Una cuestión de convicciones

Leía este fin de semana algunas partes del Manual de resistencia de Pedro Sánchez y recordaba aquella famosa frase de Churchill: «La historia será generosa conmigo, tengo la intención de escribirla».

En la presentación de su obra, Sánchez reiteró que esta es su versión de los acontecimientos que le llevaron a la Secretaría General del PSOE y a la Presidencia del Gobierno. Esa versión de los procesos internos que vivimos en el PSOE, al ser relatada por el secretario general, que representa a todo el partido, puede interpretarse como la historia oficial de lo que sucedió en estos últimos años. Por ello creo que algunos hechos relevantes deben ser contrastados.

Primero, las primarias de 2014. Todo el mundo sabe que Eduardo Madina fue el artífice de que existieran. Expresó su voluntad de concurrir como candidato a la SecretarÍa General sólo si el partido modificaba sus estatutos y permitía el voto de la militancia. Condicionó, de esta manera, su candidatura a un modelo de un militante, un voto. Y así fue como se abrió un cambio histórico en nuestro partido.

En aquel momento existieron muchas presiones para que Madina se retirara y pactara con Susana Díaz. Procedían de los mismos que le habían insistido durante años en que se presentara. Él las rechazó e hizo que el proceso siguiera adelante. Los que estábamos con él lo estuvimos hasta el final. Por convicciones. Incluso cuando conocimos que el Pacto del AC ya tenía prácticamente decidido el congreso: un hotel en Pozuelo dio cabida a una reunión entre Pedro Sánchez, entonces candidato, y los tres secretarios generales de las tres federaciones más importantes en número de afiliados, Madrid, Andalucía y Comunidad Valenciana. Sucedió el día de la proclamación de Felipe VI como Rey de España. Allí se pactó el apoyo de los aparatos de estas federaciones a Sánchez y allí se decidió la derrota de Madina. El pacto incluía la decisión de retrasar el calendario previsto y aprobado para la elección de la candidatura a la Presidencia del Gobierno. Nunca utilizamos este pacto para desacreditar el proceso. Nunca jugamos a enfrentar dirigentes y militantes. Simplemente seguimos adelante con ilusión y valentía sabiendo que era casi seguro que perderíamos. El primero que lo sabía era el propio Edu Madina. Mantiene Sanchez que Madina lo hizo con poca convicción. Yo, sin embargo, pocas veces he visto una más grande en mis años en política.

En segundo lugar, el resultado de las elecciones del 2015, que abrió un fuerte debate interno hasta el punto más dramático del Comité Federal del 1 de octubre.

Digo debate, porque es precisamente la discrepancia esencial sobre la política de pactos lo que estaba en discusión. Un nuevo escenario político se había abierto en España ante una compleja, casi imposible, conformación de mayorías debida a la aparición de dos nuevos partidos con una importante representación parlamentaria, y donde por primera vez el partido que había ganado las elecciones estaba tan lejos de la mayoría absoluta que necesita no sólo un acuerdo de dos partidos, sino la concurrencia de tres.

Desde el primer Comité Federal de enero de 2016, estas diferencias comenzaron a manifestarse. Se centraban en si podíamos intentar una mayoría de gobierno que hiciera recaer la estabilidad de España en los partidos independentistas que habían iniciado un proceso de ruptura interna de nuestro país. Esta era la cuestión fundamental y sigue siéndolo. Por eso, en la primera resolución que aprobamos se decidió que no daríamos a los partidos independentistas la clave de la gobernabilidad de nuestro país. Por el irrefutable argumento de que España no podía depender de los que, en aquel momento -y en este-, estaban diseñando el mayor desafío soberanista que ha conocido la democracia actual. Este debate era de convicciones, de posiciones políticas. Los que las manteníamos no lo hacíamos en contra del secretario general, sino a favor de una manera de comprender la política y de interpretar la gobernabilidad de nuestro país. A favor del PSOE.

