Una apuesta estratégica, no un factor bélico

Recientemente ha tenido lugar en Marsella la cumbre mundial sobre el agua. La base del análisis geopolítico sobre el agua descansa en su desigual reparto: ¡nueve países se reparten el 60% del caudal anual mundial de agua dulce! Las tensiones de todo tipo vinculadas al acceso al agua, la rivalidad por el control del aprovisionamiento se han convertido en temas de reflexión geopolítica. Algunos no han dudado en decir que, en el siglo XXI, el agua será lo que fue el petróleo en el siglo XX, y que acabará habiendo guerras por el control y acceso al agua. Indudablemente, cuando se habla de una materia indispensable, los riesgos de enfrentamiento se multiplican.

Y esta multiplicación de las tensiones exige anticiparse a los riesgos antes de que estos degeneren en situaciones hidráulicas belicosas. La primera guerra del agua de los tiempos modernos podría suscitar ejemplos negativos. Existen doscientas sesenta cuencas transfronterizas que podrían llegar a ser fuentes de conflicto. Por el momento la rivalidad por el control del agua no ha generado ningún conflicto armado directo. Han sido firmados hasta doscientos tratados entre países vecinos sobre la cuestión del reparto y de las fuentes pero ello no es óbice para haya tensiones sobre el acceso al agua, a nivel regional y local, en todos los continentes.

En este sentido, los puntos más sensibles son:

–Tensiones entre Turquía, Siria e Iraq por el reparto del Tigris y del Éufrates.

–Israel y sus vecinos: el 57 por ciento de los recursos hídricos israelíes vienen de los territorios ocupados por Israel desde el año 1967.

–Tensiones entre Egipto, Etiopía y Sudán por el reparto de las aguas del Nilo.

–China ha sido acusada de llevar a cabo una política unilateral destinada a desviar los ríos importantes mediante grandes presas, creando tensión con sus vecinos indio y vietnamita.

–El conflicto entre India y Pakistán sobre Cachemira comprende también la disputa por el reparto de las aguas.

En realidad, dentro de los antagonismos geopolíticos, el agua no es más que un elemento entre otros. Las rivalidades respecto al agua son tanto más peligrosas porque vienen a sumarse a otras rivalidades ya existentes, porque vienen a amplificar tensiones ya existentes que no han sido generadas por la cuestión hídrica. El agua no es el principal componente del dossier israelí-palestino, sino-tibetano o indo-pakistaní.

El verdadero problema que plantea la cuestión del agua es global. Si el agua es una causa de mortalidad no es por las guerras que pueda suscitar sino por la imposibilidad de acceder a ella por una parte de la humanidad. El acceso al agua o su denegación es uno de los aspectos de la problemática Norte-sur. Los países desarrollados, que disponen de las capacidades técnicas para facilitar el acceso al agua a sus poblaciones son también los que resultan más favorecidos por el reparto natural de los recursos. Un francés consume 180 litros de agua al día; un japonés, 280; un estadounidense, 300 litros. El consumo diario medio de un africano no sobrepasa los 10 litros.

Mil cien millones de personas no tienen acceso al agua potable, dos mil quinientos millones no tienen a su alcance un medio de saneamiento. La consecuencia directa de todo ello sobre la salud pública es que el 80% de las enfermedades en los países en vías de desarrollo estarían vinculadas a la falta de agua de buena calidad. Las necesidades del Sur son conocidas. Existe una ausencia de medios financieros y técnicos agravada por el crecimiento demográfico, el incremento de la demanda de productos agrícolas y un urbanismo mal controlado.

En un informe del año 2004 ( Mejora del aprovisionamiento de agua y de saneamiento mundial: costes y ventajas), la Organización Mundial de la Salud (OMS) estimaba que para alcanzar el objetivo del milenio para el desarrollo (OMD) en el 2015 hacían falta inversiones por valor de nueve mil quinientos millones anuales. Esta suma es importante pero no inaccesible. Es simplemente una cuestión de voluntad política. Y no hay más remedio que admitir que a día de hoy esa voluntad sigue todavía faltando.

El acceso al agua se garantizará si existe una cooperación entre los diferentes actores internacionales. El papel de los estados sigue siendo primordial. Pero debe ir acompañado por el de las organizaciones internacionales, las oenegés, los colectivos locales, sectores privados y la sociedad civil.

Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París.

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