Un viento a 20 grados bajo cero

Era una noche invernal de febrero. Pese a la evidencia del cambio climático, la ciudad sueca de impronunciable nombre -Omsköldsvik- recibía nuestro breve paseo desde un 'ristorante' italiano con una ráfaga de viento helado a veinte grados bajo cero. Me acordaba de Franco Battiato y su «viento a treinta grados bajo cero», pese a que en esta población de poco más de 20.000 habitantes ninguna calle recuerde a la Perspectiva Nevsky de la canción y a que desde luego no hubiera rastro alguno de Igor Stravinski, tampoco había más viandantes a eso de las diez de la noche que nosotros.

¿Y qué hacíamos allí? La respuesta es que nos convocaba a ese frío polar la Comisión de Industria del Parlamento vasco y el Ente Vasco de la Energía para conocer, en el lugar, la respuesta sueca a la utilización por el transporte de combustibles alternativos a la gasolina.

Y es que los suecos llevan tiempo trabajando en eso que se llama el desarrollo sostenible. Se han comprometido a su impulso y le han puesto fecha. El ex primer ministro Göran Persson dijo que para el año 2020 su país no sería ya dependiente del petróleo. Algunos ciudadanos suecos -el profesor Urban Bergsten, de la Universidad de Umea, por ejemplo- dudan que eso sea ya posible. En cualquier caso comparten el objetivo. ¿Se imaginan un carburante que no contribuya al calentamiento de la tierra?, ¿un combustible enteramente renovable que lo puedan utilizar vehículos de producción masiva y que pueda ser dispensado también por las estaciones de servicio?

La era del petróleo está llegando a su conclusión, por el agotamiento de sus reservas, pero también porque es el principal responsable del cambio climático. ¿Alternativas? Las hay. El hidrógeno, la electricidad y otras. Para el caso de los automóviles los suecos están impulsando fuertemente el etanol. Ese combustible es el ingrediente de las bebidas alcohólicas, se extrae de las plantas y constituye un recurso renovable.

Un cierto olor a alcohol se percibe en las calles de Estocolmo, o de Omsköldsvik, o de Umea. Un olor que me recuerda vagamente aquel que percibíamos, recién casados, en el año 1984, Anneli, mi mujer y yo mismo, en nuestro viaje de novios por distintas ciudades de Brasil. Era la misma apuesta que la de ahora, pero entonces casi nadie pensaba que el cambio climático llegaría a convertirse en la amenaza gravísima que hoy casi nadie discute.

No es nuevo, pero los suecos lo están poniendo de moda. El programa BEST -Bioethanol for Sustainable Transport- está apoyado por la Unión Europea y desarrollado por la ciudad de Estocolmo. Un programa que consiste en generar infraestructuras: compañías que fabriquen esos vehículos, empresas que produzcan bioetanol y gasolineras que lo vendan. Una especie de triángulo virtuoso de la ecología en acción. Ya se venden los llamados coches 'flexibles' -que funcionan con etanol y con gasolina-. Y sus ventas están creciendo de manera muy rápida. Otros fabricantes de automóviles se están uniendo a los primeros. ¿Y funcionan? Hay quien no los recomienda, o los ataca abiertamente. Pero los miembros de la delegación vasca pudimos conducir esos coches sobre las heladas carreteras de Umea y nadie pudo formular la más mínima queja en cuanto al rendimiento del combustible -sí en cuanto a la pericia de los conductores: llevar un coche sobre hielo, por mucho que las ruedas tengan clavos, es otra historia-.

La sociedad sueca apuesta por el desarrollo sostenible y las energías alternativas. Y lo hace no exenta de ribetes de mesianismo revolucionario. Cuando uno asiste a una charla de Michael Jalmby, y si no fuera por los veinte grados bajo cero del exterior, uno se creería en medio de la selva boliviana en plenos años sesenta; y en lugar de la máxima que decía 'un Vietnam, dos Vietnam, tres Vietnam: esa es la consigna', llamaría a la multiplicación de la oferta y la demanda de bio-etanol, surtidores de ese combustible y coches flexibles.

Una revolución pacífica, al cabo, pero que no deja de tener sus detractores. Jalmby les ponía nombres y apellidos, y estos eran los de las grandes compañías petrolíferas. Pero hay otros que los acompañan en el discurso del '¿crisis?, ¿qué crisis?': una sociedad aburguesada y perezosa en eso de coger el toro del futuro por los cuernos del presente.

En el retorno al País Vasco, cuando uno se mete cuarenta grados de más en el cuerpo, no sentía ninguna nostalgia de ese viento helado que soplaba a sólo 700 kilómetros del círculo polar ártico, pero sí de esa gente civilizada que pretende ofrecer soluciones a los problemas de verdad. Aquí, con veinte o treinta sobre cero, nuestro problema se sigue llamando... el terrorismo y todas sus derivadas.

Fernando Maura