Un Reino Unido más global

Un Reino Unido más global
Jack Taylor/Getty Images

Hace tiempo que los escépticos sostienen que el Reino Unido ya pasó de su mejor momento y hoy sólo le quedan las glorias pasadas. Señalan las calificaciones mediocres que obtiene el país en las pruebas educativas PISA de la OCDE, el hecho de que hay una sola empresa británica (HSBC) entre las 50 corporaciones más grandes del mundo (Alemania tiene cuatro) y la probabilidad de que el Brexit termine debilitando la posición internacional del RU en vez de fortalecerla.

Pero yo no comparto ese juicio. Al fin y al cabo, el RU pertenece a la reducida nómina de países que fueron capaces de producir una vacuna eficaz contra la COVID‑19 en tiempo récord. Sigue en la vanguardia de la transición mundial a la energía verde, y fue la primera economía importante que estableció por ley el objetivo de alcanzar la emisión neta nula de gases de efecto invernadero de aquí a 2050. Además, el RU conserva sus fortalezas tradicionales: idioma, ubicación y zona horaria, universidades de prestigio y profundos mercados financieros; y sigue siendo un adalid del Estado de Derecho.

En la próxima cumbre del G7 de la que el RU será anfitrión en Cornualles, dirigentes políticos y empresariales querrán conocer la situación del país en relación con las tres cuestiones que, sumadas, transformarán el comercio internacional y serán catalizadores de crecimiento económico en las próximas décadas: la relación con China, la innovación tecnológica y la energía limpia.

En lo referido a China, el RU tiene mucho margen para aumentar el comercio bilateral. En 2019 exportó a China 30 700 millones de libras (43 500 millones de dólares), poco más de un tercio del total de Alemania, que fue 110 000 millones de dólares (de hecho, en 2020 China fue por quinto año consecutivo el principal socio comercial de Alemania).

De modo que el RU tiene que ampliar lo antes posible sus vínculos comerciales y de inversión con China, el país que dominará la economía mundial. China ya es el principal socio comercial y fuente de inversión extranjera de muchos países desarrollados y en desarrollo, y el mayor prestamista de las economías de mercado emergentes (más que el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Club de París de acreedores soberanos).

Por supuesto que a la hora de vincularse con China, la preocupación por los derechos humanos y las diferencias ideológicas plantea dificultades éticas al RU. Pero evitar la relación con la clase política china le restaría capacidad de influir en el régimen de Beijing y puede poner en riesgo su economía.

En el aspecto tecnológico, el papel del RU en el desarrollo de la vacuna de Oxford‑AstraZeneca contra la COVID‑19 destaca su fortaleza en innovación médica (de lo que da prueba la presencia de un pujante sector biotecnológico y biocientífico). Pero todavía no ha creado una empresa tecnológica de estatura y renombre internacional, y la actividad bursátil reciente envió mensajes contradictorios a los inversores. Las salidas a bolsa de la empresa de entrega de comidas a domicilio Deliveroo y de la empresa de tecnología de semiconductores Alphawave fueron problemáticas: las cotizaciones de las dos registraron grandes caídas en el primer día de operaciones, y semanas después del lanzamiento se mantenían por debajo del precio inicial.

Pero el RU está en una posición que le permitirá sacar provecho de inversiones y avances en tecnologías emergentes, como la inteligencia artificial, que en los próximos años transformarán la educación y la atención médica. Además, tiene la posibilidad real de ayudar a subsanar las falencias tecnológicas de sus aliados; en particular, en el área de los semiconductores, donde el porcentaje que representa Estados Unidos de la producción mundial se redujo de 37% en 1990 a apenas 12% en la actualidad.

Para hacer realidad su capacidad de convertirse en superpotencia científica, el RU necesita un centro tecnológico a la altura del dinamismo de Silicon Valley. Para ello será necesario un esfuerzo decidido en la creación de un ecosistema de talento y colaboración que conecte la ciencia de datos, la tecnología y las políticas públicas.

Por ejemplo, el arco Oxford‑Cambridge ya sostiene dos millones de puestos de trabajo y aporta cada año 110 000 millones de libras a la economía británica. Pero para subir un escalón más, la región tiene que convertirse en un entorno vibrante de innovación y hacerse más visible ante los grandes inversores mundiales; sobre todo en vista de que la inversión extranjera directa global ya tuvo tres años consecutivos de caída (2016‑18) antes de derrumbarse un 42% en el annus pandemicus de 2020.

En el área de la energía, el RU ha sido un pionero en la mitigación del riesgo climático por medio de tecnologías de captura y almacenamiento de carbono y en la fijación de una meta de emisión nula de gases de efecto invernadero. Y dentro de unos meses tendrá una importante oportunidad para reforzar su posición como líder ambiental y en energías verdes, cuando sea sede de la próxima Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Clima (COP26).

El RU tiene sobre todo la posibilidad de liderar un cambio discursivo, para que la transición a una economía verde no sea sólo cuestión de limitar pérdidas económicas sino también de maximizar ganancias. En particular, el potencial económico del apoyo estatal a un aumento de la inversión en energía solar, eólica, hídrica, geotérmica y basada en hidrógeno y biocombustibles, en reactores nucleares de cuarta generación y en nuevas tecnologías para baterías es enorme.

Pero para poder asumir una posición de liderazgo en la transición a una economía verde, en nuevas tecnologías y en la relación con China, el RU debe superar varios obstáculos. Sobre todo, al fragmentario proyecto actual de la «Gran Bretaña global» hay que incorporarle una cooperación mucho más estrecha entre los sectores público y privado y más claridad en relación con el seguimiento de la ejecución y la medición de los resultados.

El RU tiene una enorme potencialidad, pero para hacerla realidad necesita más visión política. La dirigencia británica tiene que poner en marcha un plan general orientado a dejar un legado duradero; algo similar en espíritu al Proyecto Manhattan de la Segunda Guerra Mundial del que surgieron las primeras armas nucleares o a la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa de los Estados Unidos (DARPA), que hizo posible el desarrollo posterior de Silicon Valley.

Ahora que el mundo empieza a salir de la pandemia, el RU, sede de dos grandes cumbres internacionales este año, estará en la mirada de todos. Debe aprovechar esta oportunidad única y tratar de reposicionarse para el siglo veintiuno.

Dambisa Moyo, an international economist, is the author of four New York Times bestselling books, including Edge of Chaos: Why Democracy Is Failing to Deliver Economic Growth – and How to Fix It. Traducción: Esteban Flamini.

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