Un sentimiento estable

Por Kepa Aulestia (LA VANGUARDIA, 11/11/03):

Un cuarto de siglo de democracia y autogobierno ha sido suficiente para operar en comunidades como la catalana o la vasca cambios políticos y condiciones de bienestar que hubiesen sido inalcanzables de otra manera. Nuestras respectivas sociedades han podido incorporarse a las transformaciones experimentadas en este hemisferio, y además se han abierto al mundo como nunca antes lo habían estado.

El propio cuerpo electoral ha sufrido variaciones importantes como consecuencia del crecimiento natural de la población y de la drástica reducción de las corrientes migratorias entre distintas regiones españolas. Todo a nuestro alrededor ha cambiado. Sin embargo, los sentimientos de identidad en Catalunya y Euskadi permanecen como estaban hace veintitantos años.

Lo que los expertos denominan “identidad nacional subjetiva” –que se determina a través de encuestas en las que se nos pregunta si somos únicamente españoles, si más españoles que catalanes o vascos, si igual de españoles que vascos o catalanes, o si únicamente catalanes o vascos– siguen dando hoy los mismos porcentajes que cuando se comenzaron a rea-lizar tras el restablecimiento de la democracia.

En el caso de Catalunya, a lo largo de los últimos veinte años, en torno a un 11% ha manifestado sentirse únicamente español; entre un 6 y un 8% más español que catalán; casi un 44% igual de catalán que de español; en torno a un 22% ha dicho sentirse más catalán que español; y una media del 13% únicamente catalán. En el caso de Euskadi los únicamente españoles se sitúan en torno a una media del 7%; en torno a un 6% quienes se consideran más españoles que vascos; en torno a un 35% quienes dicen sentirse igual de vascos que de españoles; en torno a un 22% quienes se consideran más vascos que españoles; y un 25% quienes dicen ser únicamente vascos.

Algo semejante ocurre con el comportamiento electoral. Si agrupamos las opciones políticas por su mayor o menor dependencia respecto a las grandes formaciones españolas o, visto de otro modo, por su mayor o menor acento nacionalista, nos encontraremos con que desde el 15 de junio de 1977 las variaciones no resultan sustanciales ni en Euskadi ni en Catalunya. Asimismo, los distintos sondeos realizados en torno al grado de autogobierno al que aspiran catalanes y vascos reflejan continuidad. Aunque en este caso los datos no resultan homogéneos, se percibe una constante: que entre una tercera y una cuarta parte de los encuestados abogan con mayor o menor convicción por la independencia.

Es como si los sentimientos de pertenencia se mantuvieran irreductibles, mientras los ciudadanos que los albergan cambian en todo lo demás. El hecho de que durante tanto tiempo una cuarta parte de los habitantes de Euskadi no consideren compatible su condición de vascos con la nacionalidad que indica su pasaporte y que otro 22% conciba esto último como un rasgo secundario respecto a la primacía de la vasquidad dibuja los contornos de eso que se ha dado en llamar “comunidad nacionalista”. Una realidad que, en medio de un enfrentamiento político extremo, acaba siendo estimulada por encima de esa otra realidad que también aparece en los sondeos: la compatibilidad con la que un 63% vive ambas identidades.

En Catalunya la suma de quienes se sienten más españoles que catalanes, tan catalanes como españoles y más catalanes que españoles alcanza un porcentaje superior: más del 70%. Pero lo característico del caso es que, a diferencia de Euskadi, ni siquiera la confrontación política electoral es capaz de disolver esa amplísima centralidad en beneficio de sentimientos irreconciliables. La clasificación que la sociología ha hecho de la “identidad nacional subjetiva” requiere añadir el matiz crucial de cómo vive cada cual esa misma identidad.

Pero el dato importante está ahí, dando la razón a quienes han reconocido en el nacionalismo a la única ideología capaz de transitar por los siglos y permanecer poco menos que imperturbable. Más de veinte años de autogobierno han contribuido, en todo caso, a mantener los sentimientos iniciales de vascos y catalanes. Los estatutos de autonomía no han cambiado la identidad nacional subjetiva de sus artífices y beneficiarios. Ni han saciado los anhelos en pos de una mayor cota de autogobierno, ni han despertado un mayor apetito independentista en Euskadi y Catalunya. Ese es el resultado neto del ejercicio ininterrumpido del poder autonómico por parte del nacionalismo gobernante. Pero es probable que la continuidad en los sentimientos de pertenencia no se deba ni única ni fundamentalmente al discurso de la nación agraviada con la que jeltzales y convergentes han sabido jalonar –cual si fueran oposición– su trayectoria de partidos de gobierno. Es probable que el sentimiento nacional subsista y se transmita al margen de quiénes y cómo administran los intereses de la comunidad.