¿Una crisis irresoluble?

Esta crisis, como cualquier otra que se haya producido en el pasado, ahora parece única e irresoluble, pero la economía ha demostrado muchas veces que es cíclica y volverá un periodo de bonanza en el marco de un ciclo expansivo.

Recordemos por un instante nuestras reflexiones en el otoño del año 2001: la nueva economía que debía cambiar el mundo se hundía en el mercado de valores y la burbuja de precios, alimentada durante los últimos años, se evaporaba en pocos meses; un entorno mundial absolutamente consternado por los atentados en las Torres Gemelas, que permitía aventurar un profundo cambio geopolítico global. Y todo ello pasó, y apareció un entorno económico floreciente, con unos incrementos del PIB inusuales hasta el momento, en la mayoría de países industrializados y emergentes.

Los tipos de interés tan bajos, en Estados Unidos (cercanos al 1) y en Europa (alrededor del 2%) propiciaron un mercado inmobiliario al alza que parecía no tener fin. Los bancos y cajas de ahorros mantenían una política comercial muy agresiva en los préstamos hipotecarios, que les reportaban elevados beneficios, financiándose mediante la titulización (es decir, emitiendo bonos con la garantía de aquéllos) en el mercado financiero de capitales, que gozaba en esos momentos de una gran liquidez. Los inversores perseguían algo de rentabilidad aceptando un determinado riesgo, puesto que el tipo sin riesgo era, en muchos momentos, inferior a la inflación. Incluso algunos, los más osados, se atrevían a endeudarse a tipos muy reducidos para invertir en estos activos, intentando lograr, así, el máximo rendimiento de sus ahorros.

Pero todo tiene un final. El repunte de la inflación provocado por el encarecimiento de las materias primas, especialmente del petróleo, provocó una subida de los tipos de interés. Este cambio de tendencia en las políticas monetarias desencadenó una ralentización del mercado inmobiliario. Especialmente en Estados Unidos, las hipotecas con altos tipos de interés por la poca solvencia de los deudores entraron en mora.

El 9 de agosto del 2007, por primera vez, una emisión de bonos referenciada a las llamadas hipotecas subprime no pudo devolver el dinero en el momento del vencimiento debido a la elevada tasa de morosidad de las hipotecas que garantizaban dicho activo. Las entidades empezaron a mostrar desconfianza recíproca debido a que desconocían el montante de las emisiones que no podrían amortizar su principal en el momento de llegar los distintos vencimientos. Esta falta de confianza ha provocado falta de liquidez en el sistema. Nadie se fía de nadie y, por lo tanto, no se prestan dinero entre ellas. Este entorno motiva que los tipos de interés del mercado interbancario se hayan incrementado hasta alcanzar un diferencial cercano a los 200 puntos básicos (es decir un 2% adicional) al tipo de interés de intervención de los bancos centrales.

Esta falta de liquidez ha provocado que las entidades no puedan refinanciar la deuda emitida. Los bancos que concedieron cifras importantes de hipotecas a 20 o 30 años se financiaron con deudas emitidas a dos o tres años. Ante un escenario de tan perceptible desconfianza entre entidades, estas emisiones no están siendo renovadas, por lo que necesitan acudir a los bancos centrales a refinanciarse. En un primer momento, los bancos centrales han ido inyectando liquidez al sistema con numerosas intervenciones, pero los vencimientos de los ahora llamados bonos tóxicos han seguido mermando la capacidad financiera de las entidades hasta provocar, sobre todo en Estados Unidos, la quiebra de algunas de ellas, que han tenido que ser rescatadas mediante la compra por la Reserva Federal.

En Europa, el contexto bancario está evolucionando de modo algo distinto: el volumen de bonos tóxicos no supone un impacto tan relevante en los distintos balances bancarios, pero la psicosis de una posible quiebra bancaria ha provocado una ola de reembolsos de depósitos hasta derribar uno de los principales bancos centroeuropeos. Esto me recuerda el final del cuento Mary Poppins, cuando el pequeño de la familia Banks no quiere ingresar su chelín en el banco y desea comprar pipas para las palomas. Su padre grita: "Dame el chelín". Este comentario desencadena el pánico en los transeúntes, que quieren reembolsar sus depósitos, y pone en grave riesgo al banco. Pues, salvando grandes y obvias distancias, esto ha ocurrido con Fortis.

No debemos olvidar que, a pesar de que el sistema financiero está atravesando una profunda crisis, en gran medida provocada por el fuerte y desmedido crecimiento de los últimos años, los depósitos bancarios de los ciudadanos están garantizados. En primer lugar, por la propia solvencia del banco y, a continuación, por el Fondo de Garantía de Depósitos. El fondo está regulado en España, de modo que cada cliente tiene garantizados 20.000 euros, mientras que en Estados Unidos la garantía límite es de unos 100.000 dólares. En este sentido, Irlanda ha dictado nuevas normas, garantizando la totalidad de los depósitos de los ciudadanos, evitando así situaciones de pánico.

¿Cómo ha afectado esto a la economía real? La contracción del sector inmobiliario ha provocado un cierto aumento del desempleo, la disminución de liquidez en el sistema ha provocado la restricción del crédito a las empresas para poder financiar su circulante o cumplir sus proyectos de crecimiento, lo que implica, a su vez, un aumento del paro y la consecuente y drástica reducción del consumo. En resumen, nos encontramos ahora en un momento de recesión económica con crecimiento mínimo en España y decrecimiento en la mayoría de países europeos.

Pero, recuerden, la economía es cíclica.

Carme Hortalà Vallvé, directora de la agencia de valores GVC.