Una cuarentena propia

Una mujer se asoma desde un departamento en Buenos Aires, la capital de Argentina. Credit Juan Ignacio Roncoroni/EPA vía Shutterstock
Una mujer se asoma desde un departamento en Buenos Aires, la capital de Argentina. Credit Juan Ignacio Roncoroni/EPA vía Shutterstock

Mi WhatsApp se desborda con las quejas domésticas de la cuarentena, las mías incluidas. Los lamentos detallan que la limpieza es interminable; las compras básicas, una odisea; los niños malcriados; las tareas de la escuela imposibles; los maridos ineptos.

Entre los cambios paradigmáticos que impulsa la pandemia del coronavirus está la concientización masiva de los titánicos quehaceres domésticos. Y si bien el tema no es estrictamente femenino, en la mayoría de los hogares las mujeres somos las encargadas de gestionar la creciente pila de polvo que se acumula.

Hay razones para que sea un tema relevante en este momento. El tiempo que las mujeres latinoamericanas dedican al trabajo doméstico y de cuidados no remunerados triplica al de los hombres. En Argentina, las mujeres realizan el 76 por ciento de las tareas domésticas no remuneradas. Los hombres que hacen algo en la casa dedican más o menos la mitad del tiempo que las mujeres. La rabia en los mensajes de mis amigas refleja la asimetría de género en el cumplimiento de estas tareas de cuidado.

Hace ya casi un siglo que Virginia Woolf planteó en Una habitación propia que las mujeres habrían producido menos grandes obras literarias porque carecían de las condiciones necesarias: libertad social, dinero, tiempo y espacio. Ni la mujer más talentosa podría destacarse sin el entorno adecuado, argumentó. Entre otras cosas, Woolf contempla los costos temporales de lo doméstico. Actualmente, la economía feminista explica que la enorme brecha económica entre los géneros no se debe a falta de capacidad femenina, sino a desventajas estructurales. Para las mujeres, las obligaciones domésticas, la falta de alternativas de cuidado de los niños —como guarderías— y la discriminación tienen un efecto empobrecedor. Un cálculo estima que mejorar la incorporación femenina al mundo laboral remunerado aumentaría el PIB de Latinoamérica un 14 por ciento en los próximos cinco años.

Sin embargo, la cuarentena desafía estos esquemas injustos. En algunas casas, las tareas se redistribuyeron por razones de fuerza mayor.

A los suertudos que teletrabajamos nos tocó asumir responsabilidades y tareas que antes hacían otros: la educación de nuestros hijos, su cuidado en horarios laborables, la limpieza de la casa. Hay tareas nuevas, como la desinfección constante y el cuidado de personas mayores a la distancia. El llamado segundo turno —el trabajo del hogar no remunerado que cumplen las mujeres al terminar su día laboral— es injusto, pero realizable. Pero los terceros, cuartos y quintos turnos que hoy exigen las cuarentenas son imposibles. Evidencian para todos los limites de las mujeres, pero también de los hogares como unidad asilada. Los esfuerzos de dos adultos también son insuficientes. Las cuarentenas brindan una perspectiva urgente a las políticas de cuidado que reclaman feministas argentinas desde hace mucho tiempo.

Escribo esto detrás de una puerta cerrada, mientras mi pareja juega con nuestra hija y cocina. Mientras los misteriosos conocimientos domésticos de las mujeres se van socializando —junto con la conciencia de los esfuerzos que requieren—, los esposos de mis amigas muestran su talento en la limpieza. Estas realidades felices diluyen lo que comencé como diatriba feminista.

Sin embargo, no es la suerte de todas. El aumento significativo de la de violencia doméstica en las últimas semanas demuestra que estas encerronas familiares entrañan un verdadero peligro para las mujeres. En Argentina, las llamadas a una línea de emergencia por violencia de género han aumentado un 40 por ciento y se registraron al menos 26 feminicidios desde que comenzó la cuarentena. Las denuncias de violencia doméstica aumentaron aún más en la región: en Colombia, un 142 por ciento y en México, el 80 por ciento. ¿Cómo quejarme entonces de la aspiradora y los platos sucios cuando los feminicidios son cotidianos? Porque la violencia de género es la expresión extrema de creencias sociales machistas, como las que le adjudican a las mujeres lo doméstico (aunque esto no implica que el que no lava platos es un golpeador).

Las cuarentenas también ponen en perspectiva la situación que sufren demasiadas mujeres en circunstancias prepandémicas. En Argentina, solo la mitad de las mujeres participan en el mercado laboral, 21 puntos porcentuales menos que los hombres. La brecha es más amplia todavía para sectores con menos educación.

Ahora estamos entrando en la fase maratón de los resguardos por la pandemia. En Argentina se discute la vuelta al trabajo sin ninguna respuesta oficial de cómo harán los padres laburantes en un mundo sin guarderías, colegios, niñeras ni abuelos. Ante la aguda presión económica, las parejas enfrentarán crecientes debates acerca de quién vuelve a trabajar y cómo. Las mujeres entran a esta batalla en condición de desigualdad: son ellas las que se harán cargo del hogar, por razones económicas y sociales, lo cual exacerbará las desventajas que ya acarrean, y su costo de oportunidad laboral.

Escribo esto de manera entrecortada, interrumpiendo el flujo de la escritura entre distintas tareas domésticas. Y mientras me demoro en terminar esta nota, pienso: quisiera que la nueva conciencia colectiva de la realidad doméstica impulse políticas de apoyo a todas las familias con los cuidados y que, al final, todas tengamos más libertad para salir de la casa y entrar a nuestra propia habitación. Virginia Woolf lo entendería.

Jordana Timerman es una periodista argentina y editora del Latin American Daily Briefing.

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