Una cuestión prioritaria en todos los países

El 28 de septiembre el mundo se despertó con nuevos informes de violencia atroz contra mujeres. En Guinea, los boinas rojas (Guardia presidencial) violaron a mujeres de todas las edades. En grupos, blandiendo armas y con una brutalidad tal que muchas de las que no fueron asesinadas inmediatamente murieron poco después a causa de sus lesiones.

Ni la escala ni el alcance de esta violencia son nuevos. Durante la última década, soldados han violado y mutilado a mujeres en la República Democrática del Congo como parte de una estrategia deliberada y coordinada para destruir a las comunidades civiles. Y la violencia basada en el género no está limitada a zonas en guerra o regiones en conflicto. La niñas y las mujeres están en el punto de mira por razón de sexo en cada momento de sus vidas: desde el feticidio femenino hasta la inadecuada atención sanitaria y nutricional, el matrimonio infantil, el tráfico, los asesinatos de honor, aquel otro relacionado con la dote y el abandono y ostracismo de las viudas, y no es ésta una enumeración exhaustiva.

Esta violencia es una pandemia mundial. No conoce barreras de etnia, raza, clase social, religión, nivel educativo ni fronteras internacionales. El único elemento común es que las víctimas son seleccionadas porque son mujeres.

Desde 1991, el mundo ha reservado los 16 días entre el 25 de noviembre (Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer) y el 10 de diciembre (Día Internacional de los Derechos Humanos) para subrayar la idea de que la violencia cometida contra la mujer a causa de su sexo es una vulneración fundamental de los derechos humanos. Esta violencia no es cultural: es criminal. Es el problema de todas y cada una de las naciones, y requiere una respuesta acorde con la gravedad de estos crímenes.

Los ataques a mujeres no pueden achacarse a unos pocos autores aberrantes. Más bien, estas formas diversas de violencia surgen de la arraigada y duradera inferior condición de las mujeres y las niñas en todo el mundo. Para poner fin a la violencia -tratando tanto las causas como los síntomas- es necesario que no sólo aumentemos la persecución de los autores sino que trabajemos para conseguir la completa igualdad de la mujer en cada área de la vida.

La violencia de género no es sólo asunto de mujeres: es un desafío mundial a los derechos humanos y la seguridad. Como problema internacional, requiere soluciones internacionales. Y Estados Unidos está comprometido en trabajar con Gobiernos, instituciones multilaterales y un amplio abanico de socios privados -desde activistas y defensores hasta supervivientes y líderes de la sociedad civil- para poner fin a la impunidad de los que cometen estos crímenes y asegurar la plena aplicación de las leyes que reconocen la igualdad de la mujer y su derecho de estar libre de violencia.

Además, trabajamos para promover la implicación de los hombres en poner fin a la violencia. Del mismo modo, pedimos a líderes religiosos que incorporen estos mensajes, tan coherentes con todos los credos, en sus actividades y programas. Y ayudamos a garantizar que los niños y las niñas en todas las naciones puedan acceder a una educación de alta calidad, de forma segura y en igualdad de condiciones, que enseñe el valor intrínseco de cada persona.

La Secretaria Clinton ha hecho de esta cuestión una alta prioridad para la política exterior estadounidense, y la Administración Obama también está comprometida con poner fin a la violencia contra la mujer en Estados Unidos, donde demasiadas mujeres todavía sufren malos tratos y abusos.

Las mujeres son la clave del progreso y la prosperidad en el siglo XXI. Cuando están marginadas y maltratadas, la Humanidad no puede progresar. Cuando se les conceden sus derechos y la igualdad de oportunidades en la educación, la atención sanitaria, el empleo y la participación política, redunda muy positivamente en sus familias, sus comunidades y sus naciones.

Es hora de que el fin de la violencia contra la mujer sea una prioridad para todos nosotros.

Arnold A. Chacón, encargado de negocios de la Embajada de Estados Unidos.