Una Atlántida de escritoras

Hace solo tres años, acompañada de varias amigas y cómplices, pensé y desarrollé la colección de novela y memoria Vindictas en la Universidad Nacional Autónoma de México, con la intención de recuperar para nuevos lectores la obra de escritoras marginalizadas del siglo XX en Hispanoamérica, voces perdidas en su abrumadora mayoría para el canon literario de esa época. Un proyecto que debería de desaparecer, y diré por qué. Vindictas representa un simbólico ajuste de cuentas contra el machismo que ha imperado en la configuración del canon, tan lleno de escritores admirados pero al mismo tiempo tan deshabitado por mujeres. La otra acepción de la palabra, derivada del latín, es proteger o resguardar. En la medida en que hemos publicado a las novelistas, e incluso nos hemos extendido para publicar también a poetas y ensayistas, ha resultado que lectores nuevos somos casi todos: los nombres de estas autoras reverberan originales, inimaginados y silenciados por todo el peso de las sociedades heteropatriarcales en que vivimos.

Pero, si bien nosotros somos recién llegados a sus libros, ellas no son nuevas, y la lectura de sus obras nos revela cómo asumían la escritura, sus búsquedas, sus riesgos, su voluntad, y sí: sus ambiciones literarias, porque osaron tenerlas. Un siglo después de que Virginia Woolf nos contara sobre mujeres que escondían la escritura debajo del bordado, estas autoras seguían bregando a contracorriente en sociedades que les cortaban el paso para censurarlas, como ocurrió con la mexicana Tita Valencia, autora de 'Minotauromaquia', una novela premiada donde hablaba de un gran escritor mexicano en términos que al establishment de la cultura en ese momento le parecieron ofensivos. Tita terminó linchada y dejó de escribir un tiempo largo por eso. Algo similar le ocurrió a la boliviana María Virginia Estenssoro, quien en su libro de relatos 'El occiso' escribió sobre una relación extramarital y un aborto voluntario; se agotaron pronto los ejemplares, comprados por gente escandalizada que no quería leerla, sino esconderla, callarla, que su libro no existiera. Estenssoro no volvió a publicar nada en vida.

La costarricense Yolanda Oreamuno se exilió después de publicar 'La ruta de su evasión', una novela portentosa que anunciaba ya la renovación de la literatura latinoamericana; en esas páginas diseccionó la violencia dentro de la familia, generó un personaje femenino que solo en la agonía se arriesga a hablar con voz propia, como si tuviera que morir para comenzar a existir.

Tal vez ese ha sido uno de los pecados más grandes de las escritoras: atreverse a contar lo propio sin requerir la mediación del que sabe más y mejor de lo que ocurre en el universo femenino, o sea, sin necesitar del patriarca escritor. El mensaje de ellas fue: no necesito que me escribas, soy dueña de mis experiencias y de mis palabras, y lo puedo contar mejor. Tengo una voz. Nada más radical y provocador. Si nos preguntamos por qué desaparecieron esas escritoras, estaremos cayendo en un eufemismo: ellas no se esfumaron en el éter. Las desapareció el deliberado desinterés, todo un sistema que considera que el trabajo de las mujeres vale menos.

Recuperar la escritura de las mujeres invisibilizadas y silenciadas necesita de todos en el ecosistema del libro y la lectura: pasa por editores, libreros, mediadores de lectura, críticos, por quienes ya deben de saber que no es normal que en los programas de estudios no se incluya a escritoras. Nos toca a todos los que cuidamos del fuego de la palabra.

Las razones para leerlas están en sus libros, en su valor literario. Las reeditamos por la calidad de su obra, no porque son mujeres. Dice la poeta Mary Oliver: «Mucho de lo que escribió Woolf no lo escribió porque fuera mujer, sino porque era Woolf». En contra de sociedades que no solo no las acogieron sino que las persiguieron, ellas hicieron apuestas estéticas de calibre considerable, escribieron y publicaron aunque fuera una edición a partir de la cual hoy venturosamente podemos emprender el rescate. Son nuestras antecesoras, abrieron un camino para las escritoras que llegaríamos después; ahora es que podemos recuperar y conocer nuestro linaje. Leerlas es intentar completarnos como lectores. Estamos inacabados sin sus libros. Hispanoamérica es una Atlántida de escritoras que emerge y nos muestra que el canon es más rico si se incluye la voz de la otra mitad de las habitantes del país de la literatura.

En 2020, año de la peste, Juan Casamayor de la editorial Páginas de Espuma, y yo, realizamos cada uno desde su orilla y en sesiones maratónicas de zoom trasatlántico, la investigación, selección y edición de cuentos que publicamos en el libro Vindictas. Cuentistas latinoamericanas, donde incluimos a veinte narradoras, una por cada país de la geografía del español. Desconocíamos a la mayoría, era apabullante la riqueza secreta que nos habíamos perdido, y a mí me hizo sentir frustración y rabia pensar que pude haberlas leído a los 17 años, cuando tenía tanto miedo de desear ser escritora.

Estas autoras son mis maestras de vida, aunque me hayan alcanzado, o yo a ellas, hasta ahora. Pero incluso a aquéllas que lograron traspasar las barreras, las que sí conquistaron un lugar en el canon del siglo XX, también les costó mucho ocupar ese sitio que incomodaba y necesitaba ser justificado, pues su apuesta literaria seguía y sigue pareciendo insuficiente. Recuerden que hace muy poco leímos en la portada de una reedición de Elena Garro los nombres de sus parejas escritores, en lugar de un argumento que señalara lo que aporta a la literatura en nuestro idioma esa obra auténtica e inquietante.

Las luchas recientes de los feminismos han conseguido que en los medios se hable más de la situación de las mujeres, quizá más que nunca. Pero lograr que deje de normalizarse que las mujeres ocupen los márgenes (o la intemperie, por recordar una imagen de Irene Vallejo), requiere de un cambio que es estructural, implica la transformación de todo un sistema que sigue descansando en el poder heteropatriarcal. Yo escribo en un país donde a diario mueren asesinadas diez mujeres. No se trata solo de tener una habitación propia, sino de salir de ella y que no nos maten por eso. Necesitamos acceso a la igualdad de oportunidades, a trato equitativo, a justicia que no revictimice, a decidir sobre nuestros cuerpos, todo esto es parte de lo que debe cambiar para que verdaderamente haya condiciones más justas para crear y para criar, porque en todo esto no podemos olvidar que las tareas de cuidados siguen asignándose casi en exclusiva a las mujeres.

La escritora chilena Diamela Eltit ha dibujado un horizonte que invita y desafía: hay que aprender a desbiologizar la literatura. Dice Diamela: «Lo importante es la escritura, la estética, el deseo que recorre el texto, su audacia, su ritmo, la pausa, el ímpetu. Lo que me moviliza es la democratización real de la escritura hasta donde concurran autoras y autores sin más garantía que el poder del libro. (…) Hoy me parece indispensable democratizar el espacio literario, repito, desbiologizar la escritura».

Cuando el escritor Alberto Manguel conoció la colección me dijo: «Ojalá no fuera necesaria». Gracias a él leí y publicamos a la argentina Vlady Kociancich. Hoy es indispensable esta exhumación de escritoras, entregarlas a las nuevas generaciones de lectores, que sepan de esta genealogía. Hacemos este trabajo mientras deseo que Vindictas deje de ser pertinente. Que en el próximo siglo no sea necesario reivindicar ni rescatar una sola escritora.

Socorro Venegas es escritora y editora mexicana.

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