Una Cumbre sin fuegos artificiales

Cada vez que hay una crisis bancaria internacional surgen grandes planes de reforma del sistema financiero para que no pueda volver a ocurrir una situación semejante. Se multiplican las conferencias internacionales, los congresos académicos, las reuniones de activistas políticos y sociales. Se acuñan frases grandiosas inspiradas en Fukuyama -el neoliberalismo ha muerto, hay que refundar el capitalismo- que tienen gran éxito mediático y ninguna repercusión práctica. Surgen incluso vencedores intelectuales de las crisis, Stiglitz antes y Brown ahora, que se consolidan como gurús académicos o políticos por su especial habilidad, como Italia en la Gran Guerra, para habiendo sido parte del problema aparecer luego impolutos como portadores de la solución. Junto con ocurrencias e improvisaciones, que afortunadamente duran lo que los fuegos de artificio, se hacen también razonables e inteligentes propuestas académicas, técnicas y políticas que se van acumulando en el depositario colectivo de ideas que eventualmente acaba moviendo las decisiones políticas. Ha sucedido siempre así. Sólo en los últimos años, hemos asistido a la crisis asiática, la rusa y la argentina y todas ellas iban a acabar con algo: el capitalismo de amiguetes, la corrupción o la dolarización. Esta vez sólo es diferente, despojémonos del adanismo enquistado en la política española, porque afecta a los países desarrollados. Pero el daño humano, el coste económico, el retraso en su desarrollo, que supusieron las crisis citadas no fue menor. Ni tampoco los esfuerzos políticos para evitar su repetición mediante una mayor coordinación de las políticas económicas y una mejor prevención, regulación y supervisión financiera.

Los ciclos económicos persiguen a economistas y políticos desde sus orígenes. Ahora están de moda Kindleberger y Galbraith, pero la macroeconomía puede entenderse como la historia de una lucha científica contra la maldición cíclica. Cuesta entender que por mucho que avance el conocimiento y se domine la disciplina, la naturaleza humana se escapa de las manos y conduce a resultados imprevisibles, incontrolables. En cada ciclo se tiende comprensiblemente a buscar culpables, a pedir responsabilidades, como hacían los pueblos primitivos después de cualquier fenómeno meteorológico que en su ignorancia solo podían atribuir al castigo divino. Y claro que siempre hay delitos y delincuentes. Siempre hay también una ideología que castigar y un tótem que abatir; en este caso globalización y liberalismo comparten el privilegio. Pero, dominado el afán justiciero, ése no es el problema. Largos períodos de euforia producen errores de juicio y acumulación de excesos. Y no hay organización internacional, ni mecanismo político que lo pueda evitar, porque también los políticos, los reguladores, los inspectores, el Estado, son cíclicos.

Reunidos en Washington los líderes del G-20 con algunos invitados adicionales han acordado lo obvio, lo único que se podía esperar, lo que era razonable exigir. Se han puesto de acuerdo en seguir trabajando juntos para superar la recesión mundial. Así titulan, con distintas palabras pero igual significado, «New York Times», «Wall Street Journal» y «Financial Times», sus ediciones on-line del domingo. No es poca cosa, porque la alternativa del sálvese quien pueda conduce inexorablemente al proteccionismo y al mercantilismo. Dos tentaciones que están siempre presentes en cualquier político, miremos a nuestros líderes autonómicos sin ir más lejos, pero que conducen, bien lo sabemos de experiencias anteriores, al desastre y al empobrecimiento global. Sólo se han hecho promesas de cooperación futura. No hay anuncios espectaculares. No se han creado nuevos organismos internacionales, ni se han asignado dramáticas nuevas funciones a los ya existentes. Tampoco se ha presentado un gran paquete de estímulo fiscal, no hay proyectos mundiales de infraestructura ni siquiera una reforma impositiva internacional. Sólo los ingenuos, ignorantes o manipuladores podían esperar otra cosa. Desde luego, ningún gobierno europeo serio que sabe lo que cuesta ponerse de acuerdo en Europa para regular el tamaño, forma y color de las frutas y verduras. Como para esperar que 23 países tan dispares arreglen en una tarde el sistema financiero internacional y de paso acuerden la estructura tributaria óptima.

La reunión ha sido sin embargo un éxito, todo el éxito que podía esperarse. Un éxito porque los jefes de Estado y de gobierno presentes han acordado dejar de lado posiciones ideológicas y optado por el pragmatismo. Como sabe todo hábil negociador, y si no directamente en la sala de reuniones sí al menos en la contigua donde esperaban los sherpas estaban algunos de los mejores del mundo, si quieres consenso abandona las discusiones de principios y entra en las cuestiones técnicas.

Se han retomado los planes para la reforma del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Planes que afectan a cuestiones de representatividad -las temidas cuotas sobre la que España tiene que estar muy atenta para ganar posiciones aún a riesgo de enfrentarse con alguno de sus socios europeos- y a las funciones que ambos organismos tienen encomendadas. El FMI no es ni será nunca un banco de bancos centrales. Conviene tenerlo claro para no cometer errores de política exterior. Ya se discutió sin ningún éxito en todas las crisis anteriores citadas. No será el prestamista de última instancia, ni el garante de la liquidez internacional. Ambas funciones se las reservan los Estados miembros. La primera porque afecta a su soberanía, la segunda porque determina su capacidad de influir más allá del equilibrio político que se alcance con las cuotas. Miren si no la posición de Japón y China que han anunciado poner a disposición del sistema internacional cientos de millones de dólares en una actuación que debería ser estudiada con detenimiento por las autoridades españolas para aprender cómo se gana influencia sin necesidad de alharacas ni despertar suspicacias. Pero el FMI cobrará un mayor protagonismo en la coordinación internacional de la regulación y supervisión financiera, bien directamente bien a través del Foro de Estabilidad Financiera en el que España no está representada y su pertenencia ha de constituir una prioridad. Será en ese foro donde tomen forma concreta los acuerdos de extender la regulación a todo tipo de instituciones y activos financieros (bancos de inversión, hedge funds, agencias de rating, fondos soberanos, etc.) y donde se trabaje en la armonización de las normas contables.

En Washington no ha habido fuegos artificiales. Se han dejado para la inauguración de Obama en enero. Pero sí ha habido fumata blanca a un largo proceso de trabajo que no acabará con las crisis financieras ni con los ciclos económicos pero que resultará en que la comunidad internacional tendrá mejores instrumentos de previsión, gestión y resolución de crisis. Nada más, ni nada menos.

Fernando Fernández Méndez de Andés, rector de la Universidad Antonio de Nebrija.