¿Un socialista en la Casa Blanca?

No hay que exagerar. Las primarias para la elección presidencial de Estados Unidos apenas si acaban de comenzar en Iowa y Nuevo Hampshire. Hay un largo camino en donde los grandes estados aportan el caudal esencial de votos para el Colegio Electoral, en un arcano sistema que nadie se atreve a reformar porque beneficia a los de siempre.

Ese largo camino está sembrado de obstáculos para quienes no son aceptados por el establishment y no disponen de los recursos financieros de las grandes empresas y de los círculos financieros que tratan de comprar la presidencia con donaciones a quienes les son afines. Más aún desde que el Tribunal Supremo dictó la increíble sentencia de no limitar las donaciones privadas a los políticos porque sería atentar contra la libertad de expresión.

Aun así, los primeros resultados han supuesto un choque para la considerada inevitable nominada demócrata, Hillary Clinton, que ve como tras su fallida competición con Obama le ha crecido un enano inesperado que podría agigantarse. Y es que, tras su virtual empate con Bernie Sanders en los caucus de Iowa (49,8% del voto contra 49,6%), la derrota de Hillary en las primarias del martes pasado en Nuevo Hampshire es la mayor sufrida por un Clinton en una primaria: 20 puntos de ventaja en favor de Bernie Sanders. Como Sanders es senador del vecino estado de Vermont, podía esperarse que ganara en Nuevo Hampshire, pero nunca por este margen.

La ventaja de Hillary a nivel nacional se reduce por momentos, y algunos sondeos (Universidad Quinipiac) sitúan a Sanders como mejor candidato en la elección presidencial general contra cualquier candidato republicano. ¿Por qué esta reacción de los electores? Es a la vez un rechazo al sistema, un rechazo a Hillary y un apoyo en positivo a Sanders.

En Estados Unidos, como en todo el mundo, se extiende una revuelta espontánea contra los de arriba (“la casta” ). Es lo que los politólogos identifican como crisis de legitimidad. Es un grito de “no nos representan”, que es casi universal. Y que se ha agravado con la forma de gestionar la crisis del 2008: salvar a los bancos con dinero de los contribuyentes e imponer austeridad a quienes más lo necesitan. Aparte de los que se benefician de esto y de una sarta de imbéciles (aunque a veces sean millones), es evidente que la gente tiene que decir basta. ¿Pero cómo? No hay canales, porque eso es “la casta”. Los políticos profesionales controlan las instituciones, cierran las salidas y condenan a la protesta a salir a la calle y ahí les espera la policía (pobres funcionarios públicos que viven peor que muchos). De modo que en cuanto hay posibilidad de decir no libremente, la gente lo hace.

Y eso es lo que los políticos llaman populismo: todo lo que no está atado y bien atado. Eso es lo que está pasando, otra vez, en las primarias estadounidenses, porque por la derecha el fascista Trump está triunfando también contra los republicanos del establishment con un discurso antisistema.

Pero en las primarias demócratas hay un fuerte componente anti-Hillary. En parte por ser representante de los poderes constituidos, tanto en el Partido Demócrata como en la relación con Wall Street, corazón del capitalismo. En todos los gobiernos, republicanos o demócratas, gente de Wall Street ha ocupado los puestos clave. Y Hillary sigue la tradición con relaciones especiales con la élite financiera. Aún más: en Estados Unidos se han creado dinastías políticas, como si fuera una monarquía. Mis estudiantes me dicen: “Yo estoy harto/harta de vivir bajo un Bush o bajo un Clinton”. Cuenten: cuatro años de Bush, ocho años de Clinton, otros ocho años de otro Bush. Solamente Obama truncó el linaje cuando Hillary se aprestaba a tomar el turno. A lo que vuelve ahora. Su problema es que tiene un enorme rechazo, incluso de las mujeres, y sobre todo de las mujeres jóvenes, como muestran las primeras primarias. Solamente gana, y solamente ganó en el pasado, entre las abuelas como ella. Porque sus credenciales feministas son débiles. Empezó su carrera como abogada defendiendo a un secuestrador y violador de una niña que sobrevivió traumatizada el resto de su vida, consiguiendo que sólo lo condenaran a un año de cárcel.

Y los jóvenes, en más de un 75%, han votado contra ella en Iowa y en Nuevo Hampshire. “Tengo un problema con los jóvenes”, dice. Algo habrá hecho.

Pero no todo es rechazo. Hay un voto positivo por Bernie Sanders, el único político institucional (senador) que se declara “socialista democrático”, a la manera escandinava, dice él. ¿Socialista? Es anatema en la política estadounidense, término generalmente asimilado a la Unión Soviética en su propia generación (tiene 74 años).

Pero además tiene una larga historia de activista en los movimientos sociales desde los sesenta, solidaridad con los negros, defensor de feministas, gais, lesbianas y transexuales, apoyo a los latinos e inmigrantes. ¿De dónde sale esa nueva fuerza que está con él? Los analistas concuerdan: del movimiento Occupy Wall Street de 2011-12, inspirado por el 15-M español. De ese movimiento, en el que él participó, surgen sus denuncias y los principales puntos de su programa. Acabar con la influencia de Wall Street en la Casa Blanca, aumentar los impuestos al 1% en favor del 99%, regular las finanzas, perdonar las deudas de los estudiantes, controlar la corrupción, asegurar la defensa de los derechos humanos en el mundo y en Estados Unidos, defender a los palestinos (aun siendo judío) y reivindicar la tradición de igualdad, libertad y fraternidad en la revolución política que propone.

Es refrescante sentir ese proyecto joven de un viejo en el momento en que algunos de nuestros emergentes líderes se enfundan el esmoquin de las élites.

Manuel Castells

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