Una agenda para el activismo fiscal global

Dos eventos importantes asoman en el calendario este mes: las elecciones presidenciales de Estados Unidos el 8 de noviembre y la primera Declaración de Otoño del ministro de Finanzas británico, Philip Hammond, el 23 de noviembre. Obviamente, este último no será un evento tan importante como el primero, pero, de todos modos, tendrá consecuencias importantes más allá del Reino Unido.

En lo que va del año, la economía ha tenido que competir con cuestiones más emocionales, como los ataques personales en la elección estadounidense y la decisión de los votantes del Reino Unido de abandonar la Unión Europea. Pero, tanto en Estados Unidos como en el Reino Unido -y no sólo allí-, seguramente oiremos hablar más de políticas fiscales activas, especialmente con respecto a la infraestructura.

En el comunicado difundido en la cumbre del G-20 de septiembre, los líderes del grupo mencionaron en repetidas oportunidades diversas medidas para impulsar el crecimiento mundial a través de la inversión en infraestructura, y se declararon a favor de una mayor coordinación entre las políticas monetarias, fiscales y estructurales. Si bien los datos recientes de Estados Unidos y China -y, sorprendentemente, también de la eurozona y el Reino Unido- sugieren que el crecimiento del PIB en el cuarto trimestre podría mejorar respecto del desempeño lento de comienzos de año, todavía se puede insistir en la implementación de políticas originales para fortalecer la economía mundial.

Después de haber encabezado recientemente la Revisión de la Resistencia Antimicrobial del Reino Unido (AMR por su sigla en inglés) y de haber dedicado mucho tiempo y esfuerzo a pensar en iniciativas educativas, creo que es hora de una respuesta más osada para los desafíos tanto de largo plazo como cíclicos, especialmente para los países en desarrollo. Y leer el comentario reciente de Jeffrey D. Sachs, "El argumento a favor de una inversión sustentable", no hace más que fortalecer mi convicción de que los responsables de las políticas y las instituciones clave de financiación del desarrollo tienen una enorme oportunidad.

El activismo fiscal no tiene por qué limitarse a la infraestructura. En la Revisión de la AMR, demostramos que el PIB global podía sufrir una pérdida de 100 billones de dólares en los próximos 34 años si no hacemos ciertas intervenciones en salud pública entre hoy y 2050. Esas intervenciones costarían aproximadamente 40.000 millones de dólares en el transcurso de una década, lo que equivale a decir que la inversión necesaria para impedir 100 billones de dólares de pérdida de crecimiento cuesta menos del 0,1% del PIB global actual. Como me señaló un amigo inversor astuto, esto equivaldría a un retorno del 2.500%.

Las inversiones en salud y educación son cruciales para las perspectivas de largo plazo del mundo en desarrollo. Siendo una persona estrechamente asociada con los países BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), me resulta obvio que el Nuevo Banco de Desarrollo -o el Banco de Desarrollo de los BRICS, como se lo conocía anteriormente- puede y debe ayudar a estas economías, y otras economías emergentes, a cooperar en ambas áreas.

La Revisión de AMR concluyó que diez millones de muertes anuales serán atribuibles a infecciones resistentes a los medicamentos en 2050, y que las cepas de tuberculosis resistentes a las drogas podrían causar una cuarta parte de ellas. Parece más que razonable que el NBD deba anunciar medidas para respaldar la investigación farmacéutica de nuevos tratamientos y vacunas contra la tuberculosis, particularmente para cepas resistentes a las drogas, dado que la tuberculosis es especialmente prevalente en los BRICS. Y, más allá de los BRICS, los otros países de bajos ingresos a los que el NBD está tratando de ayudar sufrirán aún más sin una estrategia proactiva.

De la misma manera, mucha gente en los BRICS y en países de bajos ingresos no tiene acceso a una educación primaria de calidad, de modo que el argumento a favor de un impulso importante del gasto en esta área debería ser claro. Sachs coincide, mientras que el ex primer ministro británico Gordon Brown, que hoy es enviado especial de las Naciones Unidas para la educación global, ha reclamado métodos de financiamiento e iniciativa social más creativos en este sector.

El NBD, el Banco Mundial, la Corporación Financiera Internacional y el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura deberían considerar el curso de políticas fiscales activistas que los países desarrollados hoy están diseñando para sí mismos. Y deberían llevarlo un paso más allá, porque los imperativos de políticas que enfrentan, en definitiva, están todos interrelacionados.

En Occidente, el giro hacia un activismo fiscal refleja un reconocimiento generalizado de que el activismo monetario ha sobrevivo a su utilidad, al menos en los márgenes. Sin duda, los bancos centrales técnicamente deberían hacer todo lo que haga falta para cumplir con sus metas de inflación. Pero un alivio cuantitativo excesivo ha impuesto costos elevados, y parece haber favorecido a pocos a expensas de muchos.

Ahora que el activismo monetario ya traspasó su fecha de caducidad, una política fiscal activa que incluya un gasto más fuerte en infraestructura es una de las únicas opciones que quedan. Eso sí, no es gratuita, como suelen sugerir muchos de sus promotores, porque los responsables de las políticas no pueden ignorar los altos niveles de deuda gubernamental en gran parte del mundo desarrollado.

Será interesante ver cómo transita Hammond el camino hacia un gasto más fuerte en infraestructura, apegándose a la vez a la plataforma de responsabilidad fiscal del Partido Conservador. Y, en Estados Unidos, si miramos más allá de la confusión por el oprobio de la temporada electoral, parece que ambos bandos están a favor de un mayor gasto en infraestructura.

Si ese es el caso, la próxima administración norteamericana (más allá de quién gane), junto con un nuevo liderazgo británico que lucha por demostrar su "apertura" post-Brexit, debería extender el activismo fiscal más allá de la infraestructura doméstica a un desarrollo global en términos generales. Por ejemplo, con el respaldo adecuado, el Banco Mundial podría crear nuevos vehículos de inversión como la AMR o bonos de educación global, que respaldarían el desarrollo futuro y salvarían el futuro crecimiento global que, de otra manera, se podría perder.

Estados Unidos y el Reino Unido necesitan mostrar que pueden avanzar más allá de sus cuestiones políticas domésticas, sumamente sensibles -y, francamente, estrechas de miras-. Y deberían recordar que, sin los mercados exportadores que los BRICS y otros países emergentes representan, todos los intentos por reequilibrar sus economías serán en vano.

Jim O'Neill, a former chairman of Goldman Sachs Asset Management and former Commercial Secretary to the UK Treasury, is Honorary Professor of Economics at Manchester University and Chairman of the Review on Antimicrobial Resistance.

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