Un traje vacío no miente

Los que queremos interpretar el mundo en vez de cambiarlo -pues no somos candidatas a Miss Mundo ni marxistas- tenemos que dar ejemplo. Tomemos a Sánchez. Es comprensible el estupor que en cualquier espíritu sano provoca su falta de palabra. Pero ni mienten ni dicen verdad los trajes vacíos. Sobrepongámonos pues al torbellino que el Fraudillo de España desata en las mentes limpias: incredulidad, indignación, risa nerviosa, desasosiego. Arranquemos este caso, de una vez por todas, del parámetro verdadero-falso, inservible con la Nada.

El patrón del PSOE sanchista es Poncio Pilato, santo para los coptos, cuya aportación a la historia del pensamiento está tardando en reconocerse. Todo lo anticipó su pregunta «¿Qué es la verdad?». Insensible a las revelaciones oníricas de su esposa Claudia Prócula, en el prefecto de Judea descolló la filosofía posmoderna avant la lettre. Fue precursor aquel gobernador -crudelísimo sujeto, por cierto- de los relativismos moral y cognitivo, hoy hegemónicos en claustros, consejos de dirección, editoriales y tabernas.

Un traje vacío no mienteQuiero decir que solo se puede entender el fenómeno Sánchez si aceptamos que no está mintiendo sino revoloteando en un espacio sin verdad. Como es natural, hasta un filósofo posmoderno sabe cuándo le engaña el camarero con el cambio, y es posible, aunque no seguro, que el Fraudillo también alcance a percibir estas distorsiones de sencillas verdades cuantificables. Pero eso es solo porque el camarero no es él. O sea, que la verdad solo se desconecta del mundo cuando es Su Persona la que actúa.

Dejen pues de encabronarse los detractores y de maravillarse los adeptos con la airosa falsedad de Sánchez; así no lo van a interpretar. Recurran mejor a los rasgos de la psicopatía, al alcance de todos en la Wikipedia. ¿Quién más antisocial que aquel que se complace en la destrucción de la sociedad? ¿Quién menos empático que aquel que puede cruzarse sin pestañear con una fila de recién estafados por capricho, sin necesidad? Reconozcamos que esta semana se ha superado al burlarse, de una sola tacada, de Calviño, Iglesias, el PNV, Ciudadanos, la CEOE, los sindicatos, Bruselas, Bildu y los dueños del país.

¿Quién con menos remordimientos que alguien capaz de complacerse en la generalizada tomadura de pelo cuando las calles bullen, los bancos crujen y las arcas bostezan? ¿Quién más proclive a dormir a pierna suelta mientras tu socio de gobierno espolea encontronazos callejeros, insta a reventar protestas y amenaza por su nombre a los líderes de la oposición? En descargo de Sánchez podemos suponer que el apellido Calvo Sotelo no le suena.

¿Quién más desinhibido que el defraudador indiferente a la hemeroteca, y aun a la memoria auditiva del mismo día, cuando envía al pobre Simancas a culpar al PP de su sangrante y caprichoso pacto con Bildu? ¿Quién más que el deseoso de combinar sus letales negligencias, de barajar sus trágicas improvisaciones con larguísimos sermones televisados cuyo único objetivo presumible es recrearse y complacerse en el destrozo?

Pues ya tenemos los rasgos canónicos del carácter psicopático: comportamiento antisocial, empatía y remordimientos reducidos, carácter desinhibido. La primera vez que Sánchez te engaña -o más bien que tú te engañas con él- tienes perdón. A partir de ahí se va formando una nube de culpa sobre tu cabeza. Quienes no lucimos el menor trazo de ella podemos caminar muy erguidos. También se entiende, moralidad aparte, que seas un mercader profesional, tipo PNV, y solo te engañes con Sánchez cuando le sacas algo. Lo que no tiene perdón de Dios es que te la meta doblada varias veces, no saques nada y sigas disponible para la sodomización política con alegre desparpajo. La nube que se te forma sobre la cabeza es visible desde la Estación Espacial Internacional.

La ventaja de no esperar nada de nadie es que puedes observar casos tan raros como el de Sánchez con la curiosidad y la disposición a la sorpresa del entomólogo. Le aplicas la lupa, lo comparas de inmediato con otros autócratas, reparas en las peculiaridades de la dictadura constitucional, esbozas espontáneas hipótesis sobre la naturaleza del entorno en el que ha surgido tan curioso ejemplar. Lo clavas con un alfiler en tu vitrina, con mucho cuidado, y te vas a cenar sin la habitual pesadumbre de los legos y de los aficionados.

Sucede porque la pesadumbre se fue con la esperanza. Por supuesto lamentas y lamentarás el cataclismo social y económico que el espécimen va a causar. Ves los primeros signos de decadencia, piensas en el país que pudo ser y que, en gran medida, ya era. Pero comprendes la inevitabilidad del desmoronamiento: cuando las élites traicionan a su nación, esa nación está perdida. A ellas corresponde la imprudencia temeraria, la estupidez cortoplacista, el suicidio de ponerse en primer tiempo de saludo cuando el Fraudillo consumó su moción de censura.

Sin contener a la coalición destructiva, empeño que solo las élites financieras, mediáticas y culturales podían armar; sin articular social y políticamente una alternativa donde los enemigos de la Constitución y de la convivencia no jugaran papel alguno, campaña que solo las élites pueden organizar, no hay esperanza. No la hay, al menos, hasta que surjan nuevas élites, y eso toma algún tiempo.

Sé que muchos están tentados estos días por la esperanza, y que tienen miedo. Ninguno de esos dos factores resulta de utilidad. Al contrario. Lo del miedo se explica solo, pues cualquiera entiende que nos paraliza. Más contraintuitivo es lo de la virtud teologal, por su prestigio metafísico. Pero consideren esto: si las élites españolas se han arrepentido; si ahora lamentan de verdad haber avalado al narcisista pirómano, al fraudulento ser que se hizo con todos los resortes del Estado y que ahora explota la excepcionalidad y la pandemia para un experimento dictatorial; si ahora entienden que el país se va a la mierda, actuarán en consecuencia. No necesitan nuestra esperanza porque nada de lo que nos ataña, preocupe, lesione, arruine o mate les importa lo más mínimo. En eso son como Sánchez. De ahí su afinidad inicial, supongo.

Juan Carlos Girauta

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