Una automoción de censura para la cuarta media-legislatura de Sánchez

Andaban el PP, Ciudadanos y Vox a vueltas sobre la inconveniencia, o no, de presentar una moción de censura contra el pésimo Gobierno de Pedro Sánchez, y va el presidente y se presenta una automoción de censura contra sí mismo, una autocuestión de confianza y el inicio de otra nueva media-legislatura: la cuarta. Porque las legislaturas de Sánchez se cuentan por medias, que enteras se le hacen muy pesadas.

La primera media-legislatura de Sánchez fue la que siguió a la moción de censura contra Rajoy: de mayo de 2018 a abril de 2019, cuando convocó elecciones porque ERC no quiso aprobarle su presupuesto. La segunda media-legislatura fue aún más breve: los fuegos de artificio de Sánchez con Rivera entre las dos elecciones de 2019 y la fatua promesa presidencial de con Podemos, no, que le daba mucho insomnio. La tercera media-legislatura ha sido algo más prolongada. Del pacto del abrazo entre Sánchez e Iglesias, nada más cerrarse las urnas en noviembre de 2019, hasta este sábado, en el que lo cambió todo para seguir siendo él. Siempre, y por encima de todo, Él.

En realidad, la tercera media-legislatura concluyó el 4 de mayo, con la impresionante victoria de Isabel Díaz Ayuso en las urnas madrileñas y el descalabro del PSOE, que cedió hasta el liderazgo de la oposición en Madrid. El ideólogo de la moción de censura murciana y de la incalificable campaña socialista madrileña ha sido visto redactando despedidas, con letras mayúsculas, en tarjetones de visita monclovitas.

El agotamiento de la tercera media-legislatura de Sánchez lo exhibían las encuestas y el pálpito de la calle, con una enorme -y creciente- subida de intención de voto de la derecha, bajo el liderazgo del PP de Pablo Casado. Pero nuestras normas democráticas marcan que a un Gobierno sólo se le puede descabalgar con una moción de censura y, si ésta no suma los votos necesarios, hay que esperar a que sea el inquilino de la Moncloa quien decida si quiere adelantar las elecciones o aguanta, como sea, hasta que se cumplan los cuatro años de legislatura.

Conociendo (poco) a Sánchez, parecía que la opción iba a ser la de seguir como sea, fuera el que fuese el desgaste diario del Gobierno, y del conjunto de la izquierda que lo sostiene, empezando por el Partido Socialista.

Conociendo (un poco más) a Sánchez, su reacción ha sido hacerse a sí mismo la moción de censura que mascullaban sin acuerdo sus adversarios; añadir (de saque) una cuestión de confianza mediática con la forma de un novísimo nuevo Gobierno, y dar por inaugurada la cuarta media-legislatura de su mandato.

Conocer (lo mejor posible) a Sánchez es un prerrequisito imprescindible para quienes quieren ganarle en las urnas, las convoque con antelación o, como declara, en enero de 2024. “Quedan 30 meses”, afirmó el sábado, quizá para despistar.

Y conociendo (aunque disguste) Sánchez, habría que concederle que ha sabido leer la creciente desafección ciudadana, en el conjunto de su electorado, que muestra la victoria de Ayuso en Madrid, y que ha sabido reaccionar negándose rotundamente a sí mismo a través de todos y cada uno de sus alter ego.

Habría que concederle que, para negarse a sí mismo, ha borrado del mapa a todos los que acumulaban un rechazo casi tan grande como el que él mismo concita (léase Calvo, Ábalos o Redondo). Que, para negar sus compromisos, ha borrado del mapa al principal hacedor de su más difícil promesa: ¿indultos, qué indultos? (léase Campo). Que, para negar su leyenda, ha tirado por el barranco a su barranquista. Y que, para negar a sus socios, ha dejado que se cuezan en la más absoluta irrelevancia sus principales socios (léase los cinco de Podemos, se llamen Yolanda o Alberto o Irene o Ione o Manuel… ¿a quién le importan?)

Por último: intentando conocer (que no es tan difícil) a Sánchez por sus planes, parece claro que su amplísimo, juvenil y muy femenino Gobierno es (antes que nada) un casting para las elecciones municipales y autonómicas de mayo de 2023. Ésa es la siguiente estación, porque para las elecciones andaluzas (sean a finales de 2022 o antes) ya ha designado a Juan Espadas.

Parece evidente, ¿no? Vamos con los nombres. Isabel Rodríguez, de alcaldesa de Puertollano a ministra de Política Territorial y Portavoz: ¡tiembla, Page! Pilar Alegría, de candidata a la alcaldía de Zaragoza y delegada del Gobierno en Aragón a ministra de Educación: ¡tiembla, Lambán! Raquel Sánchez, de alcaldesa de Gavá a ministra de Transportes y Agenda Urbana: ¡tiembla, Colau! Diana Morant, de alcaldesa de Gandía a ministra de Ciencia e Innovación: ¿querrá dejarlo Ximo Puig, o quizá acumula problemas que le invitarán a hacerlo?

Hay hasta candidatos para Madrid: ¿qué tal un duelo Pilar Llop-Isabel Díaz Ayuso en la Comunidad y otro Félix Bolaños-José Luis Martínez Almeida en el Ayuntamiento?

Todos los concursantes del casting presidencial tienen casi dos años para demostrar (para demostrarle a Sánchez) si pueden ser o no buenos candidatos en mayo de 2023.

Para que todo eso funcione en perfecta sintonía con Ferraz ha puesto a quien fue su amigo y colaborador, Óscar López. Dejó de serlo y vuelve a serlo. Para asegurar que llegará sin demora el dinero europeo que debe engrasar la recuperación del afecto de su electorado, la nueva vicepresidenta primera se llama Nadia Calviño. Y para que nadie le dé la lata en su gigantesco Gobierno y entre sus variopintos socios parlamentarios (los secuaces y los cómplices, en la explícita terminología de Abascal), ahí está Félix Bolaños para ocuparse de todo.

En 1972, el año que nació Sánchez, empezaron a echar por la tele una serie que tuvo mucho éxito. Se llamaba Kung-Fu. Empezaba siempre con el mismo tráiler: un niño debía atrapar una piedrecita de la mano de su maestro, mientras una voz en off decía: “No desprecies a la serpiente por no tener cuernos, puede transformarse en dragón”.

Con su automoción de censura y su autocuestión de confianza, Sánchez ha demostrado que no desprecia a la serpiente de la derecha, por muchos desplantes y burlas que le haga. Posiblemente, no es casualidad que su reunión con Díaz Ayuso se produjera, precisamente, la víspera de provocar el terremoto de su nuevo Gobierno.

Quizá, solo quizá, los adversarios de la derecha que saben (porque es evidente) que Sánchez ha sido, es y será un mal presidente del Gobierno para España podrían ver que el dragón que aparenta ser solo oculta una sibilina serpiente disfrazada para la ocasión. No debería hacer falta esperar al advenimiento de un San Jorge para vencerle en las urnas. Sí (eso siempre) atesorar experiencia, principios y coraje.

Pilar Marcos es periodista y diputada del Partido Popular.

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