Una brújula para hombres desconcertados

Para la activista norteamericana Bel Hooks, en tiempos de turbulencias y desconfianza, “todo el mundo necesita amar y ser amado, incluso los hombres”, y el feminismo, por encima de todo, es un acto de amor que pretende liberar también a los varones. Frente a esta mirada compasiva, el psicólogo canadiense Jordan B. Peterson defiende la existencia de una crisis de la masculinidad derivada de la culpabilización a los hombres por el hecho de serlo, especialmente a los jóvenes, esos que estarían recibiendo un mensaje “devastador” cuando se les recrimina su “innata agresividad” desde la “tiranía feminista”. Son dos imágenes antagónicas de una misma realidad y representan las tensiones dialécticas derivadas del cuestionamiento de los restos de masculinidad tóxica que perviven en el siglo XXI. Reconocimiento versus negación; educación versus esencia inmutable; paradigma múltiple versus mirada única.

Los cambios protagonizados por las mujeres en los últimos 200 años, tan imparables como pacíficos, necesarios e incómodos, han cuestionado radicalmente la masculinidad hegemónica dominante y el papel privilegiado de los hombres en la sociedad. Fenómenos como el movimiento MeToo, Time’s Up o la convocatoria del Paro Internacional de Mujeres para el 8 de marzo dan buena prueba de ello.

Lo queramos o no, seamos conscientes o no, nos guste más o menos, los hombres estamos en crisis y la masculinidad hegemónica, también. Este trance ha sido consecuencia directa de los cambios producidos y liderados por las mujeres y los feminismos, que han logrado poner delante de nuestros ojos, de los de todos los hombres, el espejo de la historia. Y esto nos ha llevado a tener que cuestionarnos a nosotros mismos: ¿quién soy yo en este nuevo mundo? ¿Qué es ser hombre hoy? ¿Qué se espera de mí? ¿Soy un hombre justo? ¿Puedo cambiar? ¿Debo cambiar? ¿Cómo me relaciono con otros hombres? ¿Y con las mujeres? ¿Soy un buen padre? ¿Establezco relaciones igualitarias con las mujeres de mi entorno? ¿He sobrepasado alguna vez alguna línea roja en mis relaciones? ¿Soy machista? ¿Soy libre?

Es como si al Dios todopoderoso de Miguel Ángel, representado en los techos de la Capilla Sixtina del Vaticano y que da vida a Adán, ahora le tocase bajar a la Tierra, mirar a los ojos de las mujeres de igual a igual y cuestionarse su naturaleza divina. Pero no nos equivoquemos ni lancemos las campanas al vuelo. Se trata de una crisis que tiene que ver con la incapacidad del viejo modelo de adaptarse a una realidad emergente, que sigue generando resistencias al cambio, y que alimenta el desasosiego o la victimización masculina. Salvando las distancias, pero indagando en las equivalencias emocionales, este desconcierto masculino puede tener notas concordantes con el miedo que generaba el advenimiento de la democracia en cuadros franquistas.

Resulta paradójico que los agoreros del fin del hombre, que con tanta virulencia estallan ante provocaciones gramaticales, no se hayan parado a pensar en el impacto que el sexismo también tiene en las vidas de los hombres: vivimos de media siete años menos que las mujeres, somos el 95% de los homicidas a nivel global, el 93% de los delincuentes, el 74% de los suicidas, el 95% de los fallecidos por accidente laboral, etcétera. Como nos recuerda Roxane Gay, todo un abominable espectáculo de hombres destrozadores y destrozados, pero que genera poco desasosiego.

Para Rebecca Solnit es necesario entender cómo la masculinidad se transmite a los niños. Y en España, cada día nos despertamos con noticias aterradoras en las que algunos niños (los nuestros) son capaces de violar a otros, asesinar o abusar, desde cuerpos, valores e identidades masculinas de dominación aprendidas. Mientras, muchos de nosotros seguimos desorientados, dubitativos, temerosos o resistentes, con bajos niveles de indignación y cuestionamiento de las masculinidades tóxicas. Nos recordaba de forma gráfica y divertida Betty Friedan a principios de los años sesenta que “los hombres no son realmente el enemigo, sino víctimas colaterales que sufren de una mística masculina anticuada que les hace sentir innecesarios e inadecuados cuando no hay osos para matar”. No somos culpables ni herederos universales del patriarcado por el hecho de ser hombres, pero sí somos responsables de lo que decimos y hacemos. Para nuestra tranquilidad, señalando el norte, tenemos la brújula de las vidas y luchas de las mujeres, de las que tenemos mucho que aprender. WeToo.

Ritxar Bacete González es escritor. Acaba de publicar Nuevos hombres buenos (Península).

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