera contener, los principales conflictos regionales. Pero sería el colmo de la irresponsabilidad no aprovechar esta oportunidad inesperada que ha surgido con la elección de Rohani, apelando para ello a todo el coraje, la buena fe y la creatividad que podamos encontrar.

Joschka Fischer was German Foreign Minister and Vice Chancellor from 1998-2005, a term marked by Germany's strong support for NATO’s intervention in Kosovo in 1999, followed by its opposition to the war in Iraq. Fischer entered electoral politics after participating in the anti-establishment protests of the 1960’s and 1970’s, and played a key role in founding Germany's Green Party, which he led for almost two decades. Traducción: Esteban Flamini.

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