Un riesgo enorme

Es hora de que el G-20 tome en serio su mandato de acordar medidas para estabilizar la economía global y encauzarla hacia un patrón de crecimiento  más sostenible. En cambio, el G-20 se está comportando como una sociedad de debate en la que el enfoque de cooperación que impulsó a principios de la crisis se ha convertido en una serie de acciones a menudo imprudentes y unilaterales de parte de sus miembros.

Con todo, hay varios riesgos significativos para la estabilidad y prosperidad de la economía global que se tienen que abordar urgentemente. Irlanda ha conducido a Europa a su segunda crisis de deuda soberana de este año. La esquizofrenia se ha apoderado de los mercados de capital, y los flujos de inversión van y vienen a través del Atlántico en respuesta al riesgo de contagio en Europa y a la facilitación cuantitativa en los Estados Unidos.

Mientras tanto, los capitales están inundando los mercados emergentes que tienen tasas de interés más altas causando presiones inflacionarias, elevando los precios de las acciones y sometiendo a las divisas a una apreciación que puede poner en riesgo la competitividad –en resumen, distorsiones y problemas de política que requieren respuestas defensivas no convencionales.

Las predicciones de empleo y crecimiento en los países avanzados son más modestas –un reconocimiento tardío de la realidad de una recuperación prolongada y difícil y de una nueva “normalidad” post crisis. Los déficits fiscales en el corto y mediano plazo se ven más peligrosos debido a las previsiones de crecimiento más realistas y más bajas.

En los Estados Unidos, un grupo de encargados de diseñar políticas piensan que el alto desempleo y un menor crecimiento requieren de una respuesta política. Pensando en términos cíclicos y puesto que las herramientas fiscales ya se han agotado, una nueva ronda de facilitación cuantitativa (QE2) puede ser defendida como estrategia para mitigar el riesgo de cola de otra desaceleración en los mercados de acciones (principalmente el inmobiliario) y en las hojas de balance de las familias –y con ello la posibilidad de una dinámica deflacionaria.

Es preocupante que en los Estados Unidos se vea la QE2 como una estrategia de crecimiento porque no lo es, a menos que se piense que las bajas tasas de interés revertirán el proceso de desapalancamiento del sector privado, el aumento del consumo y la disminución del ahorro –es un escenario que no es probable ni deseable. También se asume que se puede postergar el tratamiento, tal vez permanentemente, de la cuestión de las limitaciones estructurales de competitividad.

La opinión fuera de los Estados Unidos es que la QE2 es un error con efectos externos negativos o una política con una intención clara pero no anunciada de devaluar el dólar –acción cuyos principales efectos negativos sobre el crecimiento y la competitividad se sentirían con mayor probabilidad en Europa que en China, la India o Brasil. Las acciones unilaterales en este y otros temas han debilitado la misión del G-20 de identificar y aplicar políticas de beneficios mutuos de forma coordinada. Un requisito mínimo para el avance del G-20 es que se discutan y, de ser posible, se acuerden previamente, las políticas de los países avanzados y emergentes que tengan efectos externos significativos.

Aparte de la necesidad de reducir el apalancamiento durante algunos años más, la economía estadounidense se enfrenta a problemas de largo plazo que tienen que ver con la demanda agregada, el empleo y la distribución del ingreso que no se pueden resolver solamente mediante el consumo o la inversión. Los Estados Unidos necesitan ampliar su participación en la demanda externa global, que requiere inversión en el sector público, cambio estructural y una competitividad mejorada en el sector comercializable.

Mientras tanto, Europa lucha para encontrar una solución a sus problemas de déficit y deuda tratándolos con soluciones de liquidez a corto plazo cuyo objetivo es ganar tiempo para la consolidación fiscal y, ante la falta de un mecanismo de tipo de cambio, una especie de proceso de deflación para restablecer la competitividad externa. El éxito de ninguna manera está garantizado y el resultado más probable es una secuencia de contagios y una mayor pérdida de confianza en el euro. La cuestión central es la repartición de la carga entre los tenedores de bonos, los ciudadanos de los países deficitarios, la Unión Europea y, en efecto, el resto del mundo (a través del Fondo Monetario Internacional.)

Como resultado, las economías de mercado emergentes están en riesgo. Pueden sostener tasas relativamente altas de crecimiento en caso de recuperaciones lentas y débiles en los países avanzados, excepto si hay una desaceleración importante en América del Norte o Europa (o en las dos), una erupción grave de proteccionismo o inestabilidad en los mercados financieros.

Las principales economías emergentes también tienen efectos sistémicos crecientes en el crecimiento y el empleo de una amplia gama de países, incluidos los avanzados, y deben entenderlo. Las viejas asimetrías se están diluyendo y en el núcleo de la coordinación de la política económica global hay nuevos desafíos de distribución.

Durante la mayor parte del periodo de posguerra los países avanzados crecieron mediante la ampliación de los conocimientos y la base tecnológica de sus economías. En una economía global que se abre rápidamente, las economías emergentes aprendieron como acceder a la tecnología y a los mercados y de esa manera crecieron a tasas sin precedentes y cada vez más rápido.

A medida que la actividad económica global cambió y con ella evolucionó la estructura de todas las economías, los efectos sobre la distribución fueron extremadamente benignos. Sin embargo, eso no era inevitable. Sucedió de esa manera porque, durante la mayor parte de ese periodo, los países avanzados se beneficiaron de la innovación dirigida por el mercado, mientras que las economías emergentes importaron conocimientos, exportaron bienes y servicios y tuvieron un impacto sistémico limitado en las economías avanzadas.

El patrón está cambiando. El volumen de las economías emergentes está creciendo y su posición en la cadena de valor global está cambiando rápidamente. Los estudios sobre las actitudes hacia la evolución del sistema económico global muestran una creciente divergencia entre países así como entre subgrupos dentro de los países. Ello refleja casi del todo las divergencias en términos de los impactos sobre la distribución de ese sistema. Es posible dirigir la interdependencia global de modo que amortigüe las tendencias de distribución negativas, pero eso requerirá de sabiduría y capacidad de discernimiento.

Este debe ser el principal desafío de la misión del G-20. Dicho de otro modo, no es suficiente reconocer nuestro interés colectivo en la apertura de la economía global. Necesitamos la disposición pragmática para adaptar los incentivos y los resultados de modo que se obtengan resultados de distribución que permitan a los actores principales mantener abierto el sistema teniendo en cuenta las limitaciones de sus políticas internas. La alternativa serían  medidas unilaterales encaminadas a obtener las  mismas metas, pero que producirían resultados en los que todo el mundo saldría perdiendo.

Por Michael Spence, profesor de Economía de la Stern School of Business de la Universidad de Nueva York e investigador de la Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Traducción de Kena Nequiz.