Una crisis sistémica

Esta crisis de la que no acabamos de salir nos ha recordado que siempre puede cumplirse la peor predicción. Cuando en abril del 2007 las hipotecas subprime comenzaron a sembrar serias dudas, pocos hicieron caso a su evolución hasta que fue evidente su descalabro el 9 de agosto de ese mismo año, fecha que quedará en los anales como el inicio oficial del cambio de ciclo. De igual modo, cuando fueron cayendo entidades financieras, pocos creyeron en una severa crisis financiera global, hasta que los rescates de Fannie Mae, Freddie Mac, AIG y, especialmente, la quiebra de Lehman Brothers, el 15 de septiembre del 2008, pusieron al sistema financiero contra las cuerdas.

Inmersos como estamos en los planes de recuperación de cada país, pocos se han hecho eco del siguiente posible seísmo, y eso que hace unas semanas tuvimos señales cercanas. Desde noviembre del 2009, comienza a evidenciarse un potencial, y casi letal, nuevo frente de la crisis. La reestructuración de la deuda de Dubai World representa mucho más que los problemas de un grupo parapúblico: es el principio de una posible crisis de la deuda soberana. Si en los próximos meses algún país se declara en suspensión de pagos, esa fecha sí pasará a la historia, pero el primer seísmo data de entonces. Y parar esta nueva crisis todavía es posible acotando la actividad de los hedge funds.

NO HAY NADA personal, el dinero no tiene patria, solo es dinero. La globalización y la inmediatez de las noticias hacen que cada vez sea más sencillo apostar con las cartas marcadas por parte de quienes tienen el dinero, los medios y los pocos escrúpulos para hacerlo. Hay muchos referentes de movimientos especulativos organizados, y, sin lugar a dudas, la salida de la libra del sistema monetario europeo en 1993 fue uno de los más significativos, pero no el único. La devaluación del real brasileño previa a la llegada al poder de Lula o los vaivenes del precio del petróleo o de los alimentos tienen siempre un ganador, los hedge funds.
Los hedge funds son fondos prácticamente sin supervisión ni control por parte de ninguna autoridad financiera. Su objetivo de inversión es claro: obtener rentabilidades positivas independientemente de que los mercados suban o bajen, para lo cual invierten en todo tipo de productos, sin ninguna limitación de volumen, pudiendo hacerlo muy por encima de su patrimonio y pidiendo prestado dinero, acciones o cualquier clase de título. Los gestores de estos productos dirigen su acción allí donde hay inestabilidad, allí donde huelen la sangre, y, por lo tanto, donde creen que hay posibilidad de ganar dinero en el corto plazo, provocando una ampliación de los movimientos e incluso de los problemas. Evidentemente, nuestras cuentas no son las mejores, pero tampoco las peores, ni mucho menos. Pero en los últimos días hemos sido demasiadas veces noticia y los especuladores profesionales hicieron su agosto a comienzos de febrero.
Es una guerra desigual entre quienes crean valor y quienes lo destruyen. Siempre es más fácil la negación que la afirmación, la destrucción que la creación. Es muy fácil reventar una reunión desde la postura del no, argumentar en contra del cambio, derribar lo que otros han construido. Los mercaderes bajistas son pocos, pero no tienen piedad. Quien opera desde la opacidad de un hedge fund radicado en un paraíso fiscal juega con las cartas marcadas. No debe comprar, solo pedir prestado, no expone mucho capital y, en caso de pérdida notable, le es muy sencillo declararse insolvente traspasando el problema al mercado, a quienes le prestaron acciones y dinero y a los supervisores. Y, además, cuenta con ventaja matemática: si un día la cotización de un título cae un 50% (de ocho a cuatro euros), al día siguiente recuperar su valor inicial significa revalorizarse un 100% (de cuatro a ocho euros). Bajar es más fácil que subir.

ENTRAMOS en el terreno de la ética cuando vemos que unos pocos tienen capacidad e impunidad para destruir el trabajo de muchos, cuando la especulación más salvaje vence al trabajo, el esfuerzo y el ahorro, cuando el lado más oscuro del sistema financiero vence. En realidad, cabe preguntarse si estos actores son parte del sistema financiero o simplemente ventajistas que se aprovechan de unas reglas a las que se les puede encontrar un resquicio para respetar la letra, pero incumplir su espíritu. Los hedge funds no deberían ser, per se, nocivos para el sistema; al contrario, correctamente entendidos aportan liquidez y deberían ser refugio contracíclico para inversores de buena fe. La realidad es que la actuación de muchos de ellos acelera la desestabilización de un sistema financiero excesivamente frágil debido a la crisis en la que nos hallamos inmersos.
España, Europa, el mundo, necesitan un sistema financiero en el que se pueda confiar. Flaco favor le hacen quienes obtienen beneficios a corto derribando el valor de las entidades cotizadas y, ahora, hasta la reputación de los estados soberanos. Schumpeter hablaba de la destrucción creativa del capital. Esta no lo es, porque más que una destrucción es un traslado de riqueza en beneficio de unos pocos consentido por el sistema y, desde luego, carece de cualquier efecto creador. ¿Alguien se atreverá a frenarlos? ¿O será necesaria otra crisis global? Si es así, será una crisis de deuda soberana, para la que puede que no falte mucho.

José Antonio Bueno, socio de Europraxis.