Un remedio para el clima peor que la enfermedad

Dos años después de la firma del acuerdo de París sobre el clima, este mes la capital francesa volvió a atraer a la flor y nata del mundo, que se reunió para la cumbre One Planet del presidente Emmanuel Macron. Ya fustigando al presidente estadounidense Donald Trump por retirarse del acuerdo de París, ya reafirmándose unos a otros que sigue vigente, los políticos formaron un corrillo autocelebratorio con dirigentes empresariales y famosos convertidos en activistas.

Hay que tomar con cautela estas muestras de camaradería autocomplaciente. La buena voluntad no basta para detener el cambio climático, y la historia está llena de políticas bienintencionadas que resultaron inútiles, o incluso peores que los problemas que debían resolver.

Un ejemplo particularmente desgarrador fue el intento de Mao Zedong de mejorar las cosechas y la higiene pública erradicando los gorriones. El resultado fue un enorme crecimiento de la población de langostas y una posterior hambruna que se cobró la vida de unos treinta millones de personas.

De esto ningún gobierno está a salvo. El expresidente estadounidense Bill Clinton admite que la histórica ley de reincidencia (llamada “de los tres golpes”) aprobada en 1994 durante su mandato fue contraproducente, porque se encarceló a tantas personas que “no quedaba dinero suficiente para educarlas, capacitarlas para nuevos empleos y aumentar [sus] posibilidades cuando salieran de la prisión”. En la década siguiente también pareció buena idea que Estados Unidos tuviera a los prisioneros iraquíes más peligrosos encerrados en un único campo, pero ahora se considera que esa medida ayudó a formar a los futuros líderes de Estado Islámico.

A menudo, los defectos de una política sólo resultan evidentes en retrospectiva, y para identificarlos a tiempo, hay que analizar los costos e impactos con calma. En ningún tema esto es tan importante como en el cambio climático. Piénsese en la cumbre de este mes en París, donde la atención se centró en la ausencia del gobierno de Trump o en el cuestionamiento de los otros líderes mundiales al presidente estadounidense. Nunca se habló de los costos y efectos reales del acuerdo de París.

La economía nos ayuda a entender la escala del problema. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la ONU estima que en unos sesenta años, el calentamiento global costará al planeta entre 0,2% y 2% del PIB. Es un problema, pero no es el fin del mundo.

Ahora mismo, el costo neto real del calentamiento global es casi nulo. Parece difícil de creer, porque todo el tiempo oímos noticias terribles relacionadas con el clima. Pero no nos muestran todo el panorama.

Es comprensible que una sequía en Siria se vuelva noticia. Pero en términos generales, el calentamiento global implica más precipitaciones. Una reseña realizada por la revista Nature determinó que a escala planetaria, las sequías vienen disminuyendo desde 1982. De modo que aunque el calentamiento global haya contribuido a que se produzcan algunas sequías, en general evitó más de las que causó; pero una sequía que no se produce no es noticia.

También genera preocupación el desmonte de bosques tropicales. Esto merece atención, pero el cuadro general es que, puesto que el aumento de dióxido de carbono actúa como fertilizante, de 1982 a esta parte el cambio climático aumentó la masa verde del planeta (los diversos tipos de vegetación) en una cantidad equivalente a todo un continente.

De modo que los cálculos más confiables muestran que el costo neto actual del calentamiento global es alrededor de cero (el estudio más pesimista calcula un costo igual al 0,3% del PIB, y el más optimista un beneficio neto del 2,3%).

Eso aumentará a 2% en medio siglo, y a 3 o 4% a principios del siglo XXII, si no actuamos.

Pero las políticas sobre el clima aplaudidas en París son en esencia gestos de alto costo y con poco efecto. La Unión Europea dedicará el 20% de su presupuesto este año a medidas relacionadas con el clima, por las que probablemente gastará (teniendo en cuenta todos los costos económicos) alrededor de 209 000 millones de euros (240 000 millones de dólares).

Pero el beneficio será insignificante. Un trabajo de investigación con referato de mi autoría muestra que, sumando las reducciones de CO2 a las que la UE se comprometió por el acuerdo de París de aquí a 2030, y en el supuesto más optimista, alcanzar y mantener durante todo el siglo las metas de emisión sólo evitará 0,053 °C de calentamiento global en 2100.

La pequeñez del efecto no es razón suficiente para descartar la política de reducción de emisiones de la UE, pero debería obligarnos a considerar si el remedio no será peor que la enfermedad, y preguntarnos si no habrá otras estrategias mejores.

Otro estudio con referato muestra que cada dólar gastado en las políticas climáticas de la UE generará apenas tres centavos de beneficio climático total a largo plazo. Y pese al entusiasmo procedente de Francia, el acuerdo de París es igualmente desproporcionado: con un costo anual de entre 1 y 2 billones de dólares, incluso Naciones Unidas estima que va camino de lograr 1% de lo que se necesita para evitar aumentos de temperatura superiores a 2 °C.

Necesitamos opciones más inteligentes y baratas. El centro de estudios que dirijo (Consenso de Copenhague) pidió a 27 de los economistas del clima más prestigiosos del mundo un análisis de todas las medidas factibles; la conclusión fue que la mejor inversión a largo plazo es la investigación y desarrollo en energías verdes. Cada dólar invertido supone evitar once dólares de daños climáticos. Es mucho más razonable que gastar una fortuna en reducciones del CO2 que no tienen casi ningún efecto.

El mundo debe reducir la insistencia actual en políticas ineficientes sobre el clima, y sustituirlas con un aumento de la I+D en tecnologías verdes. Sólo la innovación puede hacer que la energía verde del futuro cueste menos que los combustibles fósiles, lo que impulsará su adopción general. También necesitamos medidas de adaptación baratas y efectivas para evitar los peores daños climáticos. Y la principal fuente de vulnerabilidad es la pobreza: igual que con todos los otros problemas globales, la peor parte del cambio climático se la llevarán los pobres. Por eso sacar a la gente de la pobreza es la medida más efectiva de todas.

Pese a la alta retórica de París, de nada servirán las mejores intenciones del mundo si nuestra “solución” a los problemas climáticos termina siendo otra política que le costó al planeta mucho más de lo que obtuvo a cambio.

Bjørn Lomborg, a visiting professor at the Copenhagen Business School, is Director of the Copenhagen Consensus Center, which seeks to study environmental problems and solutions using the best available analytical methods. He is the author of The Skeptical Environmentalist, Cool It, How to Spend $75 Billion to Make the World a Better Place and The Nobel Laureates' Guide to the Smartest Targets for the World, and was named one of Time magazine's 100 most influential people in 2004. Traducción: Esteban Flamini.

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