Una campaña presidencial átona

Nunca desde 1981 habíamos tenido una campaña electoral tan poco apasionante. No es por culpa de los candidatos. Tanto Nicolas Sarkozy como Ségolène Royal saben utilizar, con una maestría excepcional, los medios de comunicación y son expertos en el arte de teatralizar la competencia política. Incluso hay un tercer hombre, François Bayrou, que intenta sacudir el juego de los principales candidatos, y eso podría alegrar un poco más el debate. Pero no, sigue la campaña en un tono plano, casi gris. Quedan cinco semanas para la votación y los sondeos no dan una visión bastante fiable del porvenir para decidir quién va a imponer sus reglas de juego. Al haber empezado la campaña hace casi un año, Sarkozy se enfrenta a un momento de cansancio de su máquina política: incluso sus partidarios se quejan de que la gente se interesa más por sus problemas diarios que por su programa.

Y, del mismo modo que en las presidenciales del 2002, Jean-Marie Le Pen ha entrado en la batalla con la comedia de las firmas. Candidato antisistema, quiere dar la impresión de que todo el mundo conspira para excluirlo del juego. ¿De qué se trata? Cada candidato, para poder presentarse a las presidenciales, necesita 500 firmas de ediles de por lo menos 30 departamentos. Un edil puede convalidar solo a un candidato. Este apadrinamiento deberá llegar al Consejo Constitucional antes del 16 de marzo, y este publicará el 20 de marzo la lista de los clasificados para los presidenciales. Finalmente, el 10 de abril, el Consejo publicará para cada candidato la lista de los 500 apadrinamientos. Ahora bien, los ediles solicitados se niegan a dar estas firmas a los candidatos extremistas, sobre todo a los de extrema derecha, porque pueden dañar su imagen. Le Pen pregona cada día que, de hecho, se trata de un ataque en contra de los principios de la democracia, y que los partidos del establishment quieren impedir a más del 16% de electores (quienes le votaron el 2002) expresar su punto de vista.

La actitud general frente a este problema es muy ambigua. Por un lado, la inmensa mayoría del pueblo cree en la legitimidad de la candidatura de Le Pen, y piensa que debe conseguir las firmas. Pero la misma mayoría cree en las instituciones y acepta que los ediles se nieguen a ayudar a un candidato sospechoso de xenofobia, de racismo, de antisemitismo y de ideología neofascista. Pero, al fin y al cabo, parece difícil que Le Pen esté descartado de esta elección.

Hay otros elementos que pueden trastornar todos los cálculos e incendiar esta campaña átona. Primero, la situación económica y social. Las cifras de paro son intencionadamente falseadas: hay un pleito contra de la institución gubernamental que las suministra por difundir datos falsos. Además, las deslocalizaciones salvajes de las multinacionales (francesas y extranjeras) provocan mucha cólera y la voluntad de castigar al Gobierno. Airbus quiere suprimir más de 10.000 empleos y los candidatos utilizan un discurso guerrero en contra de la dirección franco-alemana del grupo. Royal atacó la primera, haciendo de la defensa del empleo en Airbus un tema de solidaridad nacional. Sarkozy empezó su campaña diciendo que el Estado debe salir del capital de Airbus y dejar que actúen las reglas de la competencia. Pero ahora que las cifras de supresión de empleos castigan a la sociedad, Sarkozy cambia de posición y llama a la intervención del Estado para fortalecer el consorcio.

Segundo, el silencio. Sí, el silencio del pueblo. Da miedo. Todos los sondeos apuntan una crisis profunda de confianza en las élites políticas. Hasta la fecha, mas del 50% de los electores no saben a quién van a votar. La actitud más corriente es que no creen ni en la derecha ni en la izquierda. Psicológicamente, si se puede hablar así, los dos principales candidatos representan grandes minorías. El pueblo parece más allá --¿o acá?-- de la división derecha-izquierda. Mira hacia el tercer hombre, de momento Bayrou, no por su programa, sino porque parece ser un candidato antisistema. En unas semanas, el pueblo tendrá más opciones: Le Pen y los candidatos de extrema izquierda pueden recoger el rechazo popular.

La incertidumbre es general. Y los especialistas en sondeos no descartan que Le Pen, lo mismo que Bayrou --o sea, los que juegan a rechazar el sistema-- puedan estar en la segunda vuelta. Lo que es seguro es que Sarkozy, pese a sus enormes medios (apoyo del gran capitalismo financiero y de los grandes medios de comunicación), no ha podido convencer más allá del electorado tradicional de la derecha conservadora. Y Royal, hasta la fecha, no ha podido dar la impresión de que representa una alternativa totalmente creíble. Una parte importante de la izquierda sigue dudando. Dicho de otra manera, Sarkozy parece convencer a los suyos, pero no genera confianza en el resto, sigue padeciendo de una imagen negativa e incluso da miedo a mucha gente, y Royal solo da más confianza porque cae simpática.

Obviamente, no basta. Lo que falta es una gran idea, un mito movilizador en torno al cual se pueda desarrollar la batalla para ser elegido presidente de la República. Porque la quinta República se basa en el carisma del presidente, cuyo papel es dibujar las grandes líneas de futuro. Las próximas semanas veremos si uno de los pretendientes a la "magistratura suprema", como se dice en Francia, sacará de su bolsillo este proyecto movilizador. Si no, el gris de la campaña actual puede llevar, mañana, al rojo de la cólera.

Sami Nair, profesor invitado en la Univiersidad Carlos III.