Una cuestión de confianza

Cuando depositamos nuestro dinero en una entidad financiera lo hacemos con la absoluta certeza de que cuando vayamos a por él nos los devolverán. Sabemos que, mientras tanto, ese dinero se prestará a otras personas o entidades haciendo posible lo que hoy conocemos por sistema financiero, uno de los pilares de nuestra sociedad. La piedra angular de este sistema se llama confianza, no tenemos ninguna duda de que todo funcionará como esperamos.

Gracias a esa confianza, bancos y cajas pueden ser sociedades estructuralmente poco capitalizadas. Quienes las constituyen invierten poco capital en comparación con el dinero que administran. A día de hoy el mínimo legal exigido internacionalmente es el 2% de sus activos en riesgo, un ratio en nada comparable con cualquier otro sector al que se le exige siempre mucho más capital. Esa confianza sistémica viene reforzada por el papel del supervisor, una entidad fuera de toda duda que vela porque los gestores cumplan escrupulosamente con sus obligaciones.

Vivimos todavía dentro de los efectos de la crisis financiera global desatada en el 2007 cuando se hicieron evidentes lagunas en la supervisión bancaria en el centro del sistema mundial: Wall Street. Los bancos norteamericanos arriesgaron mucho y tuvieron que ser rescatados y recapitalizados. El Estado norteamericano actuó como garante de la confianza del sistema. Como colofón de esta crisis se han promulgado nuevas normas internacionales basadas en una mayor regulación y una mejor supervisión y, entre otras cosas, exigirán a las entidades financieras más capitalización y, por vez primera, también se regulará sobre su liquidez. Estas normas, conocidas por Basilea III, no entrarán en vigor hasta el 2019 pues el sector, debilitado por la crisis, ha logrado un plazo de transición.

Cuando traducimos la crisis a nuestro entorno nos encontramos con diferencias notables. De entrada, nuestro regulador ha sido históricamente más exigente que lo requerido internacionalmente. En lugar del 2% en España hace falta el 4% para poder operar y, además, ha obligado a retener beneficios en los balances en forma de provisiones anticíclicas para hacer frente a los posibles deterioros en los momentos bajos. Por eso, y porque nuestros bancos y cajas no invirtieron en productos complejos, entre otras cosas porque todo lo que captaban lo vertían a una sociedad que demandaba más crédito del que generaba, el primer golpe de la crisis se aguantó muy bien en España.

Sin embargo, las tensiones mundiales de liquidez desencadenaron nuestra crisis particular, la inmobiliaria que, esa sí, afecta a bancos y cajas. Como toda crisis inmobiliaria es una crisis larga y que se ataja, como siempre se ha hecho, mediante el reconocimiento paulatino del deterioro. Esta limpieza progresiva tiene su origen en la naturaleza del problema: aunque un crédito se convierta en moroso no implica necesariamente pérdida en su totalidad para la entidad que lo ha concedido pues el aval que lo garantiza, el inmueble, pasa a propiedad de la entidad y antes o después le dará salida. La digestión será más o menos pesada, pero el agujero provocado en los balances por una crisis inmobiliaria siempre es menor que el producido por el colapso de los mercados de derivados.

En este proceso de saneamiento se ha avanzado mucho como lo evidencian las cifras oficiales: a junio del 2010 solo las cajas de ahorro ya habían reservado en su balances más de 70.000 millones procedentes tanto de resultados como de patrimonio para sanear créditos.

Pero los números, y la transparencia, no son nada si no generan confianza. Los mercados tienen reciente el rescate de Irlanda, que se hizo porque sus entidades financieras tenían problemas. España no es Irlanda ya que, de entrada, el sistema financiero irlandés supone 10 veces el PIB de su país y en España se está más o menos en la media europea, menos de tres veces. Pero probablemente ya no vale solo con demostrar que se es diferente y se ha decidido elevar el listón para apuntalar la confianza en el sistema y de forma indirecta en el Estado: 8% de capital para otoño. De dudosos, a los más robustos de Europa si no del mundo. Y esta vez sin discriminación, cajas y bancos porque ni todas las cajas tienen problemas ni todos los bancos son engranajes perfectos.

Las consecuencias de esta decisión, aún pendiente de plasmar en decreto, además de buscar la tranquilidad en los mercados, son dobles. Exigiendo más capital que el recomendado, la rentabilidad por euro invertido baja por lo que nuestro sistema será más seguro pero menos rentable y, de momento, veremos caer las cotizaciones. Y además pone una fecha final a la transformación del sector. Si hasta ahora habíamos visto muchos cambios, el futuro inmediato va a ser aún más intenso. Y muy probablemente no todos lograrán su reestructuración sin ayuda pública pues el examen es francamente difícil para quien hoy no esté fuerte.

Aún quedan muchos pasos por dar y el proceso es, como todo, mejorable. Pero, probablemente, hoy estamos más cerca del final del túnel que hace unos días.

José Antonio Bueno, socio de Europraxis.

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