Un sistema bloqueado

La política europea, y la española en particular, muestran señales de agotamiento. Así lo indica la campaña presidencial francesa. Los comentarios son casi unánimes. Se parte --así, Ignacio Sotelo-- de la disolución de las viejas cosmovisiones: "En el siglo XIX, la izquierda era antiestatalista: para realizar una verdadera democracia había que empezar por destruir al Estado, el instrumento de dominación de la clase dominante; en cambio, los conservadores eran defensores a ultranza del Estado y de sus instituciones. Hoy, la izquierda, enemiga radical de cualquier forma de privatización de lo público, apela a la intervención del Estado en cualquier conflicto".

Sobre esta base, se sacan conclusiones. Sami Naïr dice que el problema es que la dialéctica izquierda-derecha se ha quebrado, porque "el electorado ha experimentado, desde hace 25 años, que, una vez alcanzado el poder, ni la derecha ni la izquierda han conseguido cambiar realmente sus condiciones de existencia. El francés medio tiene el sentimiento de que el sistema está bloqueado". Felipe González remacha el clavo: "Las campañas electorales del último cuarto de siglo se han basado en unos discursos clásicos de izquierda y derecha, con propuestas de mantenimiento del statu quo más que transformadoras para enfrentar los desafíos de la globalización", con olvido de que hoy, en la nueva realidad derivada de la revolución tecnológica, "el campo de batalla se sitúa entre modernizadores y bonapartistas, más aún que entre izquierda y derecha".

En corto: los políticos europeos no afrontan la realidad y, al obrar así, carecen de un auténtico proyecto de futuro, lo que acarrea, a su vez, una consecuencia letal para el sistema democrático: la política se convierte en una mera lucha para la conquista y la conservación del poder, en la que valen todos los excesos del acoso y derribo y todas las astucias y trampas del márketing electoral más descarnado. Así ha sucedido en España, a partir de 1993. Por aquellas fechas, en las que se acababan de celebrar los que Xabier Arzalluz denominó --con su tré- molo eclesiástico característico-- "los fastos del 92", parecía que España había "tombat per bé", pero fue un espejismo. Pronto volvimos adonde solíamos: al enfrentamiento cerril del "váyase se- ñor González", que bordeó --en palabras de Anson-- el golpe de Estado. Es cierto que, en la primera legislatura de Aznar --y, quizá, en los dos primeros años de la segunda-- pareció que se había recuperado la cordura, pero los dos últimos fueron aciagos e inexplicables, con adarmes del delirio propio de las clases medias funcionariales, cuando la soberbia les ciega. Y, con la gestión de la información entre el 11-M y el 14-M, se alcanzó el clímax de la manipulación sectaria.

Pero, a partir de ahí, la situación ha empeorado. El PP, tras pagar sus responsabilidades políticas con su expulsión del poder, se ha enfangado en el cultivo de una teoría conspirativa, reiterada hasta la náusea por dos políticos menores: Eduardo Zaplana, cuyo horizonte político debería haberse agotado a orillas del Mediterráneo, y Ángel Acebes, cuyo perfil es más propio de un puesto recóndito, como director general de Asuntos Eclesiásticos. Ahora bien, la pregunta es esta: ¿cómo es posible que un hombre inteligente, moderado y con sentido del humor como Mariano Rajoy aún no haya rectificado este desaguisado, elaborando una propuesta nueva? Quizá algún día lo explique. Mientras, debería tener presente que no se pueden hacer tortillas sin romper huevos.

Dicho esto, hay que cambiar de tercio y --como decían Tip y Coll-- "hablaremos del Gobierno". Para empezar, tres ideas: vivimos en un clima de creciente crispación; el responsable primero de cuanto pasa es siempre el Gobierno, y, dentro de cualquier Gobierno, la pauta la marca el presidente. Así las cosas, es evidente que la personalidad de Rodríguez Zapatero, más próxima a la de Ripley --el profesional creado por Patricia Highsmith-- que a la de Bambi, resulta decisiva en la evolución de los acontecimientos. Su punto de partida es claro: "Ideología significa idea lógica y en polí- tica no hay ideas lógicas, hay ideas sujetas a debate que se aceptan en un proceso deliberativo pero nunca por la evidencia de una deducción lógica ante la que allanar las facultades críticas". Dicho y hecho: sin ideas lógicas previas y sometiéndolo todo --todo-- a un proceso deliberativo, ha afrontado Zapatero la reorganización territorial de España, el llamado proceso de paz en el País Vasco, la reordenación del sector energético (con repercusión en la imagen internacional del mercado español), la revisión de la memoria histórica y el cambio de la política exterior. Servido todo ello con un talante en el que subyacen tres impulsos --antiamericanismo, anticlericalismo e idealización de la Segunda República--, que se realiza mediante la deliberada voluntad de marginación del PP, y que se expresa a través de una frígida contención, apenas matizada por una sonrisa convencional y sin destinatario concreto. Lo dicho, un osado profesional del poder.

Recapitulemos. El bloqueo del sistema provocó en Francia, a solo unos días de la primera vuelta, un número nunca visto de indecisos: más del 40%. Pero Francia es un país muy politizado, extremadamente proclive al debate civil y con una fuerte tradición ciudadana; por tanto, "si esto ocurre --escribe Sami Naïr--, es que hay algo podrido en el aire, como diría Hamlet". Imagínense ustedes, con estos antecedentes, lo que puede pasar en España.

Juan-José López Burniol, notario.