Un reto en la aventura del saber

Uno de los grandes aciertos del ministro de Educación, Ángel Gabilondo, es haber planteado, nada más tomar posesión de su cargo, la necesidad de llevar a cabo un Pacto por la Educación. Me parece que es una gran iniciativa y no sólo necesaria, sino también urgente, pues con ella está en juego algo tan importante como es el progreso económico, social y cultural de nuestra sociedad. La educación preuniversitaria está sometida a demasiados vaivenes legislativos, así como a presiones de las comunidades autónomas, de intereses económicos, ideológicos y de valores. Pero mientras se debate con visiones muy parciales, entre tantos intereses cruzados, los ciudadanos tenemos la percepción de que la educación se encuentra con graves problemas y dificultades. Los debates en muchos casos se encuentran sesgados y suelen ser referidos a cuestiones marginales, muy marcadas ideológicamente, y no entran en lo esencial, como es diagnosticar lo más aproximado que se pueda al hecho de por qué pasa lo que está pasando y qué remedios hay que arbitrar para ir resolviendo los problemas.

Algunas percepciones negativas sobre el estado de la educación son reales y otras no tanto. Las primeras quedan expresadas de un modo objetivo en estudios como el Informe PISA y los pobres resultados obtenidos por un país con el nivel de desarrollo económico de España, por las pruebas que determinadas comunidades autónomas hacen y por el nivel que se obtiene en los exámenes de selectividad, así como, indudablemente, por los índices de fracaso escolar. No obstante lo anterior, soy de los que piensan que siendo conscientes de los problemas por los que pasamos, tampoco hay que dramatizar, y desde luego no hay que utilizar los malos resultados obtenidos en la educación como un arma arrojadiza entre partidos políticos, ya que estamos ante un sistema educativo cuya mejora incumbe a toda la sociedad y no solamente a los políticos.

Todos estos datos, a los que cabría añadir otros más subjetivos, son, sin embargo muy desiguales. En relación, por ejemplo, con el Informe PISA, el catedrático de la Universidad Complutense, Julio Carabaña, ha puntualizado que si se desagregan los resultados por comunidades autónomas estos son muy diferentes. Así, hay comunidades que se encuentran a la altura o por encima de la media europea de los países desarrollados, mientras que en otras es donde se producen los resultados peores. Estas diferencias no se dan entre las comunidades más ricas y las más pobres, pues hay algunas que encontrándose en niveles económicos bajos, obtienen espléndidos resultados. La pregunta es saber por qué esto es así, pero como me ha manifestado el propio Carabaña en conversación personal no se sabe muy bien a qué se deben estas diferencias entre comunidades, tal vez venga de un proceso histórico más largo de lo que suponemos. Ante estos datos, convendría hacer investigaciones en este campo, pues los buenos ejemplos los tenemos en casa sin necesidad de ir a observar las experiencias más exitosas de otros países, aunque esto tampoco vendría mal. Seguramente convendría, si no existe ya, crear comisiones de expertos, que sean capaces de analizar la situación real del sistema educativo, con sus luces y sombras, fortalezas y debilidades, y cómo convendría actuar para ir resolviendo las situaciones más negativas.

Lo que creo que es fundamental es que seamos todos conscientes de la importancia que tiene la educación como un valor en sí mismo, simplemente por el hecho de saber, de aprender, por avanzar en el conocimiento, y esto es algo que tiene que ser inculcado a los niños y a los jóvenes. Hay que huir de la idea, cada vez más extendida por desgracia, de que la educación debe tener solamente una utilidad pragmática. La educación es mucho más, va mucho más allá de su mera utilidad práctica inmediata. Hay que insistir en el hecho evidente de que se pueden aprender muchas cosas deleitándose, pero que el aprendizaje exige atención, estudio y trabajo. Todo lo cual debe llevar aparejado la dignificación del trabajo del profesor y que se le conceda por parte de los estudiantes y familias una autoridad moral y respeto a su saber y conocimiento.

Por supuesto, no toda la responsabilidad en la formación del estudiante recae en el profesorado, ahí está el conocido proverbio africano que afirma que para educar a un niño hace falta la tribu entera. Y es que para mejorar el sistema educativo no sólo debemos movilizarnos profesores y autoridades públicas, sino que también deben hacerlo las familias, cuyo papel e implicación son vitales en todo el proceso educativo, y la sociedad entera con el papel que juegan sobre todo los medios de comunicación y los valores que promueven.

Avanzar en la educación es caminar hacia el progreso cultural, científico, artístico, humano. Una sociedad culta e ilustrada en los ámbitos científicos, cultural y artístico, es sin lugar a dudas mucho mejor que otra que nade en la ignorancia. Tenemos ante nosotros una gran responsabilidad, pues el futuro dependerá de que seamos capaces de formar buenos científicos, docentes y profesionales, pero también buenos ciudadanos preocupados por el aprender y el saber y no sólo por el acaparamiento de bienes materiales. El progreso no sólo lo tenemos que medir en términos económicos, sino también en desarrollo educativo y cultural. Una sociedad más formada también será capaz de conseguir mayores cotas en los índices económicos, pero también ha de ser capaz de formar para lograr una sociedad socialmente más justa, equitativa y sostenible.

Nuestro sistema de enseñanza debe adaptarse a un mundo cada vez más complejo, a una sociedad en proceso constante de transformación con nuevos retos que afrontar como las nuevas tecnologías de la información, la globalización o la diversidad cultural. Por ello, es necesario reforzar la calidad y la equidad del sistema educativo así como aumentar la inversión pública en la enseñanza, pues no podemos seguir por debajo de la media de la OCDE. Pero esto no será posible si no se trabaja para impulsar un sistema en el que se excluyan los planteamientos partidistas. Los sucesivos cambios de Gobierno no deberían llevar consigo constantes cambios en la política educativa. Como rector y como docente no puedo ocultar mi preocupación por la falta de acuerdo político y social en este tema y por el futuro de nuestros jóvenes. Es necesario llegar a acuerdos globales sobre educación, a compromisos firmes que sirvan para elevar la calidad de la educación española. En definitiva, hay que apostar por la estabilidad política del sistema educativo más allá de la legítima alternancia política y de las confrontaciones.

En suma, es urgente que se produzca un pacto educativo, comenzando por las enseñanzas preuniversitarias, que son la base para que a su vez haya una buena enseñanza universitaria, aunque en ésta también es necesario ese pacto, del que me gustaría hablar en otro momento. Por eso confío en que la idea del ministro se pueda llevar a cabo, y no sea entorpecida por los intereses parciales de unos cuantos, cuando tenemos ante nosotros el reto de iniciar a nuestros hijos y nietos en la gran aventura del saber y, sobre todo, de no defraudarles.

Carlos Berzosa, Rector de la Universidad Complutense.