Un reformista persuasivo

"Si el profesor Fuentes Quintana faltara, los economistas españoles trabajaríamos menos", solía decir Ernest Lluch, admirador confeso de esa mezcla de energía y entusiasmo que convertía a Enrique Fuentes en un irresistible incitador al trabajo. Si a ello añadimos el valor que para él tenía la palabra escrita como un superior compromiso (Scripta manent era una de sus frases predilectas) se comprende mejor la gran cantidad de revistas y publicaciones que animó o creó, desde Información Comercial Española o Hacienda Pública Española, hasta Papeles de Economía Española o más recientemente Papeles y Memorias de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Así como las colecciones de libros que impulsó como Clásicos del Pensamiento Económico Español o bien obras colectivas como Economía y economistas españoles. Todo ello tenía por objeto mejorar nuestro conocimiento de la economía española, elevando la calidad técnica de la conversación entre los economistas y desde luego, como decía Lluch, hacía trabajar a éstos.

Pero el propósito último de su interés por esos trabajos no era un mero afán de erudito, sino que había una razón moral, porque Enrique Fuentes Quintana era un reformista comprometido con lo que interpretaba como mejoras prioritarias que era imperativo introducir en la economía española: la apertura en el cincuenta y nueve, la reforma fiscal a comienzos de los setenta, la estabilidad macroeconómica en la transición y siempre, la flexibilidad de los mercados o el equilibrio presupuestario en los ochenta, la incorporación al euro en los noventa, la educación y la innovación tecnológica, más recientemente. Un repaso a los trabajos de Fuentes Quintana o a los impulsados por él resulta ser una nómina de los problemas que sucesivamente han aquejado a la economía española en el último medio siglo y contiene además un detallado programa con sus propuestas para enfrentarlos.

En esa tarea siempre estuvo convencido de tener a los economistas de su parte, porque su confianza en el poder y la racionalidad de las ideas económicas fue permanentemente elevada. Pero un reformista como él sabía también del valor de ganarse a la opinión. Y en esa tarea multiplicó una vez más su inmensa capacidad de trabajo: inventó foros, insufló una vitalidad llamativa a las instituciones que dirigió, escribió en prensa y sembró España de innumerables conferencias.

En suma, usó legítimamente de la persuasión para difundir sus ideas y lo hizo de un modo tan desinteresado y generoso que acabó por encarnar para buena parte de la sociedad española la imagen positiva del economista como una mezcla de competencia técnica y honestidad en los diagnósticos. Una imagen, por cierto, de la que nos hemos beneficiado los demás, como de un efecto externo, por hablar en términos hacendísticos.

José María Serrano Sanz, miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.