La cooperación internacional tiende a ser más difícil cuando más se la necesita. Esta semana, la dirigencia internacional acudió a Nueva York para la Cumbre del Futuro, convocada por los estados miembros de Naciones Unidas en 2020, en el 75.º aniversario de la organización. La agenda de la reunión era tan ambiciosa como sugiere su nombre; y su objetivo, generar consenso en cuestiones como la paz y la seguridad, el desarrollo, las nuevas tecnologías y la protección de las generaciones futuras.
Los estados miembros de la ONU coinciden en un punto: para poder enfrentar las crisis mundiales de la actualidad, es necesario hacer grandes mejoras al sistema multilateral creado en 1945. También son muy conscientes de la incapacidad de la ONU para detener o incluso aminorar las guerras que se desarrollan en Sudán, África Central, Gaza, Ucrania y muchas otras zonas de conflicto. Admiten que incluso tras presenciar la devastación causada por la COVID‑19, todavía no han preparado al mundo para la próxima pandemia. Reconocen la necesidad de una acción veloz y significativa para dar respuesta a la crisis de deuda soberana, a una crisis climática cada vez más intensa y al surgimiento de nuevas tecnologías como la inteligencia artificial y la edición genética.
Por desgracia, el acuerdo sobre la necesidad de corregir el sistema no se extiende al modo de hacerlo. Tras más de un año de trabajosas negociaciones, el domingo por la mañana se llegó a un desenlace dramático, cuando Rusia intentó frenar (sin éxito) la aprobación del Pacto para el Futuro, documento final de la cumbre. Más tarde ese mismo día, Argentina denunció que el Pacto era una «agenda totalitaria». En realidad, el documento es en gran medida una repetición de términos abstractos ya acordados. Pero en medio de la retórica, se adivinan tendencias que pueden transformar la política mundial y ayudar a sentar las bases de un sistema internacional con capacidad para enfrentar los desafíos actuales y futuros.
Tras dos guerras mundiales y frente al riesgo de una escalada nuclear, los arquitectos de la ONU diseñaron un sistema multilateral que permitiría a un puñado de grandes potencias guiar al mundo hacia la paz y promover sus propios intereses. Pero este modelo de gobernanza global no es adecuado para el mundo actual, y sobre todo para los más o menos cuatro mil millones de personas con menos de 30 años de edad. Incluso en un contexto de conflictos continuos en varios continentes, la guerra ya no es el único tema de la agenda global. Frente a las pandemias, el cambio climático, la pobreza, las migraciones en masa y las catástrofes tecnológicas se necesita una acción internacional eficaz e inclusiva.
Además, hoy hay muchos más países con poder suficiente para influir en los asuntos internacionales. Aunque lo que más se ha llevado la atención es el ascenso de China, está lejos de ser el único país con influencia sobre la agenda global: a modo de ejemplo, podemos citar los esfuerzos de Barbados en pos de una reforma del sistema financiero internacional y los de los Emiratos Árabes Unidos para la reconfiguración de las relaciones regionales. Brasil será anfitrión del G20 este año y de una Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático (COP30) el año entrante, cuyo resultado será trascendental.
La novedad es que el Pacto para el Futuro reconoce esta multipolaridad creciente con un avance concreto (aunque sea pequeño) en uno de los problemas más espinosos de la ONU: la reforma del Consejo de Seguridad. Después de décadas de falsos comienzos, los estados miembros han destrabado el proceso al acordar una mayor representación en el Consejo para «los países en desarrollo y los Estados pequeños y medianos». El pacto también compromete a los estados miembros a discutir límites al «alcance y uso» del poder de veto de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, resuelve tratar la representación de los países africanos como un «caso especial» y propone un papel activo para la Asamblea General en aquellos casos en que el Consejo de Seguridad no actúe.
Otra tendencia de la que dieron cuenta las negociaciones es el hecho de que hoy las empresas, las ONG, los gobiernos municipales y otros actores tienen un importante papel en la respuesta a los desafíos globales, mediante la formación de redes que complementan a los gobiernos nacionales. Desde el cambio climático hasta temas como la IA y la desinformación, las entidades no estatales influyen cada vez más en las cuestiones que más importan a las personas. El Pacto para el Futuro formula un compromiso con fortalecer alianzas «en todos los sectores de la sociedad», incluidos los gobiernos locales y regionales, el sector privado, las comunidades académicas y científicas, las organizaciones religiosas y los pueblos indígenas. El Pacto Digital Global, que acompaña como anexo al Pacto para el Futuro, señala el carácter esencial del sector privado, de la comunidad científica y de la sociedad civil para el logro de los objetivos acordados, y expresa también un compromiso con la cooperación intersectorial.
Por último, la cumbre señaló la necesidad de cambios en dirección a una gobernanza con un horizonte temporal más largo. El cambio climático, los sistemas previsionales, la inversión en infraestructura y otros problemas de larga duración tienen causas y consecuencias que se desarrollan en el transcurso de muchas generaciones. En la Declaración sobre las Generaciones Futuras (un segundo anexo al pacto), los participantes afirman el compromiso con «proteger las necesidades e intereses de las generaciones futuras», a semejanza de la primera línea de la Carta de la ONU (1945), donde sus predecesores se comprometieron a «preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra».
Estas declaraciones elevadas descienden al terreno práctico en la forma de acciones concretas de diversos gobiernos nacionales decididos a extender el horizonte de la toma de decisiones. En 2015, el gobierno de Gales fue el primero en crear el cargo de «comisario para las generaciones futuras»; y este mes, la Comisión Europea designó a un comisario de equidad intergeneracional. Corea del Sur también ha dado pasos en esta dirección: su Tribunal Constitucional ordenó al gobierno establecer objetivos climáticos más ambiciosos para proteger a las generaciones futuras. En la medida en que actúe como catalizador de más cambios, tal vez los historiadores del futuro verán en el documento final de la cumbre una fuerza transformadora similar a la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948.
En su informe de 2021 titulado «Nuestra agenda común», el secretario general de la ONU, António Guterres, advirtió que según las decisiones que tomemos, podemos tener «un futuro de crisis perpetuas» o «un futuro mejor, más sostenible y pacífico para las personas y el planeta». Aunque el Pacto para el Futuro no sea el avance que muchos esperaban, comienza a delinear los contornos de un nuevo sistema que tal vez rectifique las deficiencias del anterior.
Thomas Hale, Professor of Global Public Policy at the Blavatnik School of Government at the University of Oxford, is the author of Long Problems: Climate Change and the Challenge of Governing across Time (Princeton University Press, 2024). Anne-Marie Slaughter, a former director of policy planning in the US State Department, is CEO of the think tank New America, Professor Emerita of Politics and International Affairs at Princeton University, and the author of Renewal: From Crisis to Transformation in Our Lives, Work, and Politics (Princeton University Press, 2021). Traducción: Esteban Flamini.