Una cuestión de seguridad

En noviembre del año pasado, hablé ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas por primera vez en trece años. Me llamó la atención la diferencia de estado de ánimo que ahora impera en él. En septiembre del año 2000, el mundo parecía muy diferente. Estábamos intentando organizar el nuevo orden de seguridad en el decenio posterior a la caída del Muro de Berlín. Naturalmente, había dificultades, pero la atmósfera no era sombría, era positiva incluso, pues debatíamos sobre la erradicación de la pobreza en el mundo en desarrollo.

Esta vez, el estado de ánimo sí que era sombrío y los primeros días del 2014 lo han vuelto más sombrío aún. Si repasamos el resumen de noticias de cualquier día, nos encontramos con historias de terrorismo y violencia perpetrados en pro de una concepción falsa de la religión. En unos casos se deben a agentes no estatales y en otros a agentes estatales, pero todo ello se produce en un marco de división y conflicto caracterizado por las diferencias de credo religioso.

Se trata de la nueva lucha del siglo XXI. No la ganaremos, a no ser que erradiquemos sus causas más profundas, además de sus horribles consecuencias.

Actualmente, en un arco que se extiende desde Extremo Oriente hasta las calles de ciudades de Europa y Estados Unidos, pasando por Oriente Medio, afrontamos un flagelo que se ha cobrado vidas inocentes, comunidades llenas de cicatrices y países desestabilizados. Es una amenaza que está evolucionando constantemente, aumentando y mutando para contrarrestar nuestra lucha contra ella.

Los extremistas que propagan esa violencia tienen redes con las que llegan a los jóvenes y conocen la importancia de la educación, ya sea oficial o no estructurada. Los extremistas están llenando las cabezas de jóvenes con la creencia de que quien discrepa es un enemigo... y no sólo su enemigo, sino el enemigo de Dios.

Es comprensible que el debate sobre la seguridad se haya centrado con frecuencia en las consecuencias. Después de un ataque, los estados examinan las medidas de seguridad que adoptar inmediatamente. Se captura a los terroristas. Después volvemos a nuestra vida diaria hasta la próxima vez que ocurra.

Pero un cambio duradero depende de que se aborden las causas más profundas del extremismo. Naturalmente, la política desempeña un papel y los extremistas tienen una gran habilidad para aprovechar los agravios políticos, pero lo que fecunda el suelo en el que plantan las semillas del odio es la ignorancia.

Esa es la razón por la que debemos empezar a pensar en la educación como una cuestión de seguridad.

Los extremistas justifican los asesinatos en nombre de Dios. Se trata de una perversión obscena del credo religioso auténtico y constituye una amenaza tanto por el daño que causa directamente como por la división y el sectarismo perjudiciales que alimenta indirectamente. Todo asesinato es una tragedia humana, pero, además, causa una reacción en cadena de encono y odio. En las comunidades que padecen la plaga de semejante extremismo existe un miedo real, un miedo que paraliza la vida normal y provoca desconfianza entre las personas.

La mundialización está intensificando y multiplicando ese extremismo. Al no estar limitado por fronteras, puede surgir en cualquier parte. Estamos más conectados que en ningún otro momento de la historia y cada vez más personas entran en contacto con quienes son diferentes de ellas, por lo que la necesidad de respetar a un vecino que es diferente de nosotros es mucho mayor, pero también es mayor la posibilidad de identificarlo como un enemigo.

Y con esto no me refiero sólo al extremismo islámico. Hay actos extremistas perpetrados contra musulmanes por su religión y actualmente hay cristianos, judíos, hinduistas y budistas fanáticos, que desfiguran la verdadera naturaleza de su fe.

Esa es la razón por la que la educación en el siglo XXI es una cuestión de seguridad para todos nosotros. El imperativo consiste en mostrar a los jóvenes vulnerables ante las llamadas de los terroristas que existe una vía mejor para hacer oír su voz, una forma más válida de relacionarse con el mundo.

Lo bueno es que sabemos cómo hacerlo. Cito como un ejemplo mi Fundación en pro de la Fe. Nuestro programa para las escuelas fomenta el diálogo transcultural entre los estudiantes de entre 12 y 17 años de edad en todo el mundo. Nuestro programa, que llega a estudiantes de más de veinte países, conecta a los estudiantes mediante un sitio web seguro, en el que se relacionan desde sus aulas guiados por profesores capacitados.

Mediante las videoconferencias que se les facilitan, los estudiantes debaten cuestiones mundiales desde diversas perspectivas de fes y creencias. Adquieren las aptitudes para el diálogo necesarias con miras a prevenir los conflictos desmontando los estereotipos religiosos y culturales. En el caso de las escuelas en las zonas más pobres, recurrimos a disposiciones especiales, porque no pueden acceder a la red de internet por sí mismas.

Desde luego, somos tan sólo una gota en el océano, pero ahora tenemos experiencia en más de mil escuelas; se ha impartido enseñanza a más de 50.000 estudiantes y estamos trabajando en países tan diversos como Pakistán, India, Estados Unidos, Jordania, Egipto, Canadá, Italia, Filipinas e Indonesia. Yo he tenido el privilegio de presenciar cómo están llegando esos estudiantes a sentirse cómodos con las culturas, los credos y las creencias que inspiran a tantas personas de todo el mundo.

Hay muchos otros ejemplos fantásticos de esa clase de labor, pero carecen de los recursos, el peso y el reconocimiento que necesitan.

Debemos movilizarnos para derrotar el extremismo y debemos actuar a escala mundial. Todos los gobiernos deben asumir en serio su responsabilidad para enseñar a los jóvenes a aceptar y respetar a personas de credos y culturas diferentes.

No hay una cuestión más apremiante. Existe un peligro real de que el conflicto religioso sustituya a las luchas con fundamentos ideológicos del siglo pasado de forma igualmente devastadora.

Nos corresponde a todos nosotros mostrar que tenemos una idea mejor que los extremistas: aprender unos de otros y vivir unos con otros. Y eso debe ser una parte fundamental de la educación de los jóvenes.

Tony Blair, primer ministro del Reino Unido de 1997 al 2007. Actualmente es enviado especial para el Cuarteto en Oriente Medio.

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