Un tiempo para los menores

El comienzo del curso escolar puso de actualidad, un año más, un asunto que estimo de capital importancia: el tiempo libre de los menores. ¿De cuánto tiempo deben disponer nuestros hijos? Y, sobre todo, ¿sabemos qué necesitan y cómo organizárselo? Creo que incurrimos con frecuencia en el grave error de programar las jornadas de nuestros hijos con el mismo frenesí que las nuestras. Todo son actividades, obligaciones, prisas... y, encima, en el poco tiempo que pasamos con ellos les contagiamos nuestro estrés.

A menudo, la buena voluntad de los padres se vuelve en su contra. Intentan tener a los hijos entretenidos mientras ellos trabajan en jornadas interminables y tratan de darles la mejor ocupación y formación, llenándolos de actividades extraescolares. Estas, qué duda cabe, son convenientes... si no se abusa de ellas. Una hora dos o tres días por semana es una proporción razonable, porque no es bueno agotarlos de tareas - recordemos que han tenido antes unas horas lectivas y que después tendrán que hacer los deberes-; incluso es preferible que se aburran un poco a que se agobien. Inscribirlos en actividades extraescolares hasta la noche para tenerlos ocupados o prolongar el tiempo que los más pequeños permanecen en la guardería supone, en mi opinión, introducirlos en la vertiginosa dinámica en la que ya estamos inmersos los adultos.

Un informe de la Academia Norteamericana de Pediatría (AAP), publicado recientemente en España por la revista Pediatrics,advierte que el exceso de actividades extraescolares y el abuso de juegos virtuales - los del ordenador, los del móvil, las consolas de videojuegos...- amenazan una de las actividades más educativas de la infancia, el juego tradicional y espontáneo (desde un escondite o un rescate hasta los de construcciones, muñecas, pelotas...). Este, según la AAP, "permite a los niños expresar su creatividad y desarrollar su imaginación, su destreza manual y sus aptitudes físicas, cognitivas y emocionales", por lo que "es importante para el desarrollo saludable del cerebro". Más virtudes de los juegos clásicos: cuando se juntan varios niños, "aprenden a trabajar en grupo, a compartir, a negociar, a resolver conflictos y a defender sus puntos de vista". Suscribo por completo estas reflexiones de la AAP. Jugar no es perder el tiempo; dejémosles que jueguen. Y juguemos con ellos. Una vez más, debemos insistir en la importancia del tiempo que los padres han de dedicar a sus hijos en todas las edades: para jugar, sí, y también para hablar con ellos, para escuchar sus problemas y sus deseos, para ayudarles en los deberes y en el estudio, para interesarlos en la música y la lectura, para enseñarles a disfrutar de la naturaleza y el arte... Unos y otros pueden aprender a saborear la vida juntos, ambas partes saldrán ganando, y gozarán de vivencias irrepetibles.

¿Y qué decir de la televisión, los ordenadores, internet, los videojuegos...? No estoy en contra de las nuevas tecnologías - todo lo contrario, creo que los niños y los adolescentes de hoy están creciendo en un mundo multimedia y tienen que saber manejarse con esas tecnologías para no quedarse marginados-, pero sí defiendo que se haga una utilización racional de ellas.

Los menores deben dedicar un tiempo limitado a la televisión, igual que a los ordenadores y los videojuegos, en conjunto no superior a las dos horas diarias. El abuso en el uso de las modernas tecnologías implica estar menos con la familia y un mayor riesgo de obesidad, sedentarismo e introversión.

Los padres deben saber en todo momento lo que están viendo sus hijos, tanto en televisión como a través de internet (la Guardia Civil ha alertado, por ejemplo, de que cada vez hay un número mayor de menores que entran en páginas web de pornografía). Deben ejercer un control sobre ello y, si es preciso, apagar la tele o el ordenador. Y siempre que sea posible, los padres deben ver la televisión junto a sus hijos, para comentar con ellos lo que están viendo y contestar sus preguntas. No es aconsejable que el niño tenga un aparato en su habitación antes de los diez años y después de esa edad habrá que analizar cada caso, porque verá más horas de televisión y, probablemente, programas inadecuados para su edad. ¡Cuidado también con las relaciones que establecen los adolescentes, en ocasiones con desconocidos, a través de los chats de internet!

También deseo llamar la atención sobre el hecho de que los numerosos estímulos que bombardean sus mentes mantienen a nuestra población más joven despierta hasta últimas horas, cuando a la mañana siguiente se tienen que levantar temprano. Es fundamental que los niños y los adolescentes duerman un número suficiente de horas, con orden y regularidad; y también que sigan unas pautas saludables de alimentación, lo más cercanas posibles a la excelente dieta mediterránea, tan amenazada hoy por el fast food o comida rápida y, en general, por las costumbres norteamericanas. Ellos son el futuro; hagamos desde hoy todo lo posible para que puedan tener el día de mañana una vida más plena y satisfactoria.

Ignacio Buqueras, presidente de la Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios Españoles y de ARHOE. Autor de Tiempo al tiempo.