Un verdadero cosmopolita

Muchos de los que conocen la figura de Hugh Thomas lo identifican con la Guerra Civil española porque él fue un historiador clave en la investigación y difusión de la gran tragedia de nuestra patria en el siglo XX. Cuando él publicó la primera edición de su libro, era muy poco lo que se sabía sobre aquel enfrentamiento espantoso que apenas había despertado interés entre los historiadores fuera de España. Y en España la guerra había sido más un motivo de propaganda del Gobierno que de labor académica. Había un relato oficial de la guerra que distaba mucho de la verdad y había otros que exaltaban un bando o el contrario. Su libro empezó a entrar clandestinamente en España desde el mismo año de su publicación, 1961. Su influencia en todos los sectores fue creciendo con el paso de los años. Y, como recordó con motivo de la muerte de Hugh el entonces ministro de Cultura español, Íñigo Méndez de Vigo, «de algún modo, Hugh Thomas logró reunir a una gran mayoría de españoles en torno a un mismo relato de los acontecimientos de la Guerra Civil, avanzando en su obra el espíritu de la reconciliación que más tarde, en 1978, impregnaría los valores de la Transición y de nuestra Constitución». Porque como el propio Hugh reconoció, «en mi libro he procurado evitar las polémicas, enunciar los hechos hasta donde era posible, con tanta serenidad como lograse acopiar y, hasta donde fuese posible, sin recriminaciones». He ahí las bases de una obra maestra que tuvo un enorme impacto. Él tenía solo 29 años.

Lord Thomas de Swynnerton jugó un papel clave en conseguir que los españoles volvieran a discutir sobre su historia y cuando a partir de 1970 empezaron a aparecer múltiples libros sobre el conflicto español, casi todos tenían como primera referencia el libro de Hugh. La cantidad de datos aportados por múltiples autores le animaron a publicar una nueva y definitiva edición de su obra en marzo de 1976 que como él mismo reconocía en el prólogo «además de corregir hechos o interpretaciones, al final tuve que reinterpretar ciertos capítulos y reescribir otros. El resultado es, absolutamente, un libro nuevo». Un nuevo libro que apareció en España en 1977 y le dio amigos en todo el espectro político de ese momento fascinante de la historia contemporánea española, desde comunistas y socialistas hasta generales y aristócratas. Hugh se convirtió en un personaje casi doméstico en España y nos enseñó a examinarnos como si nos analizáramos desde fuera de España. Por ello podemos sostener sin temor a error que la transición de España a la democracia tuvo un sendero marcado por la comprensión que Hugh tenía de nuestro pasado reciente. Porque Hugh no solo escribió sobre la historia de España. Hugh es parte de la historia de España. Algo que supo hacer en un país en el que hay una tradición de intelectuales extranjeros, especialmente anglosajones y de muy distintas ideas, que han convertido España en el objetivo de su vida. Está, por supuesto, sir John Elliot, aquí presente, pero también Raymond Carr y su antiguo alumno, Paul Preston.

Yo tuve el honor de ser el editor periodístico de Hugh en ABC durante los últimos doce años de su vida. Confieso que fue uno de los mayores placeres de mi vida profesional. Ayudados por nuestro común amigo, el marqués de Tamarón, pronto establecí una relación fluida con Hugh. Tres o cuatro veces al año yo le llamaba y le proponía algún tema para que él escribiera un artículo. La respuesta casi nunca era espontánea. Se tomaba unos momentos. Proponía una pequeña variación en el enfoque o en ocasiones directamente decía que él, de eso, no quería escribir. La vez que más me sorprendió recibir esa negativa fue en 2011, cuando le pedí un artículo conmemorativo de los 75 años del comienzo de la Guerra Civil española. Y pensé que esa era una apuesta segura. Pues no. Me dijo en términos inequívocos que ya no tenía nada más que decir sobre la guerra española de 1936. Le disgustaba saber que la Guerra Civil era de nuevo tema de debate político. Claramente no quería que su vida entera estuviese dominada por lo que él llamaba «los deplorables acontecimientos» de la década de 1930.

Como Hugh era un hombre verdaderamente cosmopolita me envió en cambio otro artículo maravilloso. Se llamaba «El mejor viaje del mundo». Lo publicamos en ABC el 24 de julio de 2011. Ese viaje que narra es el que le lleva desde la casa sevillana de su amigo el duque de Segorbe, en la que se alojaba, hasta el Archivo de Indias, donde estudiaba documentos. Un breve paseo de unos quince minutos. Y es una narración de tal belleza que ameritó el premio periodístico Romero Murube de ese año. Una descripción de los tesoros que conserva la ciudad que tanto marcó ese imperio español al que Hugh había decidido dedicar buena parte de su madurez como historiador.

Porque Hugh era un verdadero británico: un hombre de mundo, una condición que creo que muchos de sus compatriotas han perdido hoy. Él se presentaba como un partidario del vínculo Atlántico antes incluso que del europeísmo que también defendió con empeño. En uno de sus libros menos conocidos y que es uno de mis favoritos, «An Unfinished History of the World», publicado en noviembre de 1979, invocaba no a Europa sino a la civilización occidental. «La mitad de la población de Occidente parece haber perdido la fe en sus propios ideales». Y para él esa fe no era una fe religiosa sino una fe en lo que el hombre tiene de eterno. Él enfatizaba el estudio de la historia como forma de generar autoconfianza. Permítanme terminar, entre los muros de ésta, la Iglesia Parroquial de la Familia Real británica, con esta cita de Hugh: «Sólo las sociedades que tienen fe en sí mismas, sobreviven y merecen sobrevivir. Esa autoconfianza debe derivarse del estudio del pasado de una sociedad. Los que quieran revivir Occidente no pueden olvidar que la libertad que deseamos tener con la forma de una democracia representativa solo ha surgido con éxito hasta ahora en sociedades que fueron inspiradas en una u otra época por el valor absoluto que la Cristiandad dio al alma».

Amén.

Ramón Pérez-Maura, periodista.

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