Un valor único

Por Xavier Bru de Sala (LA VANGUARDIA, 11/09/04):

Ya que, según se supone, un catalanista no puede hablar de otra cosa en una fecha tan señalada, quisiera hoy hacer hincapié en un hecho convivencial, único y ejemplar, propio de los catalanes de nuestro tiempo. Me refiero no tanto al bilingüismo, pues en el mundo hay multitud de países bilingües, como a la coexistencia y fluidez entre dos lenguas en un mismo ámbito territorial y humano. La mayoría de nuestros conciudadanos tiende a creer, o a suponer, que la permeabilidad y convivencia entre catalán y castellano, el pont entre dos idiomes del que habló la poeta Maria Mercè Marçal, es algo, si no habitual, sí por lo menos repetido en varias partes del mundo. ¿Dónde? A la hora de especificar, de señalar puntos en el mapa y verificar si ocurre allí algo parecido desde un punto de vista lingüístico, descubriremos que en ninguna. Lo de los catalanes con sus lenguas, y de modo aún más específico lo de Barcelona, es único de veras.

Para comprobarlo, basta con observar la diferencia abismal con tres países a los que se supone algún parecido con nuestra situación lingüística. Empecemos por Canadá, o de modo más específico Quebec. No sólo Montreal es monolingüe, en francés, y está prohibido, bajo multa, hablar inglés en fábricas y oficinas. Además, la minoría anglófona vive, sin francófonos de por medio, en sus barrios altos, segregados administrativamente del resto de la ciudad. Lo de empezar una conversación en una lengua y acabarla en la otra es algo inaudito. Pero toda la población quebequesa debe de ser bilingüe, supondrán. Pues se quedarían pasmados ante el considerable porcentaje que, a fin de preservar la isla de francés en un océano anglohablante que amenaza con sumergirlo en una marea, se abstiene de estudiar inglés, se sacrifica, según ellos, de modo que tiene de la primera lengua del mundo, también la de su propio Estado, un conocimiento pasivo y rudimentario, con niveles bajos de comprensión y desde luego sin la menor fluidez. El día en que todos los francófonos de Quebec seamos perfectamente bilingües, razonan, el francés pasará a ser superfluo y nuestros nietos, si no nuestros hijos, lo hablarán al principio para quedar bien con sus mayores pero luego lo abandonarán. Canadá es un país bilingüe, cierto, pero no es Quebec, para nada, un caso de sociedad bilingüe. Y no digamos ya un ejemplo.

Prosigamos por Bélgica. La situación de este otro país bilingüe sí que está en las antípodas de la convivencia entre lenguas. Al contrario que en Catalunya, la hostilidad entre flamenco y valón es inaudita, no soterrada sino manifiesta, presente en todos los órdenes de la vida cotidiana. No hay allí puente sino muro entre dos idiomas. Muro infranqueable hasta extremos grotescos, y desde luego nada prácticos para la vida cotidiana, a menudo hasta desagradables. Y acabamos por Suiza, porque fue un ciudadano suizo, felizmente afincado entre nosotros, quien me pidió que escribiera sobre la situación única de las dos lenguas en Catalunya que, a su parecer, y al de cualquiera que conozca ambos países, no tiene nada que ver con la suya. Conviven sin conflictos cuatro lenguas en Suiza, pero cada una en sus cantones, con las fronteras bien delimitadas. Lejos de ser lo bi o multilingües que podría imaginarse, los suizos francófonos son tan monolingües como puedan ser los franceses. Con conocimiento de otros idiomas sí, pero no bilingües. Lo mismo vale para los suizos germanohablantes.

Como en todas partes y al igual que en la mayoría de las actividades humanas, las lenguas tienen un territorio en el que asentarse, y cuando lo pierden, mueren. Que en nuestro país se asienten dos sin entrar en conflicto, y sin perspectivas creíbles de extinción a corto o medio plazo para ninguna de ellas, es un tesoro para la humanidad, aunque el Fòrum se abstenga de destacarlo como sería de rigor, además de algo muy ventajoso, tanto para la vida cotidiana como para la política. Pero es único. Subráyenlo con doble trazo los que ya lo saben, y grábenselo en el disco duro, después de tantas comprobaciones como quieran, los que ni siquiera lo sospechaban. La fluidez del tránsito entre castellano y catalán, en la oficina, en una conversación, en una comida de amigos o familiar, es algo absolutamente inaudito, una auténtica rareza. Porque ya lo es que coexistan dos lenguas en un mismo territorio o sociedad, sin que una de ellas esté dando las últimas bocanadas.

Dicho al revés, el catalán debe de ser ahora la única lengua del mundo que carece de un territorio donde se hable en exclusiva. Ni siquiera un ámbito en el que se desarrolle sin ser interferida a cada momento por otra e interferir en ella. Podríamos señalar los inconvenientes y peligros, para la lengua menos fuerte, el catalán, que empañan la gran ventaja del hecho en sí, pero lo dejaremos para otro día. No sin antes señalar que no todo es retroceso. En los medios de comunicación escritos, y más en los hablados, se expande. Feliç Diada.