Un tuit en el inicio de la crisis con Marruecos

De los muchos conflictos geopolíticos que estamos viviendo en el primer cuarto del siglo XXI, el más intenso es el que se desenvuelve en el islam entre dos concepciones antagónicas de una misma religión, el mundo suní y el chií, liderados por Arabia Saudí e Irán, respectivamente.

Esta confrontación afecta principalmente a Oriente Próximo en sus diferentes escenarios: Siria, Palestina, Yemen, Líbano, Irak, pero tiene consecuencias mucho más próximas.

En España, coincidiendo con el centenario de Annual, acabamos de atravesar una crisis diplomática con nuestro vecino Marruecos, que aún no se ha cerrado. Ni es la primera ni será la última. Para gestionar los desencuentros con éxito es necesario saber descifrar las claves geopolíticas que encierran las decisiones. A la comprensible preocupación del Gobierno por la entrada masiva de inmigrantes se une un temor vecino del miedo en Ceuta, Melilla y en las más de 1.500 empresas españolas que operan habitualmente en el reino alauí.

En diciembre pasado, semanas antes de abandonar la Casa Blanca, el presidente Trump anunció en Twitter el reconocimiento de la soberanía marroquí sobre el Sahara Occidental, revertiendo la política norteamericana de los últimos treinta años. A cambio, Marruecos se comprometía a establecer relaciones diplomáticas con Israel.

De esta forma, Marruecos se sumaría a los Acuerdos de Abraham, que persiguen modificar la configuración de enfrentamiento permanente árabe-israelí por una cierta entente ante el común enemigo iraní. La estrategia persigue romper el cerco que se estableció sobre el pequeño estado judío desde su declaración de independencia en 1948. La tenaza árabe fue rota por Egipto en 1979, lo que provocaría el asesinato del presidente Sadat, y por Jordania en 1994. Desde septiembre de 2020, nuevos países árabes aceptan oficialmente a Israel. Emiratos, preocupado como el resto de las monarquías del Golfo por el continuado repliegue estadounidense de la Región y el permanente hostigamiento de Irán; Bahréin, que cuenta con una influyente minoría judía en su sociedad, y Sudán, que aspira a que se saque al Gobierno de Jartum de la lista de estados que promueven actividades terroristas.

Tras la declaración de Trump, que la Administración Biden no parece inclinada a revocar, Rabat se ha sentido fuerte como aliado más relevante de los EE.UU. en el norte de África. Si Marruecos resuelve finalmente el contencioso del Sáhara, su principal cuestión interior y exterior, incorporará definitivamente las llamadas provincias del sur, adoptará una nueva línea de costa en la cornisa atlántica y reivindicará con determinación los espacios marítimos correspondientes. Ello le permitirá, además, reorientar el centro de gravedad de su despliegue militar, volcado actualmente en el Sahara y en la frontera argelina, lo que podría producir un aumento de riesgos en el Estrecho y en las ciudades españolas del norte de África.

Llama la atención que algunos se hayan extrañado de la virulenta respuesta de Rabat ante la acogida en un hospital español del líder del Frente Polisario Brahim Ghali. Menos sorprende que la política exterior de los EE.UU. priorice sus objetivos estratégicos en Oriente Medio sobre otras consideraciones que nos afectan.

Pedro Méndez de Vigo

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