Tras la repetición de las elecciones de 2016, la situación de bloqueo fue similar, con el agravante de que el PP volvió a ganar y el PSOE obtuvo peor resultado electoral. No había más que dos opciones: la abstención del PSOE o la convocatoria de terceras elecciones. No había tres escenarios, porque el acuerdo con Ciudadanos y Podemos ya se había demostrado imposible. Y la cuarta opción que se relata en el libro -«concitar el acuerdo de toda la Cámara salvo PP y Ciudadanos parecía imposible para una parte del PSOE»- me sorprende, porque siempre se mantuvo, al menos públicamente, que era todo el partido el que la rechazaba. Esta cuarta opción era la denominada y ansiada por Podemos mayoría del cambio.

En esos días el secretario general manifestó públicamente en varias ocasiones que el PSOE se comprometía a evitar terceras elecciones. Parecía que todo el partido sabía lo que teníamos que hacer, pero nadie sabía cómo ganar unas primarias después de hacerlo.

Es en esta situación de dramático bloqueo institucional que vivía España cuando se nos convoca a un Comité Federal para convocar un Congreso del partido en 21 días. El Comité Federal del 1 de octubre se celebró con la máxima tensión, retransmitido casi en directo a toda España. Hay tantas versiones como asistentes. En mi recuerdo quedará para siempre una urna escondida detrás de una cortina, sin censo, sin interventores, sin control de papeletas. Cuando se descartó la urna y votamos conforme a los estatutos por votación pública por llamamiento, una mayoría rechazó celebrar un Congreso en 21 días cuando España estaba abierta en canal. El secretario general perdió y dimitió. Una Gestora se hizo cargo de la dirección del partido. Y tras el hundimiento electoral de junio de 2016, afrontó el siguiente dilema: o terceras elecciones o evitarlas permitiendo que gobernara en minoría quien había ganado las primeras y las segundas. Las dos únicas opciones posibles.

Optamos por un ejercicio de responsabilidad con nuestro país -evitarle el destrozo democrático de unas terceras elecciones- permitiendo la conformación de un Gobierno de quien había ganado las elecciones generales. Era una decisión enormemente difícil, los que la defendimos públicamente lo sabemos muy bien.También éramos conscientes de que se convertiría en un arma muy poderosa en la confrontación interna del partido por el liderazgo, como así se demostró con el famoso no es no liderado por el candidato que ganó el siguiente Congreso Federal.

Lo que yo viví en este periodo convulso del PSOE fue un debate ideológico y una decisión de país. ¿Qué iba antes, nuestro país o el partido? ¿Qué era más importante, que España tuviera un sistema institucional funcionando o uno bloqueado estructuralmente? Algunos defendimos con honestidad lo que creíamos que era mejor para España. Una posición de convicciones, no de intereses personales. Un debate que finalmente perdimos en las últimas primarias.

Una forma de gobernabilidad que evitamos entonces se convirtió dos años después en la mayoría de la moción de censura. La que ha estado sosteniendo al Gobierno durante los últimos meses. Los independentistas no pidieron nada para dar sus votos a la moción de censura, pero acabaron pidiéndolo todo para seguir prestando su apoyo. El diálogo necesario con Cataluña se hizo imposible cuando el independentismo se creyó dueño de la gobernabilidad de España e intentó extorsionar con sus votos los intereses generales de todos los españoles.

A la vista de lo sucedido en estos últimos meses, parece que alguna razón podríamos tener los que dijimos que no se podía entregar a los partidos independentistas llave alguna de gobernabilidad. Quedó escrito en esa ya casi olvidada resolución del Comité Federal de enero 2016.

Valga este testimonio como compromiso con los hechos, ya desde la distancia y el tiempo. Aquí queda para quien quiera contrastar. Suele decirse que la historia la escriben los que ganan. Pero, a veces, sólo a veces, ésta da la razón a los que pierden.

Soraya Rodríguez es diputada del PSOE en el Congreso de los Diputados.

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