Un tratamiento fiscal diferenciado

Por la vía de los fondos estructurales y los fondos de cohesión, España ha recibido desde su incorporación a la Unión Europea cantidades importantes de recursos económicos. Es algo lógico, dada la diferencia inicial de rentas con los países centrales de Europa. Y por la misma lógica es natural que Catalunya transfiera lo que podríamos llamar sus propios fondos de cohesión al resto de España. Como lo sería que lo hicieran Euskadi y Navarra. Ahora bien, tanto los estudios técnicos sobre las balanzas fiscales como, por ejemplo, una mirada comparativa menos formal focalizada en las inversiones públicas en infraestructuras de todo tipo (transportes, educación, investigación, cultura, etcétera) ponen también en evidencia que el nivel de transferencias desde Catalunya es desproporcionadamente alto.

Al confrontar desde Catalunya esa realidad topamos a menudo con una inhibición bien peculiar. En efecto, es una idea muy extendida en la conciencia pública catalana sobre este tema que un tratamiento fiscal más equilibrado respecto a Catalunya representaría para el resto de España un trastorno tan monumental que su posibilidad resulta difícil de imaginar.

Quisiera argumentar en los siguientes párrafos que este no es en absoluto el caso. Claro que, en efecto, un paso hacia el reequilibrio constituiría un trastorno para el resto de España, pero sería un trastorno perfectamente asumible, especialmente si tenemos en cuenta el contexto de ciclos macroeconómicos y de crecimiento a largo plazo en el que se insieren economías como la nuestra.

Catalunya genera la quinta parte (en rigor, algo menos) del PIB español. Supongamos, por tanto, y a modo de ejemplo, que desde la situación actual se planteara aumentar un 4% la renta disponible catalana y compensar este aumento con una disminución del 1% (aproximadamente) en el resto de España. ¿Es esto inasumible? He ahí dos consideraciones relativizadoras:

1) Incluso en el caso extremo de que el ajuste fiscal que ahora discuto se realizara de golpe (evidentemente, no tendría por qué ser así) su impacto sería aún considerablemente inferior al que ha producido la crisis actual. O sea, las fluctuaciones macroeconómicas, incluso las más normales, son de tal magnitud que fácilmente superan la magnitud del ajuste fiscal que ahora analizamos. Es cierto que la pérdida del 1% es permanente mientras que de las recesiones económicas salimos (si Dios quiere). Pero sus efectos también son parcialmente permanentes, al menos si los comparamos con lo que habría podido ser si nos hubiésemos ahorrado la recesión.

2) Les propongo un experimento mental. Pensemos en un periodo temporal largo, quizá en los próximos 20 años. Supongamos -quiero ser muy conservador- que en estos años la economía crece a un ritmo del 1% anual. Y por mor de la simplicidad digamos que lo hace a un ritmo constante. Contemplamos ahora dos situaciones de partida para el resto de España. En el primer escenario, el PIB actual es de 100. En el segundo escenario, el de después del reequilibrio, es de 99. Entonces, siguiendo en el tiempo las dos trayectorias de crecimiento, tenemos lo siguiente: en un año determinado la situación de la economía del resto de España en la segunda trayectoria sería la misma que la de la economía del resto de España en la primera trayectoria, pero en el año anterior. ¿Realmente creen que un tratamiento fiscal más equilibrado respecto a Catalunya sería algo cataclismático e inasumible si su consecuencia no va más allá de retrasar un año el momento en el que se llega a un umbral determinado de renta?

Existe una forma indirecta, y quizá algo paradójica, de llegar a una conclusión similar. Podría decirse que por el mismo argumento que les acabo de exponer, una transferencia del 4% al resto de España no ha de ser algo tan terrible para Catalunya, y que sería, por tanto, también «asumible». Pues es cierto, y esta es la razón por la que aún nos defendemos y podemos ir tirando, luchando y, a pesar de todo, prosperando. Si la pérdida de un 1% para el resto de España fuese causa de efectos catastróficos, entonces, ¿cuál habría sido el efecto correspondiente de una pérdida del 4% en Catalunya? Es contradictorio considerar que Catalunya puede asumir una pérdida del 4% pero que el resto de España no puede asumir un 1%.

La realidad es que las dos pérdidas son asumibles, pero que la del resto de España es cuatro veces más asumible. O si lo prefieren, y teniendo en cuenta que Catalunya entra en este proceso con un PIB por cápita superior, dos o tres veces más asumible.

En definitiva: lo que no podemos permitirnos no es cuestionar el desequilibrio fiscal, sino interiorizarlo. Nótese que no estoy proponiendo reducir a cero la transferencia de cohesión. Pero la transferencia actual es excesiva. Catalunya necesita y se merece un nuevo trato fiscal. Lograrlo y enderezar la situación no amenaza nada esencial en España. No sería ningún cataclismo.

Andreu Mas-Colell, Universitat Pompeu Fabra. Barcelona. Graduate School of Economics.