Una crisis que Rusia no quería

La fase aguda de la crisis provocada por el asalto de las fuerzas georgianas sobre Tsjinvali, la capital de Osetia del Sur, ya quedó atrás. Pero aún duele. ¿Cómo puede uno borrar del recuerdo las horripilantes escenas del ataque nocturno con cohetes sobre una ciudad pacífica, la destrucción de bloques de pisos enteros, la muerte de gente que se refugiaba en sótanos, la destrucción bárbara de antiguos monumentos y tumbas ancestrales?

Rusia no quería esta crisis. El Gobierno ruso mantiene una posición suficientemente fuerte a nivel doméstico; no necesitaba "una pequeña guerra victoriosa". Rusia se vio arrastrada a la lucha por la imprudencia del presidente georgiano, Mijaíl Saakashvili, quien no se hubiera atrevido a atacar sin apoyo externo. Rusia no podía permitirse no actuar.

La decisión del presidente ruso, Dmitri Medvédev, de poner fin a las hostilidades fue la decisión correcta de un dirigente responsable. Si alguien esperaba confusión desde Moscú, se llevó un chasco. El presidente ruso actuó con calma, seguridad y firmeza.

Los que planificaron esta campaña es evidente que buscaban asegurar que se culpara a Rusia de empeorar la situación en la región y en el mundo, independientemente del resultado de la campaña. Con su ayuda, Occidente montaría un ataque propagandístico contra Rusia, especialmente en los medios norteamericanos.

No ha habido nada justo ni equilibrado en la cobertura de esos medios, especialmente durante los primeros días de la crisis. Tsjinvali ya estaba en ruinas humeantes y miles de personas huían de la ciudad, y aún no había rastro de tropas rusas, pero a Rusia ya se la acusaba de agresión, repitiéndose las mentiras descaradas de un envalentonado líder georgiano.

No está aún muy claro si Occidente estaba al día de los planes de Saakashvili, y este es un tema serio. Lo que sí está claro es que el apoyo occidental en el entrenamiento de las tropas georgianas y los ingentes envíos de armamento han ido empujando a la región hacia la guerra más que hacia la paz. Si esta desventura constituyó una sorpresa para los patronos extranjeros del líder georgiano, el tema aún es peor: daría toda la impresión de ser una historia como la que se cuenta en la película Cortina de humo.

A Saakashvili se le había llenado de adulación por ser un acérrimo aliado de Estados Unidos y un auténtico demócrata, y por ayudar en Irak. Ahora nos toca a todos nosotros, los europeos, y aún más importante, a los civiles inocentes de la región, recoger las piezas del desorden que el mejor amigo de Estados Unidos ha provocado.

Quienes no corren a juzgar lo que está pasando en el Cáucaso o buscan influencia allí, deberían primero, por lo menos, tener alguna idea sobre las complejidades de esta región. Los osetios viven en Georgia y en Rusia. Es lo mismo en toda la región: es como un tejido de retales de grupos étnicos que viven en proximidad cercana. Por lo tanto, es mejor olvidar cualquier comentario del tipo "esta es nuestra tierra" o "estamos liberando a nuestra patria". Debemos pensar en la gente que vive en la tierra.

Los problemas del Cáucaso no se pueden solucionar con el uso de la fuerza. Eso se ha intentado más de una vez, y siempre se ha experimentado el efecto bumerán. Lo que se necesita es un acuerdo legalmente vinculante para que no se utilice la fuerza. Saakashvili se negó repetidamente a firmar un acuerdo de esta clase por motivos que ahora han quedado abundantemente claros.

Occidente haría algo bueno si ayudara a conseguir dicho acuerdo ahora. Si, en cambio, Occidente optara por culpar a Rusia y rearmar a Georgia, tal y como sugieren algunos funcionarios de Estados Unidos, una nueva crisis parecería inevitable. Si ese fuera el caso, entonces habría que esperar lo peor.

Últimamente, la secretaria de Estado norteamericana, Condoleezza Rice, y el presidente George Bush han estado prometiendo que aislarán a Rusia. Algunos políticos norteamericanos han amenazado con expulsarla del grupo de los principales países industrializados, el G-8, suprimir el consejo OTAN-Rusia, o forzar su no admisión en la Organización Mundial de Comercio.
Son amenazas vacías. Durante algún tiempo, los rusos se están preguntando: si nuestra opinión no cuenta para nada en aquellas instituciones internacionales, ¿para qué las necesitamos? ¿Para sentarnos a una mesa de banquete muy bien arreglada y escuchar conferencias?

Es cierto que hace tiempo que a Rusia se le ha dicho que sencillamente acepte los hechos. Y aquí tienen ustedes la independencia de Kosovo. Aquí tienen la derogación del tratado ABM y la decisión de colocar defensas de misiles en países vecinos. Aquí tienen la incesante expansión de la OTAN. Y de fondo, las dulces promesas de asociación. ¿A quién le haría gracia una farsa de este estilo?

Se habla mucho ahora en Estados Unidos de "reconsiderar" las relaciones con Rusia. Voy a sugerir algo que definitivamente debería ser reconsiderado: el hábito de hablar con Rusia de una forma condescendiente, sin considerar sus posiciones e intereses. Nuestros dos países podrían desarrollar una agenda seria de auténtica --y no simbólica-- cooperación. Creo que muchos norteamericanos, así como rusos, entienden la necesidad de esto, pero ¿y los líderes políticos?

Hace poco se formó una comisión bipartita, presidida por el antiguo senador Gary Hart y el senador Chuck Hagel, para estudiar las relaciones ruso-americanas. Incluye a gente seria, y a juzgar por el primer anuncio de la comisión, entienden la importancia de Rusia y de trabajar constructivamente con ella.
El mandato de la comisión especifica que presentará "recomendaciones de acciones políticas para una nueva Administración, para que progresen los intereses nacionales de Estados Unidos

en sus relaciones con Rusia". Si este es el único objetivo, entonces dudo de que salga alguna cosa buena de ella. Pero si también está dispuesta a considerar los intereses del otro bando y de los que atañen a la seguridad común, se podría abrir una vía para reconstruir la confianza y empezar a trabajar conjuntamente.

Mijaíl Gorbachov, ex presidente de la URSS y premio Nobel de la Paz. Traducción: Toni Tobella