Un sí «ma non troppo»

Por Valentí Puig (ABC, 17/02/05):

La Historia no tiene otro sentido que el que los hombres, en forcejeo con la tragedia, puedan darle. El sentido de la Historia que marcó el regeneracionismo buscaba siempre una plenitud europea de España. Siendo cierto que se es europeo sin tener que ser europeísta y que Europa es algo más que la Unión Europea, la aproximación y paulatina participación de España en la Europa comunitaria pronto fue, a pesar de las trabas internas y externas, una primacía del interés nacional. En el momento de votar en el referéndum del domingo una elemental conciencia de ciudadanía obliga a preguntarse si se ha producido una mutación en aquella primacía permanente para que lo mejor sea decir «no» a un Tratado Constitucional que, siendo poco, es otro paso en la configuración de una Unión Europea que acreciente su poder económico, mejore su competitividad, adquiera voluntad política y sepa situarse entre los grandes. Para el «sí» tiene un gran poder de gravitación un encarecimiento abstracto y a la vez concreto de los intereses nacionales, desde la inyección de energía económica e infraestructural que representó el ingreso en la Europa comunitaria hasta la fortaleza de la estrategia española en los juegos de alianzas en la Europa de los Veinticinco.

Existen claros argumentos a favor del «no», como es que no se trata de una auténtica Carta Magna y que un referéndum para aprobarla -aunque sólo sea consultivo- es un instrumento desproporcionado. La Unión Europea no está en una verdadera fase constituyente -un pueblo soberano dándose la normativa suprema en un territorio- porque el Tratado Constitucional es más bien una síntesis -un «digest»- de los ocho tratados y normas previas. Una síntesis, dicho sea de paso, malograda como se ve en su magma de reiteraciones, «eurolingua» y una extensión impropia de una Constitución efectiva. Otros argumentos son más endebles. Las propensiones intervencionistas de Bruselas «a contrario sensu» invalidan, por ejemplo, la tesis de una Unión Europea puesta ante las fauces de un neoliberalismo sin alma. IU y los sindicatos coinciden en reclamar una Europa social, los unos con el «no» y los otros con el «sí». Instintivamente, los sindicatos han comprendido que su futuro está en Bruselas, como fósiles testimoniales de la famosa interlocución. Por su parte, los comunistas llevan siglos fuera de órbita, desde mucho antes de la caída de ese muro de Berlín construido para evitar que la libertad europea contagiase el totalitarismo soviético. También proclama el «no» ERC, lo que ha reafirmado a no pocos en el «sí». CiU rectificó sobre la marcha y está pidiendo el «sí».

Estas razones para el «no» se ven manifiestamente desbordadas por otro «no», el «no» a Rodríguez Zapatero, como prolongación supervisora de la crisis moral y política del 11-M. Fruto de unas circunstancias tan acres y desabridas, esta intención de «no» en algo evoca el intento de convertir el referéndum de la OTAN en un puyazo al gobierno de Felipe González. Los socialistas, al pasarse del «OTAN, de entrada no» al «sí» vieron como una salida la convocatoria de un referéndum. Como ya estábamos en la OTAN, el referéndum era innecesario y de ahí que algunos sectores del centro-derecha hilasen la trama de un «no». Si se me permite la cita, escribí entonces que votaría «sí», pero con guante de amianto. Ahora, será un «sí» «ma non troppo». Entonces lo importante era, más allá del castigo al felipismo, el atlantismo. Hoy, más allá del palmetazo a Rodríguez Zapatero, lo importante es reafirmarse en la pertenencia a una Unión Europea en la que España ha convivido en paz y prosperidad. Aunque sólo fuera simbólicamente, un «no» abundoso entraría en contradicción con los intereses nacionales que tanto costó alinear en las dinámicas de la integración europea. De todos estos esfuerzos, fue José María Aznar quien lideró políticamente el afán de convergencia económica que algunos creían imposible para llegar al euro. Hoy España no es el problema pero su ubicación prosigue siendo el «sí» a la integración europea que fue parte de nuestro sueño democrático en épocas de autoritarismo.

La abstención por indiferencia y la abstención intencionada dan cuerpo aquí y en toda la Unión Europea al más inquietante de los asuntos pendientes para esa Unión Europea que los eurócratas -las nuevas élites de la tecno-burocracia- a veces toman por algo tan suyo que debiera ser del todo ajeno a las gentes. El propósito de solventar ese gravísimo error hubiera de ser -junto con reformas económicas imprescindibles- la prioridad de las instituciones europeas. En realidad, el Tratado Constitucional quiso ser con la mejor de las intenciones un paso en esta dirección pero la pólvora estaba mojada. Es cierto que la abstención tiene incluso su lógica de legitimación en sistemas del todo estables y aceptados, pero no es el caso de la Unión Europea, con un Parlamento tan lejano y abstruso, con un lenguaje político basado en el eufemismo y la ambigüedad. No es sano ceder más soberanía nacional, controlada por el sistema de contrapoderes y la opinión pública, a una entelequia sin transparencia ni una aquilatada tradición de rendir cuentas y adjudicar responsabilidades, la tan traída y llevada «accountability». Que el vacío de la abstención puede ser ocupado por los nuevos populismos de derecha e izquierda, ya no es una hipótesis: es una insuficiencia de las opiniones públicas y sobre todo el magno fracaso de una determinada idea de «construir» Europa. El rasgo más aparatoso de política endógena de Bruselas ha sido marearle la perdiz a una Turquía que ahora, como factor de riesgo, ha entrado en tromba en los referéndums de Francia y Alemania.

Si la campaña oficial por el «sí» ha simulado las amorosas estrategias maternales a la hora de darle cucharadas de sopa al nene díscolo, algunos argumentos de Rodríguez Zapatero han rayado en la obscenidad política, como decir que así regresamos a Europa. De hecho, sus movimientos en el tablero europeo hasta hoy han sido inhábiles y contraproducentes, como lo es el conjunto de su política exterior.

Un «sí» no nos aproximará al edén, ni el «no» resolverá nada. De todos modos, puesto que en la Unión Europea lo importante es «estar», el voto afirmativo tiene consistencia general y no poca razón de ser. Un «sí», «ma non troppo», comedido, con distancias, moderado y con la carencia de pasión que es propia de los matrimonios de conveniencia.